En las democracias contemporáneas, los partidos políticos juegan un papel esencial para la representación y articulación de los intereses ciudadanos. Sin embargo, en países como México, éstos enfrentan una profunda crisis de identidad, liderazgo y eficacia.
Más preocupante aún, los espacios que deberían servir para construir una oposición crítica, responsable y constructiva han quedado completamente desdibujados desde el arrollador triunfo de MORENA en 2018.
Ni los tomadores de decisión, ni la ciudadanía, ni los medios de comunicación toman en serio hoy en día a los partidos opositores. Su función es, en el fondo, irrelevante. ¿Qué postura sostienen ante la política arancelaria de Trump? ¿qué alternativa ofrecen para frenar la violencia en el país? ¿Cuál es su agenda legislativa? Son preguntas que ya ni siquiera se plantean.
Si bien están surgiendo intentos de crear nuevas opciones políticas, no se vislumbra que tengan éxito y esto se debe a su falta de sustento, simpatizantes e identidad política. A ello se suman estrictas leyes electorales que hacen prácticamente inviable la aparición de una alternativa seria.
El debilitamiento partidista no es exclusivo de México. América Latina ha enfrentado décadas de desgaste político debido a la corrupción, el clientelismo y la desconexión de los partidos con las demandas ciudadanas. Frente a esta realidad, movimientos radicales y disruptivos representan un peligroso atajo que, lejos de renovar la política, perpetúan la polarización y el discurso vacío. Replicar estrategias populistas que explotan temores ciudadanos no fortalece a la oposición; la debilita aún más y erosiona los principios democráticos.
Por ello, es urgente repensar cómo la oposición puede reconstruirse desde una perspectiva viable, genuina y plural.
Para superar la crisis actual, la clave no está en rechazar el sistema, sino en repensar la forma como participamos en él. Se requiere un “asalto” simbólico a las estructuras existentes, donde nuevos actores—la academia y los intelectuales, las organizaciones no gubernamentales y la ciudadanía—utilicen los partidos como plataformas para incidir en la agenda pública. Estos sectores poseen el conocimiento y las redes necesarias para fortalecer las estructuras partidistas y forjar una oposición robusta que aprenda del pasado y aproveche el camino recorrido para alcanzar la democracia y su diseño institucional.
Es verdad que las estructuras de poder no cederán espacio fácilmente; sin embargo, es posible transformarlas con inteligencia y perseverancia. Existen ejemplos de renovación interna en países como España, Reino Unido o Chile, donde movimientos sociales lograron permear en los partidos tradicionales y cambiar sus agendas desde dentro. Esto demuestra que, aunque desgastados, los partidos siguen siendo herramientas útiles para canalizar demandas colectivas.
El Partido Acción Nacional, a pesar de su debilitamiento y de haber decepcionado a la ciudadanía con sus gobiernos y dirigencias, sigue siendo el partido opositor más relevante y una pieza clave en el sistema político mexicano. Su historia, filosofía y valores fundacionales lo convierten en la opción con mayor potencial para abrirse a nuevas voces.
Por su agenda progresista y el electorado objetivo, Movimiento Ciudadano también podría beneficiarse de esta transformación. Su éxito dependerá de si su dirigencia permite una apertura real o sigue operando como un partido con dueño.
Si la ciudadanía en general está esperando a un outsider con una motosierra, o a un millonario excéntrico que actúe como némesis de la 4T, está en el camino equivocado. No se trata de buscar salvadores, sino de recuperar los espacios existentes y reconfigurarlos con nuevas energías y perspectivas. Si realmente se quiere rescatar la democracia, se tiene que actuar con determinación y devolverle a la oposición su vitalidad y propósito.