México se está secando. La crisis del agua se intensifica cada año. Miles dependen de la compra de agua para cubrir necesidades básicas, sin importar su nivel socioeconómico. Según la CONAGUA, más del 65% del territorio presenta algún grado de sequía, y estudios advierten que el 70 % de la población vive en zonas donde la sequía varía entre moderada y extrema. El agua se ha convertido en un recurso sujeto a especulación, mientras que la combinación de sequías prolongadas, crecimiento urbano descontrolado y una gestión ineficiente no hace más que agravar el problema. En abril de 2025, el aumento de temperaturas intensificará aún más la presión política, social y económica derivada de esta crisis.
En Chihuahua, el agua no solo enfrenta a agricultores y gobiernos, también ha generado conflictos con grupos del crimen organizado que buscan controlar su distribución. La sequía extrema compromete el ciclo agrícola y pone en riesgo el suministro. La seguridad hídrica no es solo un tema ambiental, sino una cuestión de estabilidad económica, producción de alimentos y bienestar social. Sin una estrategia que integre infraestructura, tecnología y gobernanza, la crisis seguirá escalando.
Pero no afecta a todos por igual. Desde tiempos ancestrales, son las mujeres quienes recorren kilómetros por agua, administran su consumo en casa y enfrentan las peores consecuencias cuando escasea. Pero su rol en la toma de decisiones sigue siendo limitado. Sin embargo, cada vez más desafían esa exclusión y lideran iniciativas innovadoras para transformar el acceso. En la Sierra Tarahumara, mujeres rarámuri han implementado la fitorremediación con cempasúchil para tratar aguas residuales en comunidades rurales. En las costas de Sonora, un grupo de mujeres seris, instaló paneles fotovoltaicos, garantizando acceso al agua y electricidad sin depender de fuentes externas. Otras soluciones mexicanas han surgido con la misma urgencia. Isla Urbana ha llevado sistemas de captación de lluvia a comunidades sin acceso, mientras que Earth-IoT optimiza su uso en la agricultura con sensores y análisis de datos. Lamentablemente estas innovaciones aún operan en nichos, sin escalar a nivel nacional.
A nivel global, hay ejemplos que México podría aprovechar. Israel, pionero en desalinización, obtiene más del 80% de su agua potable proveniente del mar. Singapur ha logrado que el 40% de su consumo provenga de aguas residuales tratadas gracias a su programa NEWater. En otras partes del mundo, startups han desarrollado membranas avanzadas para filtrar aguas residuales industriales y tecnologías que capturan la humedad del aire para convertirla en agua potable, soluciones que podrían transformar el panorama hídrico del país.
México tiene la oportunidad de actuar. Con 11,000+ kilómetros de costa podría aprovechar la desalinización como una solución a la escasez, pero hasta ahora, los proyectos en Baja California y Sonora han sido limitados. También genera grandes volúmenes de aguas residuales, pero solo alrededor del 10% se recicla. A esto se suma la pérdida de agua potable por fugas en tuberías. En la Ciudad de México, hasta el 40% del agua se pierde antes de llegar a los consumidores. Tecnologías basadas en inteligencia artificial ya permiten detectar fugas en tiempo real y optimizar el uso del agua, ofreciendo una solución clave para reducir desperdicios.
El país necesita un pacto hídrico que convoque no solo al sector privado y al gobierno, sino también a centros de investigación, emprendedores y al ecosistema de innovación (que urge reactivar). Modernizar redes, digitalizar el monitoreo y promover el uso eficiente del agua es crucial, pero insuficiente sin un respaldo estructural y sistémico a nuevas tecnologías. México arrastra un rezago en la generación de patentes y en el financiamiento de startups de tecnología, que limita el desarrollo de soluciones escalables.
La diferencia entre enfrentar esta crisis con resiliencia o padecerla con escasez dependerá de qué tan rápido adoptemos soluciones probadas, pero también de qué tanto apostemos por generar las propias. Mientras tanto, la presión internacional se suma a la crisis interna. Ante la grave escasez de agua en Texas, el estado ha presionado por incluir el cumplimiento del Tratado de Aguas de 1944 en las negociaciones del T-MEC, exigiendo México entregue las cuotas de agua pactadas como parte de los acuerdos fronterizos. La disputa ya forma parte de la agenda comercial con Estados Unidos, convirtiendo el agua en una moneda de cambio geopolítica. El próximo 22 de marzo, Día Mundial del Agua, es un recordatorio de que la crisis hídrica no puede seguir en segundo plano. El agua es más urgente que la estabilidad del peso o cualquier crisis económica. No podemos esperar al día cero.