América Latina se reconfigura hacia una etapa de importantes definiciones políticas y sociales, donde lo que decida cada país en lo individual y en conjunto bajo el multilateralismo será de gran relevancia para el futuro de la zona.
Con el regreso de Donald Trump a un poder casi absoluto en Estados Unidos, China en franco ascenso y en disputa por la hegemonía global, Rusia en guerra por la monopolización de la región de Eurasia, y la Unión Europea adaptándose a nuevos retos internos como los nacionalismos y la posibilidad de buscar su expansión, América Latina debe asimilar con quién de estos jugadores va a alinearse, acomodarse, interactuar y definirse.
Mientras Cuba y Nicaragua se encuentran del lado extremo del aislamiento y el existencialismo social, porque el primero no encuentra la salida de un laberinto senil y anacrónico por vivir entre culpables externos e internos; el segundo entra en una inexplicable podredumbre basada en sus dos liderazgos de alcoba, que, vestidos de izquierdistas, aplican su poder basado en la peor política dictatorial y represiva.
En los polos opuestos se encuentran México y Brasil, los siempre protagonistas latinoamericanos, pero que al mismo tiempo juegan estrategias distintas.
En lo ideológico se han aliado, sobre todo entre los gobiernos de Lula da Silva y López Obrador, un contrato político que se mantiene fuerte con la presidenta Claudia Sheinbaum, logrando crear un dique ante otros países que marchan en sentido opuesto, como lo es Argentina, que sigue viviendo un proceso doloroso de resurgimiento, azotado por una desigualdad social sin precedentes y una inflación que rondó el 118% al cierre de 2024.
Estados Unidos fluctúa entre los intereses latinoamericanos más que nunca. Argentina se convirtió en un centro de interés por parte de Donald Trump, donde va a intentar depositar sus misiles ideológicos para buscar controlar el centro geográfico sudamericano, ante un Brasil despojado de la derecha que promulgó Jair Bolsonaro, y que ahora se unge hacia un pragmatismo donde igual puede llegar a acuerdos con China y Rusia, con África, la Unión Europea e incluso con Estados Unidos.
Hablando bajo estos términos geopolíticos, es de suma relevancia lo que está sucediendo en Ecuador, donde el inesperado resultado en la primera vuelta, que arrojó una cerradísima contienda, puso al derechista Daniel Noboa en la antesala de una derrota, que no solo significaría descarrilar su continuidad, sino que abriría nuevamente las puertas al correísmo, aliado de la izquierda mexicana y un contrapeso a los intereses estadounidenses.
La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum se metió de lleno en la contienda, al apoyar públicamente, desde la tribuna mañanera, a la candidata Luisa González. Este posicionamiento cobra relevancia entre las relaciones entre México y Ecuador; recordemos que éstas están rotas desde 2024, después del asalto a la embajada mexicana en Quito para arrestar al exvicepresidente Jorge Glas, ordenada por el presidente Noboa, lo que llevó al entonces presidente López Obrador a distanciarse del Ecuador. Los países se mueven y buscan impactar con su influencia.
Ahora Noboa cometió un error de cálculo político-electoral ante la extraña y absurda intentona de imponer aranceles a productos procedentes de México, después de que Trump amagara con hacerlo. Esto le generó burlas entre sus propios ciudadanos y también entre la comunidad internacional. Esta ocurrencia, seguramente, impactó en los resultados del domingo pasado en su contra, al tirar al vacío sin medir las consecuencias. Si consideró que la estrategia de ser un ‘mini Trump’ le iba a funcionar, no entendió que en América Latina la personalidad del magnate neoyorquino en general es mal vista, salvo para Javier Milei.
Colombia es otro de los países que vive un complejo presente donde los escándalos familiares y políticos dentro del gabinete del presidente Gustavo Petro, más el avance del crimen organizado, han impactado en su gobernabilidad y crecimiento. En mayo de 2026 se realizarán elecciones y la balanza ideológica en el hemisferio se inclinará si gana la derecha o bien la izquierda.
Centroamérica también se aproxima a una nueva asimilación de su realidad. Los embates desde la trinchera trumpista se han asentado en Panamá, al que quiere maniatar con sus amenazas sobre el destino de su canal. El resto de los países vivirá nuevos retos basados en la migración… ¿A cambio de qué accederán a que Trump sacie sus intenciones de expandir su control en la región, o habrá un mejor postor?