El discurso de Donald Trump ante la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos rompió con todos los esquemas de la política en su país. Fue un momento histórico y no por las mejores razones. Dejó al descubierto la esencia del presidente y evidenció lo extraordinariamente complejo que será, tanto para México como para el resto del mundo, lidiar con él.
La presidenta Sheinbaum ha respondido con calma, prudencia e inteligencia. Actuar de otra manera habría garantizado un choque catastrófico para México. Como quiera que se le vea, los resultados hasta ahora han sido positivos, especialmente a la luz del anuncio de este jueves de que no habrá aranceles para los productos exportados por México que estén cubiertos por el T-MEC… al menos hasta el 2 de abril.
Sin embargo, nada garantiza que la estrategia tendrá éxito, porque en la ecuación no solo está ella, sino también el muy volátil y radicalizado Trump.
Empecemos por ahí. Basta comparar el discurso del martes pasado con los que pronunció en el mismo foro entre 2017 y 2020 para notar que estamos ante un hombre distinto. El reto de Sheinbaum hace que el que López Obrador tuvo que enfrentar parezca cosa de niños. En su primer mandato, Trump estaba mucho más contenido, en parte por el equipo que lo rodeaba en aquel momento.
En 2017, por ejemplo, arrancó su discurso convocando a la unidad. Incluso reconoció que hablaba en el Mes de la Historia Negra y condenó las expresiones antisemitas de aquel momento. Criticó a Obama, pero lo hizo de pasada, nada parecido a lo que vimos ahora con Joe Biden, a quien mencionó y atacó 13 veces, un récord en este tipo de discursos.
Incluso en 2020, ya en plena campaña de reelección, cuando dejó a Nancy Pelosi con la mano extendida y ella respondió rompiendo el discurso del presidente al final del evento, su mensaje no fue ni de lejos tan agitado, agresivo y polarizante como el de esta semana.
En todos esos discursos, Trump se apegó casi por completo al guion que le preparó su equipo. Eran discursos que, aunque reflejaban sus puntos de vista, mantenían un tono que no era el de campaña y confrontación que vimos ahora. Entre otras cosas, en esta ocasión les dijo lunáticos a algunos demócratas y le lanzó el apodo de Pocahontas a la senadora Elizabeth Warren.
Esta vez improvisó, interactuó con los suyos y atacó a los demócratas como si estuviera en un mitin más. Trump quería dejar claro que él manda, que no tiene por qué tomar en cuenta a nadie, mucho menos a los demócratas, que puede actuar solo dentro y fuera de Estados Unidos y que ahora, con el aval de Dios, es el más grande presidente que jamás haya tenido Estados Unidos.
Y aunque no lo dijo así, probablemente se considera el líder más grandioso de la historia de la humanidad. Ese es el Trump de este segundo mandato: el mismo de entonces, pero como si se hubiese quitado una camisa de fuerza y ahora le anunciara al mundo entero que hará lo que quiera y como quiera, con tal de validar su estatura como líder. En su lógica, él manda y todos deben reconocerlo.
Ese es el personaje con quien Sheinbaum tendrá que lidiar. Vaya reto el que tiene enfrente. Ya vimos cómo le fue a Volodímir Zelenski en su visita con Trump y cómo tiene troleado a Justin Trudeau, en ambos casos porque se han “atrevido” a ponerse al tú por tú. Y es que, la verdad sea dicha, de poder a poder, no hay cómo ganarle a Trump.
Sheinbaum lo reconoce. Estoy seguro de que no le gusta estar sujeta a sus impulsos, sobre todo porque nunca queda claro cuánto espera realmente de la contraparte para sentirse satisfecha. Pero entre lo malo y lo peor, mejor lo primero: tratar de acomodar las exigencias de su homólogo para, al menos, permitirle salvar cara, declarar victoria y dejarnos en paz.
El problema es que ni siquiera eso asegura que nos dejará en paz. La presidenta ha hecho todo lo que ha podido, pero esa es una condición necesaria, aunque no suficiente, para aplacar a Trump. Al final, él tiene que poder decir que ganó, pero como es él quien define eso, es imposible saber qué será aceptable. De la misma manera, tampoco está claro cuánta turbulencia en los mercados, riesgos inflacionarios o sacudidas a la economía está dispuesto a soportar. Y esa es la clave en este asunto, más allá de todo lo que haga México.
Por el momento, a Sheinbaum no le queda más que seguir capoteándolo como hasta ahora. Por cuestiones de política interna, también debe darles por su lado a los suyos, como hará con la marcha convocada para este domingo. Este evento, por supuesto, tiene sus riesgos, especialmente si degenera en un linchamiento colectivo de Trump. Confío en que la presidenta tendrá la capacidad de evitar que se desborde. Si lo logra, habrá dado un dulce a los suyos sin poner en riesgo todo el trabajo que ha venido haciendo. Pero si se ve rebasada y no logra contenerlos, habrá dado la excusa perfecta para que nos receten otra repasada desde el otro lado de la frontera. Veremos.