Durante las últimas tres décadas, la política económica de Estados Unidos se ha fundamentado en una premisa sencilla: el libre comercio como la estrategia óptima para consolidar su poder global. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, la posibilidad de un conflicto militar se desvaneció. En la década de 1990, China tampoco representaba una gran preocupación para Estados Unidos, su economía estaba en proceso de apertura y modernización, pero no competía en sectores estratégicos a nivel global. Militarmente, el Ejército Popular de Liberación no constituía una amenaza relevante.
Esta coyuntura permitió a EU promover el libre comercio y la globalización sin prestar demasiada atención a las consecuencias a largo plazo. Sin embargo, en las últimas décadas, China ha experimentado un crecimiento económico y militar exponencial, transformándose en una potencia industrial y tecnológica. Por ejemplo, su participación en el PIB mundial ha pasado de representar 3.9 por ciento hace 30 años a casi el 20 por ciento en la actualidad. Este ascenso ha llevado a Estados Unidos a reevaluar su estrategia económica y geopolítica, reconociendo la necesidad de fortalecer su base industrial para mantener su seguridad nacional y liderazgo global.
La deslocalización masiva de la manufactura estadounidense ha debilitado la base industrial del país, dejándolo vulnerable frente a competidores estratégicos como China. La pandemia de Covid-19 y la crisis de semiconductores evidenciaron los riesgos de depender de proveedores extranjeros para productos esenciales. Otro ejemplo claro es el de la industria naval militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, EU era líder en construcción naval, con astilleros que producían cientos de barcos al año, garantizando su dominio marítimo. Hoy en día, esa capacidad ha disminuido drásticamente, afectando la capacidad de respuesta.
El contraste con China es notable, mientras EU lucha por construir barcos militares cada año, China ha convertido la construcción naval en un pilar de su estrategia geopolítica. Sus astilleros, los más grandes del mundo, producen barcos de guerra a un ritmo que desafía la supremacía naval estadounidense. En 2001, la flota de la Marina de EU superaba significativamente a la de China, hoy en día, la Armada del Ejército Popular de Liberación la ha superado en número de barcos, y la brecha crece cada año.
La raíz del problema es evidente, mientras EU apostó por el libre comercio y permitió que su industria naval se debilitara en pos de la eficiencia económica, China adoptó una estrategia proteccionista e invirtió agresivamente en su manufactura nacional. Como resultado, EU se encuentra ahora en una posición riesgosa, dependiendo de otros países incluso para fabricar componentes esenciales para su flota.
Trump y sus asesores reconocen que la excesiva dependencia del extranjero ha comprometido la seguridad nacional de EU. Por ello, promueven políticas más agresivas de reshoring (repatriación de la manufactura) y medidas proteccionistas. La cuestión trasciende la eficiencia económica, se centra en la capacidad de defender al país en un entorno global cada vez más hostil.
Durante su primer mandato, Trump implementó aranceles a China y ofreció incentivos a la industria nacional. Sin embargo, la situación actual es más crítica. La deuda pública de Estados Unidos supera el 120 por ciento del PIB, limitando la capacidad para ignorar las fallas estructurales de la economía. La estrategia de las últimas décadas, externalizar la producción y confiar en que los mercados globales resolverían cualquier crisis, ha fallado.
Si EU quiere seguir siendo potencia dominante, tiene que reconstruir su capacidad industrial. Esto implica invertir en sectores estratégicos como el acero, el aluminio y la industria automotriz, incluso si ello requiere subsidios, restricciones comerciales o asumir costos elevados. La competencia global ya no es solo económica, es por seguridad nacional.
México debe comprender que esta es una de las principales razones por las cuales Trump busca redefinir el libre comercio y la globalización. Argumentar que estas medidas perjudicarán a los ciudadanos estadounidenses o que las empresas no pueden relocalizarse de inmediato no altera la realidad. Trump y su equipo buscan el retorno de industrias clave, conscientes de que el proceso será costoso y complejo en sus primeras etapas, pero convencidos de que, si no se actúa ahora, las consecuencias futuras serán aún más dolorosas.