En septiembre de 1916, un extraño vehículo avanzaba lentamente sobre las trincheras del Somme. Los soldados alemanes, impactados y francamente aterrados, observaban cómo esta máquina blindada cruzaba alambres de púas y absorbía disparos de fusil como si estuviera recorriendo una pradera. Era el “Mark I”, el primer tanque de la historia, creado por Gran Bretaña.
Cualquiera habría pensado que después de que los británicos inventaron este revolucionario vehículo aprovecharían su ventaja tecnológica para dominar fácilmente los campos de batalla. Sin embargo, los generales ingleses prefirieron aferrarse a estrategias antiguas.
Seguían soñando con heroicas cargas de caballería, obsesionados con mantener el status quo militar y su aura romántica. En pleno siglo XX, muchos altos mandos del ejército aún creían firmemente que el caballo nunca perdería su prestigio ni relevancia militar. El mariscal Douglas Haig, comandante en jefe de las fuerzas británicas en Francia, consideraba al tanque poco más que una “curiosidad tecnológica”, prefiriendo confiar en la velocidad y nobleza de sus tropas montadas. Parece inimaginable hoy que una guerra entre tanques y caballos fuera considerada lógica por expertos militares.
Mientras Inglaterra debatía y dudaba, Alemania observaba con atención. Para los estrategas alemanes, el tanque no era una curiosidad, sino el futuro mismo de la guerra. Bajo el liderazgo visionario del general Heinz Guderian, Alemania adoptó y perfeccionó rápidamente esta nueva tecnología, integrándola al núcleo de su estrategia militar. Guderian entendió claramente que la guerra moderna ya no pertenecía a los caballos, sino a máquinas poderosas capaces de avanzar con velocidad, coordinación y protección nunca antes vistas. Esta visión innovadora no solo salvó vidas, sino que también otorgó a Alemania una ventaja inigualable.
En mayo de 1940, la teoría alemana se materializó. Las divisiones blindadas atravesaron los bosques de las Ardenas en Bélgica, una maniobra considerada imposible por los generales aliados, sorprendiendo completamente a Francia y al resto del mundo. París, ciudad que había resistido heroicamente durante cuatro largos años en la Primera Guerra Mundial, cayó en apenas seis semanas.
La ironía resultaba evidente: Inglaterra, la creadora original del tanque, ahora sufría la humillación de ser derrotada precisamente por la máquina que inventó, pero ignoró.
Esta resistencia a adoptar tecnologías claramente superiores es frecuente. Instituciones militares y civiles suelen aferrarse a prácticas familiares y tradicionales, ignorando opciones más efectivas, rápidas y económicas frente a sus ojos.
Estados Unidos sigue invirtiendo enormes cantidades en portaaviones que tardan entre 5 y 7 años en construirse, con costos astronómicos de hasta 13 mil millones de dólares por unidad, como es el caso del USS Gerald R. Ford. Mientras tanto, China controla aproximadamente el 80% del mercado global de drones comerciales y domina gran parte de la producción mundial de componentes clave para drones.
China, consciente de la ventaja estratégica, ha invertido fuertemente en la creación de un ejército moderno basado en drones, cuya efectividad ha quedado demostrada en conflictos recientes como la guerra en Ucrania. Además, China ha mostrado liderazgo en tecnologías como la inteligencia artificial y los sistemas autónomos, reforzando aún más su ventaja competitiva en esta nueva forma de combate.
Igual que aquellos generales británicos enamorados de la caballería, muchas armadas actuales están atrapadas por una nostalgia romántica hacia la supremacía naval tradicional, así como por fuertes intereses económicos y burocráticos que se resisten al cambio tecnológico.
En el mundo empresarial y militar, la lección es clara: no basta con descubrir nuevas tecnologías o procesos innovadores. Es esencial tener la visión, flexibilidad y agilidad necesarias para adoptarlas rápidamente. Porque, tal como Alemania demostró hace casi un siglo, aquellos que vencen sus propias creencias limitantes y abrazan las innovaciones desde el principio son quienes, inevitablemente, dominan el futuro.
Hasta la próxima,
Manuel.