El Banco de México anunció que la inversión extranjera directa (IED) total en el cuarto trimestre de 2024, ya en el gobierno de Claudia Sheinbaum, ascendió a 676 millones de dólares. Hay que retroceder varias décadas para encontrar una cantidad tan irrisoria. En términos reales (también en dólares hay inflación), hasta también otro cuarto trimestre, pero de 1985.
También eran tiempos aciagos para México, fueron los meses que siguieron a los terremotos de septiembre (los que iniciaron la tradición de los fuertes tremores en el mes patrio), con la economía hundida además en la crisis de la deuda externa. No es de sorprenderse que los inversionistas extranjeros temblaran tanto como lo hizo el subsuelo capitalino, y se desplomara el monto de su dinero colocado en el país.
Exactamente como ahora, pero lo que se tiene es una presidenta terremoto. Más bien se trata de una dupla, dado que, como no se cansa de presumir, sigue fielmente las políticas que le heredó el demagogo que la precedió en Palacio Nacional. En septiembre de 2024, el país experimentó otro sismo feroz, esta vez con su epicentro en el Congreso, y que inició la destrucción de instituciones. Eran las últimas semanas de López Obrador, que así se despidió (formalmente) del cargo en un cierre pleno de odio y rencor. Lo ha seguido fielmente Claudia Sheinbaum en estos meses. La democracia ya quedó derribada (aunque muchos siguen ilusionados que todavía existe) y sobre sus escombros se construye, con rapidez, un régimen autoritario. Sheinbaum está resultando tan eficaz destructora como el tabasqueño, quien debe estar orgulloso de su subordinada.
Pero la presidenta presenta una impresionante paradoja. Dice que la inversión extranjera es fundamental para el desarrollo económico de México. Se le llena la boca hablando de “nearshoring” y de polos de desarrollo en que se ubicarán esas empresas que llegarán a tierras nacionales. Al parecer cree, como tantos nacionalistas de su generación, que el país es una especie de ombligo del mundo al que los extranjeros salivan por entrar. Al paso que va, sin embargo, esos polos de desarrollo, detallados en el “Plan México” presentado hace unas semanas, estarán tan pletóricos de vida empresarial como el Polo Norte.
Al parecer, la titular del Ejecutivo no se ha enterado de que las acciones son más potentes que las palabras, y que los datos matan al relato. Sheinbaum anunció este semana, es de suponerse que plena de orgullo, que en 2024 México había alcanzado un récord histórico en inversión extranjera directa. Al post correspondiente en redes sociales lo acompañaba una estilizada y atractiva gráfica que mostraba barras en constante ascenso (fuera de la lógica caída de la pandemia). Muy buenos diseñadores tienen en Palacio.
Pero muy mentirosos asesores. Mal servida está la presidenta, además de su gobierno y el país, por quienes la engañan, aunque lo más probable es que sepa que está presentando un embuste. El festejo por la inversión es tan falso como un billete de tres pesos. Como su antecesor, a la doctora le apasionan los otros datos.
En realidad, la nueva IED (sin contar reinversiones y movimientos entre compañías ya establecidas) ascendió en todo 2024 a 3 mil 169 millones de dólares, la más baja en términos reales desde 1990. El total acumulado de IED en 2019-2014, 206.0 miles de millones de dólares, fue inferior a la alcanzada por Peña Nieto y Vicente Fox. La presidenta terremoto tiene ya trazado el camino a seguir en la destrucción.