Pase lo que pase, a partir del 2 de abril, con las tres pistas de aranceles estadounidenses a México (los que ya están en vigor en acero y aluminio; los punitivos y generales del 25 por ciento, ligados a fentanilo y migración; más aquellos que entrarán en vigor para automóviles y autopartes), la relación bilateral con Estados Unidos camina sobre hielo fino. La prueba de ello no solo es que se haya materializado lo que subrayé desde la campaña y transición en EU en el sentido de que Donald Trump repartiría de arranque tres o cuatro trancazos (en materia de migración, combate al crimen organizado y política comercial) para marcar tono y ablandar al gobierno mexicano y elevar con ello, su capacidad de presión y palanqueo. Ahora, hace una semana, el Departamento de Estado anunció que había rechazado una solicitud de entrega de agua de la cuenca del Río Colorado a México, destinada para Tijuana, alegando retrasos e incumplimiento en la entrega de agua a EU por parte de México en la cuenca del Río Bravo. Esta es la primera vez que Washington, al amparo del Tratado de Aguas de 1944 (firmado entre ambas naciones, establece la distribución equitativa del agua de los ríos Colorado, Tijuana y Bravo, y define la composición y funciones de la Comisión Internacional de Límites y Aguas) explícitamente liga el cumplimiento en las entregas de agua de una cuenca con las de la otra.
Esta decisión es mal augurio para el tono muscular y la dinámica de la relación yendo hacia adelante. Es un hecho que este frente adicional de tensión y disputa bilateral de nuevo se reduce en gran medida al saldo y legado que deja López Obrador en la relación (claro está, el canciller de la presidenta Sheinbaum ya se podría haber puesto las pilas con el tema desde octubre) y en los temas de política interna que impactan la agenda bilateral. Por un lado, dobló las manos a la primera en marzo de 2019 ante la presión y vinculación temática de aranceles punitivos con la transmigración y, como la proverbial cereza en el pastel, luego ensalzó a Trump con zalamerías en la Casa Blanca, diciendo que su homólogo estadounidense nunca había “buscado imponernos nada”, con ello, de paso, pavimentándole a aquél el camino para la reedición de esa estrategia cinco años después, con su nueva contraparte mexicana. Por el otro, ignoró a lo largo de su sexenio el creciente adeudo de agua por parte de México en la cuenca del Bravo. Pero en el fondo, la decisión estadounidense de vincular agua del Bravo con la del Colorado es la expresión destilada de la contaminación temática de la agenda en su conjunto: el apalancamiento abierto de tema contra tema a pesar de estar en compartimentos estanco distintos (aranceles vinculados a temas no comerciales, por ejemplo); acciones desproporcionadas; el chantaje diplomático; y la ruptura total del paradigma de responsabilidad compartida que tanto trabajo nos costó articular con EU a partir de 2007.
Para rematar este contexto de volatilidad en la agenda bilateral, en un hecho inédito en la relación bilateral moderna, Trump, en su primer discurso ante una sesión conjunta del Congreso, dio un pase más hacia terra ignota en la relación, al articular una acusación directa y sin rodeos de la “alianza intolerable” entre el gobierno mexicano y el crimen organizado. Nunca antes, ni en los momentos de mayor tensión en torno al asesinato en 1985 de un agente de la DEA en suelo mexicano, había un mandatario estadounidense lanzando una bomba discursiva como esa.
Por ello, hay que empezar a pensar fuera de la caja en la relación con Washington, y hacerlo instrumentando políticas en torno a tres vectores de acción: por llamarlo de alguna manera, una estrategia de las tres Cs. Dos son proactivas, para tratar de mitigar flancos de presión y, dada la asimetría real de poder que hay entre ambos vecinos y socios, hacer jiu-jitsu con las presiones provenientes de la administración Trump; la otra es reactiva, en una especie de “como viene, va”, sobre todo si la relación empieza a descarrilarse.
Primero, converger. México y EU -y Canadá cuando sea relevante y necesario- tenemos que procurar alinear, de manera creciente, políticas, acciones e iniciativas que nos permitan articular posturas o frentes comunes ante procesos y fenómenos que impactan a la región en su conjunto. Una primera acción podría ser transitar hacia una unión aduanera con un arancel común para Norteamérica. Ello no solo eliminaría de la mesa el tema China, y el transbordo y desviación de insumos y mercancías chinas vía México (foco rojo y de consenso bipartidista tanto en Washington como en Ottawa) de cara al proceso de revisión -o potencial y probable renegociación- del TMEC en 2026, sino que, además, minimizaría potenciales dislocaciones arancelarias -eliminando la certificación de origen y la operación aduanera en el tránsito intrarregional de mercancías, fomentando la colaboración regional y fortaleciendo el comercio- y neutralizaría en gran medida la tentación trumpista a recurrir a aranceles para forzar concesiones en otros temas de la agenda bilateral. De paso, ayudaría a impulsar la transición de las aduanas mexicanas de una entidad primordialmente recaudatoria -como lo ha sido durante décadas- a una enfocada principalmente en la seguridad nacional y fronteriza. Una unión aduanera podría fomentar la colaboración intrarregional, políticas comerciales innovadoras y marcos adaptables para abordar las complejidades del comercio global y la dinámica geopolítica que enfrenta Norteamérica en su conjunto.
Segundo, cooperar. Siempre he subrayado que para México y EU solo hay una receta: para retos trasnacionales, se requieren soluciones trasnacionales. Pocos temas impactan hoy tan directamente la seguridad y el bienestar de mexicanos y estadounidenses -y atentan contra la soberanía nacional de México- que la acción delictiva de las organizaciones criminales trasnacionales. Y contrario al mantra de la 4T de que “solo puede haber cooperación si existe confianza”, la historia reciente de la relación bilateral demuestra que es al revés: ha sido la cooperación la que fomenta y profundiza la confianza. Por ello, una acción inmediata que México podría instrumentar es relanzar la cooperación en materia de seguridad con EU, desechando el llamado Acuerdo Bicentenario, un acuerdo de efecto Potemkin lanzado con pompa y circunstancia el sexenio pasado en medio de la evisceración más radical a la cooperación en materia de seguridad con nuestro vecino, y proponer la negociación y suscripción de un tratado norteamericano de seguridad integral. Este no solo abordaría temas vinculados al combate al crimen organizado trasnacional y la cooperación en materia de procuración de justicia. Bajo el entendido de que la prosperidad compartida y la seguridad compartida norteamericanas deben ir entreveradas, el tratado abordaría también temas de seguridad perimetral norteamericana, mayor cooperación en materia de defensa, inteligencia, ciberseguridad y posturas comunes frente a actores extra-hemisféricos. Y apalancado precisamente en la propuesta anterior de una unión aduanera, incluiría la creación de una agencia binacional de control y seguridad aduanera y transfronteriza, para evitar el cruce ilícito en ambas direcciones o negar capacidad operativa a actores que pudiesen atentar contra la seguridad nacional de la región. En un EU que hoy, en lo general, percibe a México como uno de sus principales flancos de vulnerabilidad en materia de seguridad nacional, esta propuesta, ya articulada en lo general por otros colegas analistas, sería un golpe de efecto sobre la mesa.
Tercero, confrontar: Es evidente que por mucho que haga el gobierno mexicano por acotar y resolver los frentes de presión que emanarán de la Oficina Oval durante los tres años y 10 meses venideros, habrá que estar preparados y dispuestos para responder de manera más asertiva a las acciones de Trump, sobre todo porque la experiencia demuestra que a un bully hay que encararlo y frenarlo con determinación. Y si bien, México no puede entrar en una dinámica del tú por tú, tampoco está chimuelo, y tiene dientes que puede usar. Un ejemplo de una medida para este tercer vector de acción sería anunciar que México, basado en criterios de seguridad nacional, prohibirá -en función del papel que juegan las armas ilícitamente vendidas en EU y traficadas a través de la frontera hacia nuestro país- a los directivos e integrantes de consejos de administración de las empresas fabricantes de armas estadounidenses (muchos de los cuales tienen propiedades de veraneo en playas o ciudades mexicanas) su ingreso a territorio nacional.
Estos son solo tres ejemplos de políticas esbozadas de manera general que propongo aquí para echar a rodar la piedra; puede haber muchas otras que se puedan diseñar para cada uno de estos tres vectores, estas tres Cs. Lo que urge es empezar a repensar la agenda con EU de manera distinta, tanto propositiva como reactivamente, por lo menos de aquí a 2028. Siempre he subrayado que una política exterior que no toma riesgos suele ser una política exterior carente de resultados. Es quizá el momento de empezar a tomarlos.