Cuando Donald Trump anunció la gold card, una visa de residencia permanente para quienes puedan pagar cinco millones de dólares, lo hizo con su característico tono: promesas de grandeza, retórica nacionalista y la insistencia en que Estados Unidos solo debe recibir a los “mejores”. Pero detrás de su propuesta no hay un plan económico bien estructurado ni una estrategia migratoria funcional. Lo que hay es un mensaje claro: la residencia estadounidense está en venta, y solo quienes puedan pagarla son bienvenidos.
Para México y América Latina, la iniciativa tiene implicaciones profundas. En un momento en que la migración de mexicanos hacia Estados Unidos está en niveles históricos —no solo por factores económicos, sino por violencia y falta de oportunidades—, Trump plantea un modelo donde la puerta se abre de par en par para las élites económicas, mientras que se refuerzan las restricciones para todos los demás.
México, entre el nuevo muro migratorio y la fuga de capitales
Trump ha sido un crítico feroz del programa EB-5, un esquema que desde 1990 permitía a inversionistas extranjeros obtener la residencia si generaban al menos diez empleos en Estados Unidos. Su argumento es que el programa estaba “lleno de fraude” y beneficiaba principalmente a desarrollos inmobiliarios de lujo en ciudades como Nueva York y Miami. Su solución: eliminarlo y sustituirlo por un esquema donde el único criterio es la capacidad de pago.
Para inversionistas mexicanos de alto perfil, la gold card puede parecer una vía rápida para asegurar su presencia en Estados Unidos y blindarse frente a la volatilidad económica o política de la región. Pero, ¿realmente será atractiva? Históricamente, los programas de inversión en Estados Unidos han tenido requisitos más estrictos que los de Europa o el Caribe, donde se ofrecen “pasaportes dorados” con procesos menos burocráticos. Además, con una política migratoria que endurece las restricciones para visas de trabajo y asilo, la gold card deja claro que Estados Unidos está priorizando el capital sobre el talento y la necesidad humanitaria.
Las dos caras de la migración mexicana
La gold card también revela una contradicción en la forma en que EU trata a los migrantes según su nivel socioeconómico. Mientras los multimillonarios pueden comprar su entrada, miles de mexicanos y latinoamericanos enfrentan obstáculos cada vez más duros:
•En 2023, México superó a China como el principal expulsor de migrantes hacia Estados Unidos.
•La militarización de la frontera y las restricciones a visas de trabajo han dejado a muchos sin opciones legales para migrar.
•La deportación de mexicanos en Estados Unidos sigue aumentando, con más de 450 mil casos en los últimos dos años.
Trump vende la gold card como una estrategia para atraer inversionistas y reducir el déficit, pero estudios sobre programas similares muestran que sus beneficios fiscales son limitados. En el caso del EB-5, muchas inversiones se desviaron a proyectos inmobiliarios en lugar de generar empleos en zonas necesitadas. Sin reglas claras sobre dónde deben invertir estos nuevos residentes, la gold card corre el riesgo de convertirse en un mero vehículo para el traslado de capital sin impacto real en la economía.
Antes del fin
Si EU avanza con este modelo, México podría sentir la presión de hacer lo mismo. Países como Portugal y España han adoptado esquemas de “residencia por inversión” para atraer capital extranjero, y la pregunta es si México seguirá esa ruta para captar inversión de estadounidenses y europeos en su territorio. Con un sistema fiscal cada vez más agresivo y un panorama incierto para los negocios en el país, no sería sorprendente que México termine adoptando su propia versión de la gold card en el futuro.
El Congreso de Estados Unidos tendrá la última palabra sobre si este plan avanza, pero su simple propuesta ya redefine la conversación migratoria. Mientras algunos podrán pagar su pase de entrada, otros seguirán enfrentando un sistema diseñado para excluirlos.
La gran pregunta es: ¿quiere México seguir ese mismo camino?