Hace un año, en Palacio Nacional se anunció una veintena de reformas legislativas, unas más ambiciosas que otras. Morena acató, sin chistar, la tarea: desde ese momento sería guion de campaña, misión indiscutible. Cuando la Presidenta hace lo mismo, no pasa igual.
Luego de que Claudia Sheinbaum ganara la elección, intentó negociar con el todavía presidente el ritmo o incluso lo oportuno de algunas de esas reformas, cuya factibilidad, por si fuera poco, se daba por hecho dadas las diputaciones y senadurías ganadas. No pudo.
El resto es historia. El plan C trastocó el marco institucional, canceló órganos reguladores y/o autónomos y, a pesar de sus tropiezos, la elección de juzgadores en junio coronará todo lo que el 5 de febrero de 2024 el tabasqueño perfiló. A la usanza, ni una coma le movieron.
La voluntad del que dicen que vive en Palenque era (¿y es?) inapelable. Qué suerte correrá la presidenta Sheinbaum al incorporar nuevas reformas, y en particular una que pretende evitar que familiares directos se sucedan consecutivamente en cargos.
Esa iniciativa antinepotista fue anunciada hace tiempo por la Presidenta, quien, para darle mayor relevancia en cuanto a su significado político, utilizó la conmemoración de la Carta Magna el 5 de febrero pasado para formalizarla.
Ahora sí que la comparación no puede ser más sencilla entre lo que pasaba cuando el “ex” pedía algo y lo que ocurre hoy cuando la mandataria dice cosa similar: en Morena la iniciativa ha sido recibida con una reveladora frivolidad por algunos que ni se sienten aludidos.
En agosto, Sheinbaum estrenó el mote de “presidenta electa”, pidiendo a su partido reflexionar sobre la ruta a seguir. Agregó que se asumía como mandataria de todos, y que, por tanto, ejercería una especie de licencia en su militancia en el Movimiento Regeneración Nacional.
En esa ruta, la iniciativa de ley de la Presidenta a quien más impacta es a Morena y aliados. La oposición no representa un peligro, ni siquiera en Nuevo León, donde algunos creen que el matrimonio que gobierna (es un decir) tiene aspiraciones transexenales.
En los pasillos del Senado, Saúl Monreal Ávila y Félix Salgado Macedonio, zacatecano y guerrerense, respectivamente, han respondido que no se sienten aludidos por la iniciativa claudista.
El primero ha dicho que “quien respira, aspira”, y que tiene más de 20 años de militancia. El segundo, bueno, del segundo no hace falta reproducir sus dichos; la actitud de desdén de ambos a lo planteado por la Presidenta es lo que cuenta, y mucho.
Saúl Monreal, en efecto, tiene currículum. En ese palmarés destaca que fue alcalde de Fresnillo cuando la población de ese municipio era la que más miedo declaraba, a nivel nacional, por la inseguridad. Si no fuera un Monreal, ¿habría llegado al Senado?
Félix Salgado no fue candidato al gobierno de Guerrero hace tres años porque, luego de enfrentar graves cuestionamientos de índole personal, un tecnicismo de legislación electoral sirvió al movimiento guinda para desembarazarse de él. Su hija heredó la candidatura.
Lo que la Presidenta quiere decir, y su partido no está escuchando, es que el movimiento ha de entrar en una dinámica de renovación de cuadros, en un proceso donde se conjuren crisis o divisiones por el enquistamiento de un clan, por el agandalle de un solo apellido.
Claudia es la responsable política de lo que hagan gobernantes y legisladores de su partido. Y de la limpieza de sus campañas. Pero sus compañeros parecen creer que ella no pesa, que en efecto está de licencia, que su iniciativa antinepotismo es de chocolate, que no tiene voz de mando.