El autor es Consultor en Estrategia Digital y Campañas Políticas.
En medio de una crisis de seguridad sin precedentes, una economía frágil y una gestión cuestionada, Daniel Noboa logró lo impensable: reelegirse como presidente de Ecuador. Y lo hizo con un margen claro, al conseguir el 56 por ciento de los votos. Contra todos los pronósticos que advertían desgaste, polarización y fatiga ciudadana, el joven mandatario consiguió mantenerse competitivo y proyectar continuidad. La pregunta es inevitable: ¿cómo lo logró?
La respuesta no está en un discurso vibrante, ni en una maquinaria territorial abrumadora. Está en su capacidad de entender el signo de los tiempos: Noboa no buscó convencer en plazas llenas, sino en pantallas pequeñas. Supo diseñar —y sostener— una narrativa digital que lo mantuvo vigente, incluso cuando los hechos parecían jugar en su contra.
Mientras Ecuador enfrentaba una oleada de violencia sin precedente por el crimen organizado, Noboa aplicó una fórmula arriesgada pero efectiva: declarar “conflicto armado interno” y recurrir al uso de las fuerzas armadas para recuperar el control. No todos los sectores aprobaron la estrategia, pero su narrativa fue más poderosa que el ruido.
En un país con una ciudadanía saturada de confrontación política, Noboa construyó una figura de liderazgo pragmático, moderno y, ojo, digitalmente cercano. Sus publicaciones en redes sociales —breves, visuales, con estética de campaña permanente— no buscaban explicar las complejidades del país, sino sostener una imagen: la de un presidente joven, decidido y operativo. Y esa imagen, en la era del algoritmo, vale más que cualquier boletín.
A diferencia de su contrincante, Luisa González —más ligada al discurso tradicional del correísmo, Noboa entendió que las elecciones ya no se disputan sólo en los medios de siempre. Las plataformas como TikTok e Instagram fueron sus espacios naturales, donde no sólo se mostraba, sino donde consolidaba una comunidad de respaldo simbólico.
Y es ahí donde radica la verdadera lección para los candidatos de 2025 y 2026 en Sudamérica: en un escenario de crisis, no gana el que grita más fuerte, sino el que administra mejor su narrativa. Noboa tuvo escándalos, decisiones impopulares y cuestionamientos legítimos. Pero entendió algo fundamental: la percepción no se controla desde la prensa, sino desde la atención.
Esto no significa que los problemas de Ecuador se hayan resuelto, ni que su modelo sea replicable sin matices. Lo que sí queda claro es que el voto joven, urbano y digital no se activa con propuestas densas, sino con mensajes inmediatos. La lógica no es deliberativa: es emocional, simbólica, visual. La política ya no se juega sólo en territorio, sino en el scroll infinito del celular.
Para los países que van a elecciones este año —como Bolivia, Argentina y Chile—, el caso ecuatoriano ofrece una advertencia y una oportunidad. La advertencia: los contextos de violencia, polarización y abstención no garantizan el castigo al poder. La oportunidad: quien logre sintetizar una narrativa convincente, aunque gobierne entre crisis, puede ganar.
El caso Noboa nos recuerda que el reto no es solo gobernar, sino narrar el gobierno. El mensaje no es solo lo que se dice, sino cómo se dice, dónde se dice y a qué velocidad se adapta. Ganar elecciones en tiempos de incertidumbre ya no depende únicamente de estructuras o programas: depende también de dominar el lenguaje de las plataformas, la lógica del algoritmo y la ansiedad de una ciudadanía que quiere certezas, aunque sean en formato breve.