Donald Trump es un huracán que arrasa con todo a su paso. Su regreso a la Casa Blanca está generando un nerviosismo exacerbado entre aliados internacionales, mercados financieros, migrantes, funcionarios gubernamentales, jueces, ambientalistas, diplomáticos, vecinos y “socios” comerciales.
Su sadismo político y su desprecio absoluto por cualquier noción de mesura y responsabilidad están desmoronando los cimientos del orden mundial.
La extorsión a Ucrania, sus amenazas de abandonar la OTAN y su coqueteo descarado con Putin han sembrado incertidumbre entre los aliados occidentales. Europa se encuentra en alerta máxima, preguntándose si puede confiar en un país que alguna vez fue el garante del orden global, pero que ahora, bajo la conducción de este quebrador de casinos, parece más inclinado a dinamitar cualquier atisbo de cooperación y solidaridad.
China y Rusia, mientras tanto, observan con asombro, listos para capitalizar el caos que Trump desata con su “diplomacia” disruptiva.
Dentro de Estados Unidos, el sistema judicial enfrenta un nivel de presión sin precedentes. Trump ha desatado una campaña feroz contra jueces, fiscales y organismos de control que buscan hacerle rendir cuentas. Su retórica violenta contra el Departamento de Justicia y el FBI muestra su intención de convertirlo en un arma personal para perseguir a opositores políticos; son señales de un proyecto autoritario en marcha. Jueces amenazados, fiscales intimidados y cortes en peligro de ser cooptadas por su secta de incondicionales muestran cómo está carcomiendo desde dentro uno de los pilares fundamentales de la democracia: la autonomía del Poder Judicial.
La ciudad de Washington, DC, está literalmente bajo ataque, con la motosierra de Musk acabando con la “industria de la ciudad”. Los trabajadores gubernamentales no han escapado de su furia. Es evidente la intención de tasajear un cuerpo gubernamental para que sus restos sirvan casi exclusivamente a su ego y a sus vendettas personales.
Cualquier noción de profesionalismo y administración eficaz está siendo reemplazada por integrantes de un culto fanático que responde únicamente a sus caprichos y paranoias. Cuando las cosas fallen, siempre sabrá a quién echarle la culpa, a todos menos a él.
A nivel global, legiones de personas en situación de pobreza también están sufriendo los estragos. Trump ha mostrado un desprecio absoluto por cualquier política de ayuda internacional, cortando de tajo fondos para programas que benefician a las poblaciones más vulnerables. La burla y el desprecio que mostró en su reciente discurso ante el Congreso, enumerando con sorna diversos programas que han sido aniquilados en los más diversos rincones del planeta, son insultantes.
Su visión cortoplacista y mezquina no solo afecta a quienes dependen de estos programas, sino que también provocará epidemias, hambrunas, crisis migratorias y conflictos que eventualmente alcanzarán a todos. En su lógica cruel, quienes sufren no son más que hormigas en una selva donde solo reina la ley del más fuerte.
En materia ambiental, su impacto es devastador. Sin ocultarlo, alza la voz para desmantelar regulaciones clave para la protección de la naturaleza, permitiendo que industrias contaminantes operen. Ahora, con promesas de revivir el carbón y ampliar la explotación petrolera sin límites con su grito: ¡Drill! ¡Drill! ¡Drill! Su postura es una sentencia de muerte para cualquier esfuerzo serio de combatir el calentamiento planetario.
La biodiversidad, el agua limpia y el aire respirable son conceptos secundarios para un hombre cuya visión del mundo se limita a cuánto dinero puede exprimir antes de que todo colapse.
La buena vecindad no es un concepto que esté en su diccionario. Es insultante lo que ha hecho con Canadá. Panamá, Dinamarca (asunto Groenlandia) y desde luego con nuestro país. Con su retórica agresiva ha envenenado las relaciones diplomáticas y fortalecido narrativas xenófobas.
Su obsesión con militarizar la frontera con México no sólo es ineficaz, sino que complica la cooperación en seguridad, comercio y migración. Junto con sus radicales asesores, no comparte la noción de que una relación basada en el respeto y la colaboración es más fructífera que una sostenida en amenazas y humillación.
Finalmente, los equilibrios financieros están en grave peligro. Su política económica es errática. El zigzagueante garrote de sus tarifas, sus cotidianas amenazas de represalias comerciales y su desprecio por las instituciones económicas internacionales preludian nuevas crisis. Ya los mercados empiezan a dar serias señales de insatisfacción.
La incertidumbre que generan sus bandazos ya se está reflejando en la volatilidad de los mercados y el freno a inversiones. La economía global no necesita a un pirómano jugando con fuego.
Su segunda llegada al poder es un golpe brutal para todo lo que sostiene la estabilidad y el progreso. Su sadismo político, su falta de escrúpulos y su inclinación a la destrucción nos dejan con una sola certeza: tiempo nublado, relámpagos y lluvias torrenciales.