Las atrabiliarias decisiones de Donald Trump en múltiples frentes resquebrajan reglas y acuerdos de la convivencia internacional construidos por décadas. Arremete también contra instituciones de su país, hasta trastocarlo. Vista desde México, esa forma de actuar tiene un aire de algo ya vivido, produce un escalofrío con cierto déjà vu.
En la película canadiense The Apprentice (La historia de Trump), dirigida por Ali Abbasi y estrenada en 2024, se cuenta cómo Trump aprendió de un abogado sin escrúpulos, Roy Cohn, el método que lo catapultó en los negocios y, luego, en la política. Es un método de tres pasos: 1) ataca, ataca, ataca; 2) no reconozcas nada, niega todo y 3) siempre canta victoria.
Son los ingredientes de una puesta en escena que se repitió en México por seis años, más de 1,400 veces, en las conferencias matutinas de López Obrador. Veamos.
Uno. Ataca, ataca, ataca. ¿Qué persona o institución quedó a salvo de los ataques presidenciales el sexenio pasado? Recibieron acusaciones lo mismo medios de comunicación que organizaciones feministas, defensoras del medio ambiente, de derechos humanos, universidades, científicos, el Instituto Nacional Electoral y el Poder Judicial no subordinados, las instituciones de transparencia y un largo, larguísimo etcétera. Todo el que disintió, el que no obedeció ni aplaudió al poder, fue tachado de neoliberal, de corrupto, de pertenecer a una minoría rapaz.
Fue un ataque no solo retórico. López Obrador destruyó el Seguro Popular, acabó con la distribución de medicamentos, cesó funcionarios públicos, despojó de fondos a instituciones científicas y culturales. Trump habilita la motosierra de Musk: despide empleados públicos, recorta recursos para actividades estratégicas sin reparar en las consecuencias.
Las embestidas presidenciales, en ambos países, contra todo lo que les estorbe. Eso sí, con alguna excepción: Trump trata con deferencia a Vladímir Putin, no insulta al líder chino ni se mofa del dictador de Corea del Norte. A Europa, Canadá y México los agravia con desparpajo. López Obrador infamó a intelectuales, a periodistas, a jueces, pero, eso sí, a los capos del narcotráfico siempre les dio trato de “señores”. En ambos casos, cobardía y pusilanimidad frente a quienes sí son un peligro para sus naciones.
Dos. Niega todo, sáltate los hechos. La evidencia no existe. Trump y López Obrador minimizaron la gravedad de la pandemia de Covid-19. Coinciden en la negación del cambio climático. La verdad se construye no a partir de hechos, sino de los dichos de quienes tienen el poder; son dueños de una realidad alternativa, con millones de creyentes. Ignoran mandatos judiciales. Nunca se retractan, jamás pedirán perdón, se consideran infalibles.
Tres. Siempre canta victoria. Los hombres providenciales no pueden perder elecciones; si ello ocurre, es que los robaron. López Obrador llamó a tomar Reforma en 2006 alegando un fraude que, dos décadas después, no probó. Trump incitó a una turba a asaltar el Capitolio en 2021. Por arte de magia, decretan que el mundo cambió: en México se acabó la corrupción por decreto y América es grande otra vez, aunque ningún dato soporte tales afirmaciones. Cantaban y cantan victoria en la conducción de la economía, así el PIB vaya a la baja y ahuyenten inversionistas.
Con los tres pasos ejercen un férreo liderazgo, fijan la agenda de los medios, doblan oposiciones, agregan fieles, dan carta blanca a aliados y cómplices, y afectan la vida de millones de personas. El modo es similar, pero hay un abismo en la magnitud de los efectos: Trump tiene en vilo al mundo.
El “método” Cohn está en las antípodas de la democracia: entiende la política como imposición; el diálogo y el acuerdo están cancelados. El opositor debe ser destruido. No hay imperio de la ley sino el de su propia voluntad, por eso arrasan con la división de poderes.
El déjà vu puede dejar una lección: es preciso no engañarse, ni minimizar riesgos. El autócrata no saciará su sed de poder, no se autocontendrá. Si dice que va por Groenlandia y Panamá, es preciso tomarlo en serio. No hay líneas rojas que no cruzará. Nada está descartado. El peligro es real.
Como advierte Nadia Urbinati, salir del populismo no es volver al día de antes, pues la insatisfacción social con ese antes es lo que permitió a los populistas ganar elecciones y hacerse con el poder. El fracaso social de las democracias, en México y Estados Unidos, fue la antesala del destructivo populismo.