¿Cuál es la diferencia entre la dictadura perfecta que denunció Vargas Llosa a principios de los años noventa y la dictadura imperfecta que trata de consolidarse en México en estos días?
Hay que destacar el papel que jugaron y juegan hoy los intelectuales. En los años noventa los intelectuales todavía gozaban de un lugar privilegiado en el imaginario público; eran leídos y escuchados, se tomaba en cuenta su opinión. Tanto que un encuentro internacional de intelectuales podía ser transmitido por el Canal 2 en horario estelar. Octavio Paz fungía como el intelectual de mayor peso dentro de la cultura mexicana. En los noventa, los dimes y diretes entre dos grupos culturales (Vuelta y Nexos) eran noticia.
La relación de los intelectuales mexicanos con el Estado era una relación singular. La describió así Vargas Llosa: “No creo que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos y nombramientos, a través de cargos públicos, y sin exigirle una adulación sistemática como hacen los dictadores vulgares, sino por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica, porque esa es la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder”. El gobierno mexicano pagaba porque le pegaran. Había límites en esa crítica tolerada: no se podía criticar al presidente y tampoco al Ejército. En 1988, apenas una semana después de que Carlos Salinas de Gortari asumiera la Presidencia, luego de unas elecciones muy cuestionadas, se anunció la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, un sistema generoso de becas para artistas y escritores. Presidió la ceremonia, al lado del presidente, Octavio Paz.
Salinas de Gortari había operado un audaz acercamiento con los intelectuales liberales a través del Conaculta y con los intelectuales de izquierda por medio del programa Solidaridad. Dos años después del Encuentro Vuelta, que fue financiado con fondos privados, el gobierno de Salinas (a través del Conaculta y de la UNAM) patrocinó un segundo encuentro internacional de escritores, el Coloquio de invierno, supuestamente para reflexionar sobre el mundo desde la izquierda. Nadie recuerda este segundo encuentro, a pesar de que ahí se gestaron las líneas centrales de lo que años después sería el gobierno populista de Morena.
La nueva dictadura mexicana (que así se le llama a un sistema en el que el Poder Legislativo y Judicial quedan supeditados al Ejecutivo) tiene muy clara la función de los intelectuales que, aunque disminuido su papel, continúan sirviendo como amplificadores y organizadores de las ideas inarticuladas de la sociedad. Pero la nómina de sus intelectuales es pobrísima. López Obrador decía que le bastaban los dedos de una sola mano para contarlos. Hace más de treinta años que Lorenzo Meyer no publica un libro importante. Fabrizio Mejía es un plagiador en serie. El Fisgón, un ideólogo fanatizado. De Sabina Berman no se sabe muy bien si sus artículos ayudan o perjudican a su movimiento (como aquel en donde confesaba haber sobornado a un juez). Y hasta ahí. Una caballada en verdad muy flaca. El PRI cooptaba intelectuales, los subvencionaba para que estos lo criticaran y dieran al régimen una apariencia democrática. A los jilgueros de la 4T les han abierto espacios —voluntariamente a fuerzas— en Reforma, en Milenio, en Radio Fórmula y en Foro TV. A diferencia de los intelectuales de los 90, no dejan ni un instante de cantar loas al gobierno, justificando sus peores desatinos, callando ante los crímenes de lesa humanidad y los fraudes más escandalosos. No entienden que la crítica debe ser fundamentalmente una crítica del poder. Concentran sus baterías en una oposición disminuida y así creen desquitar el bono. Les pagan para elogiar al gobierno. Obviamente, su credibilidad está por los suelos. Pueden tener una amplia audiencia, porque está soportada por el poderoso aparato de propaganda del gobierno, pero no tienen el menor respeto de sus pares. Son vistos como los bufones que divierten a la presidenta con sus sofismas justificadores. Tienen acceso a medios, tienen presupuesto, tienen los canales públicos, y lo único que se les ocurre, en vez de proponer ideas, es el elogio cansino del poder.
La dictadura del PRI, según Vargas Llosa, era “perfecta” porque subvencionaba a intelectuales y periodistas para que la criticaran. La nueva dictadura de Morena es imperfecta porque los intelectuales y periodistas a los que paga no hacen otra cosa que justificar sus desatinos. Claro, los intelectuales y periodistas críticos del gobierno le siguen dando una apariencia de apertura (“esto no lo podrías escribir en una dictadura”), cada vez menor. Si los leyeran, se darían cuenta de que están contando la verdadera historia de nuestro tiempo, de cómo se perdió la democracia para dar paso a una dictadura corrupta, ineficiente y cómplice del crimen organizado.