Cuando le falta poco para cumplir un semestre como presidenta, Claudia Sheinbaum puede hacer un corte de caja desde la tranquilidad de que su liderazgo político es reconocido nacional e internacionalmente. No es poca cosa, pero implica un riesgo.
En menos de 24 semanas ha dado muestras de que es capaz de consolidar al obradorismo, mantener la economía a flote, radicalizar el combate anticrimen, domar a Donald Trump, contener a la oposición, fijar agenda en mañaneras a su estilo… e impedir nostalgias.
Sheinbaum ha sabido desdoblarse en una figura que poco a poco ocupa el enorme vacío que dejó YSQ. Lo ha logrado con una singular combinación de evocaciones abiertas al exmandatario, al tiempo que se vuelve una persona que se deja tocar por un movimiento en duelo.
La mandataria ha resultado, no diría que una revelación de simpatía, tal no es su personalidad, pero sí alguien con la consciencia de que como gobernante y como líder de un movimiento, su trato y contacto con las masas tendría que ser empático y hasta fraterno.
Sus giras de fin de semana se han vuelto una ocasión de cercanía e incluso de abrazos a no pocos, particularmente chicos y mayores, de quienes asisten; en claro contraste con la personalidad reverenciada, mas en términos de distancia cuasi olímpica, de su predecesor.
Claudia sigue en campaña, o de luna de miel con la ciudadanía, si se quiere. En esas giras semanales se le ve a gusto con la masa y, qué duda cabe, a ésta con su presidenta. En pocas palabras, su “persona” presidencial ha crecido en autoridad, pero también en seguidores.
Claro que esa comunión no es atribuible sólo a que diseña mítines donde baila con niños —cosa que le criticaron por el timing de Teuchitlán—, sino porque llega a esas giras luego de semanas en donde las labores más rudas del gobierno no se han salido de madre.
Se dice fácil porque ha ocurrido sin sobresaltos, pero el hecho mismo de que le resultó bien el cambio del abúlico secretario de Hacienda por uno que de saque tiene más posibilidades de relanzar la interlocución nacional e internacional, es algo que abona a confiar en ella.
En el mismo sentido, la presidenta ha cosechado respaldo por el éxito de su estrategia de tres vías frente a Estados Unidos: va bien la combinación de cabeza fría, ánimo colaborativo y reivindicación de la soberanía ante el mercurial y atrabiliario presidente Donald Trump.
Y aun antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca, la presidenta había establecido el fin a la tolerancia a los criminales: por ejemplo, el combate frontal en Sinaloa inició tan pronto como el sexenio, y tras la expatriación a EU de 29 procesados se cruzó un punto sin retorno.
La presidenta ha rubricado esa diferenciación al relanzar la agenda de justicia para las víctimas de desaparición forzada. AMLO ni las vio ni las escuchó.
En paralelo, su mañanera no tendrá el salero tabasqueño que antes del 1 de octubre, pero se ha probado útil para, con buenas o malas artes, contener a la oposición y, muchas veces, copar la agenda mediática.
Ha logrado que no se eche de menos al que se fue. No es que todo vaya bien —el desabasto de medicamentos o Pemex son grandes dolores de cabeza—, pero estamos muy lejos de una crisis política o de liderazgo. Hay presidenta así Adán Augusto no quiera.
Por eso ella evoca tanto a AMLO. Para que se sienta cuidado por la única que, en efecto, lo puede reemplazar.