Aunque Donald Trump concedió una excepción de tres meses a sus aranceles recíprocos, que anunció el 2 abril para más de 180 países, no ha reducido las tarifas arancelarias contra China. De hecho, las ha aumentado progresivamente hasta alcanzar un 145 por ciento y, en respuesta, China incrementó los aranceles a productos estadounidenses hasta un 125 por ciento. Uno de los posibles objetivos de Trump con estas medidas es evitar el ascenso de China como primera potencia mundial, ante las amenazas que esto representa para los intereses de EU, especialmente con relación a la hegemonía del dólar. Así, al intentar disminuir la influencia de China en el comercio global, que ha sido clave para su crecimiento económico, Trump busca limitar su auge. No obstante, Pekín dispone de diversas estrategias para eludir la presión estadounidense, como lo explicaremos a continuación.
Una de las armas que posee China en esta guerra comercial –aunque su uso es improbable por las implicaciones para ambas economías– es la venta masiva de bonos del Tesoro estadounidense. Actualmente, China es el segundo mayor tenedor extranjero de deuda pública de EU, lo que le confiere una herramienta financiera de peso geopolítico considerable. En teoría, si Pekín decidiera deshacerse de una parte significativa de estos activos, podría generar un aumento abrupto en las tasas de interés en EU, ya que el incremento en la oferta de bonos presionaría sus precios a la baja y elevaría los rendimientos. Este encarecimiento del crédito afectaría negativamente al consumo, la inversión y el crecimiento económico en EU, además de elevar el costo de financiamiento del propio gobierno.
Sin embargo, esta medida no está exenta de costos para China. Una liquidación masiva de bonos depreciaría el dólar de manera significativa, reduciendo el valor de los activos denominados en esa moneda que aún conservara, lo que generaría inestabilidad financiera en su propia economía. Además, un dólar más débil implicaría una apreciación del renminbi, encareciendo las exportaciones chinas y restándoles competitividad en los mercados internacionales. Por otra parte, la Reserva Federal (Fed) podría mitigar parcialmente el impacto mediante la compra de bonos –quantitative easing (QE)– lo que mitigaría el shock financiero. En términos monetarios, esto no se encontraría fuera de las capacidades de la Fed, considerando que, entre marzo y agosto de 2020, dicho banco central expandió su balance en 2.7 billones de dólares (+64.8%) para enfrentar la crisis de Covid-19, una cifra equivalente a 3.6 veces la tenencia actual de bonos del Tesoro por parte de China (760.8 mil millones de dólares).
Por ello, más que un arma para ser empleada, esta amenaza actúa como herramienta de disuasión frente a movimientos más agresivos por parte de EU. China la emplea como un recordatorio de que un conflicto económico abierto traería consecuencias negativas para ambas potencias. En ese sentido, la sola posibilidad de una venta masiva de bonos se convierte en una carta de presión silenciosa, pero efectiva.
Una de las herramientas más eficaces que China podría emplear para contrarrestar el impacto de los nuevos aranceles impuestos por EU es la depreciación del yuan. Esta estrategia no es nueva: en 2018, durante la primera guerra comercial entre EU y China (iniciada por Trump en su primer mandato), el Banco Popular de China (BPC) permitió una mayor debilidad del yuan, lo que ayudó a compensar la pérdida de competitividad de las exportaciones chinas. Un yuan más débil abarata los productos chinos en los mercados internacionales, amortiguando el efecto directo de los aranceles y dificultando, al mismo tiempo, la compra de bienes estadounidenses por parte de los consumidores chinos.
Sin embargo, a diferencia de aquel contexto, hoy China parece actuar con mayor cautela. En lugar de una depreciación abrupta, las autoridades han dado señales de priorizar la estabilidad cambiaria como forma de mantener la confianza de los mercados y continuar promoviendo la internacionalización del yuan. Una depreciación agresiva conlleva riesgos importantes, como la fuga de capitales o una mayor presión inflacionaria, elementos que podrían poner en jaque la estabilidad financiera interna en un momento de desafíos estructurales para la economía china.
Eso no significa, sin embargo, que una depreciación controlada esté fuera del radar. De hecho, el BPC ha relajado recientemente algunos controles sobre el tipo de cambio, lo que permitió que a principios de abril el yuan se debilitara a niveles no vistos en más de 17 años. Este movimiento, aunque moderado, puede interpretarse como una señal de disposición a utilizar el tipo de cambio como válvula de escape frente a los costos arancelarios. Todo dependerá de la duración y severidad de las medidas comerciales de EU.