Vivimos en una época marcada por la inmediatez. Hemos perdido la paciencia y todo lo queremos rápido: el éxito profesional, mejores relaciones, salud óptima o incluso dominar una nueva habilidad. Con frecuencia, buscamos atajos que prometen resultados veloces e impactantes.
Darren Hardy, en su libro The Compound Effect, explica que esta urgencia de gratificación instantánea entorpece la posibilidad de alcanzar metas significativas y duraderas. Afirma que el cambio real tarda en consolidarse; y son preferibles los pequeños pasos constantes, a lo largo del tiempo, para tener logros extraordinarios.
El llamado efecto compuesto es muy conocido en el entorno financiero para mostrar cómo un ahorro periódico y la acumulación de rendimientos forjan un patrimonio notable. Pues la propuesta es que esta misma estrategia funciona en cualquier aspecto de la vida. En el coaching, actúa como una guía para conseguir avances perdurables en objetivos personales, aprendizaje y proyectos creativos.
Esta idea se apoya en un concepto sencillo pero contundente: decisiones y acciones diminutas, practicadas con frecuencia, desencadenan un efecto acumulativo de gran magnitud. Aunque al inicio el impacto sea casi imperceptible, la constancia origina ímpetu y, al final, transformaciones significativas.
Por ejemplo, quien dedique sólo diez minutos diarios a leer sobre algún tema de interés sumaría más de 60 horas de estudio en un año. En lugar de buscar cambios inmediatos, conviene visualizar el panorama a largo plazo.
En el ámbito del coaching, muchos ansían modificaciones drásticas de manera rápida. Las redes sociales y cierto marketing refuerzan esa perspectiva al exhibir historias de logros instantáneos, lo que suele desembocar en frustración, agotamiento e incluso el abandono de las metas.
La realidad muestra que algunas personas se les dificulta ese ritmo vertiginoso y un proceso pausado brinda mejores resultados, tal como dice el viejo dicho: “más vale paso que dure y no trote que canse”. Este principio está lejos de ser una renuncia a los sueños o a conformarse con menos; se trata de adoptar un método sostenible que permita avanzar con firmeza, aunque sea con tiempos moderados.
Para aplicar el efecto compuesto en la vida cotidiana, lo primero consiste en tener claridad acerca de las metas. Objetivos confusos o desmesurados generan desaliento, así que dividirlos en etapas concretas los hace manejables. Además, los hábitos son fundamentales para cualquier transformación.
Registrar los pequeños triunfos ayuda a conservar la motivación, en lugar de centrar toda la atención en el desenlace. Esa práctica, por mínima que parezca, refuerza la constancia.
También es eficaz reducir distracciones y ambientes adversos, ya sea al moderar el uso de redes sociales o al distanciarse de influencias negativas. Cada avance, aunque sea sencillo, merece reconocimiento y valoración, pues conforma un aporte esencial al progreso.
El efecto compuesto va más allá de una simple táctica financiera; en coaching, funciona como un recordatorio de que las transformaciones auténticas surgen a partir de esfuerzos continuos y modestos, en vez de anhelar resultados instantáneos.
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