El 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, no es solo una fecha en el calendario; es un grito colectivo que resuena en cada rincón del mundo, recordándonos que la lucha por la equidad y la igualdad de género es una batalla que aún no termina.
Este día nos invita a reflexionar sobre los avances logrados, pero también a mirar de frente los desafíos que persisten. La equidad no es un favor, es un derecho. Y la igualdad no es una utopía, es una necesidad urgente para construir sociedades más justas y prósperas.
En el corazón de esta lucha está la idea de que hombres y mujeres deben tener las mismas oportunidades, no porque sean iguales en todo, sino porque ambos tienen el mismo potencial para contribuir al mundo.
La equidad de género no se trata de quitarle a unos para darle a otros; se trata de equilibrar la balanza, de abrir puertas que han estado cerradas durante siglos. Y cuando esas puertas se abren, todos ganamos. La participación plena de las mujeres en la economía, la política, la ciencia y la cultura no solo las beneficia a ellas, sino que enriquece a toda la sociedad.
Hablando de economía, los números no mienten. Según el Banco Mundial, si las mujeres participaran en el mercado laboral en igualdad de condiciones que los hombres, el PIB global podría aumentar un 26% para 2025. Imaginen el impacto: millones de familias saliendo de la pobreza, comunidades enteras transformándose, países enteros creciendo. Pero hoy, la realidad es otra.
En América Latina, por ejemplo, la tasa de participación laboral de las mujeres ronda el 41%, frente al 59% de los hombres. Y cuando las mujeres trabajan, muchas veces lo hacen en condiciones de informalidad, con salarios más bajos y menos oportunidades de crecimiento. La brecha salarial sigue siendo una herida abierta: por cada dólar que gana un hombre, una mujer gana, en promedio, 82 centavos.
Pero no todo es sombra. Hay luz, y mucha. Mujeres en todo el mundo están rompiendo techos de cristal y construyendo puentes para que otras puedan seguirlas.
Indra Nooyi, ex CEO de PepsiCo, no solo lideró una de las empresas más grandes del mundo, sino que la transformó, priorizando la innovación y la sostenibilidad. Sara Blakely, fundadora de Spanx, empezó con una idea simple y $5,000 en su bolsillo, y hoy es una de las mujeres más ricas del planeta.
En América Latina, mujeres como María Asunción Aramburuzabala en México y Luiza Helena Trajano en Brasil han demostrado que el talento no tiene género y que el éxito no conoce fronteras y en Mexico ya tenemos la primera presidenta en la historia.
Sin embargo, el verdadero cambio no se mide solo en cifras o en historias de éxito individual. El cambio real comienza cuando las mujeres dejan de ser dependientes, cuando toman las riendas de sus vidas y deciden que su destino no estará dictado por estereotipos o prejuicios. La libertad no es solo un derecho; es una responsabilidad. Es la capacidad de elegir, de crecer, de fallar y de levantarse. Es la certeza de que el éxito no es un regalo, sino una conquista.
La lucha por la equidad no es solo de las mujeres; es de todos. Porque un mundo donde las mujeres son libres es un mundo más justo, más rico, más humano. Este 8 de marzo, celebremos los logros, pero no nos detengamos ahí. Sigamos trabajando, sigamos luchando, sigamos creyendo en un futuro donde la equidad no sea una excepción, sino la regla. Porque cuando una mujer es libre, el mundo entero avanza.
“El 8 de marzo no es solo una fecha, es un recordatorio de que cada paso hacia la igualdad es un paso hacia la humanidad que merecemos.”