A partir de que el expresidente Ernesto Zedillo ha vuelto a aparecer en la vida pública, he leído y escuchado una gran cantidad de aseveraciones y acusaciones que nos recuerdan la crisis financiera del 94-95, el Fobaproa, la quiebra de los bancos y su rescate, la devaluación, el endeudamiento del país.
Quisiera hacer algunas observaciones sobre las crisis financieras de 1982 y la de 1994. Hubo exceso de endeudamiento externo, y de una política económica interna irresponsable, basada en un exceso de gasto público, y con emisión de dinero ilimitado, con un gobierno estatista, cuyos responsables fueron los presidentes populistas Echeverría y López Portillo.
Con la caída de los precios del petróleo, el flujo de crédito se interrumpió y México cayó en default de su deuda externa. La desconfianza motivó desde meses previos una continua y creciente fuga de capitales. Las reservas internacionales del Banco de México se agotaron, y con un tipo de cambio fijo, terminó imponiéndose una macrodevaluación. Las grandes empresas y los bancos endeudados en dólares observaron una quiebra técnica generalizada, por la pérdida cambiaria.
El primero de septiembre de 1982 en que se estableció el control de cambios, se anunció la estatización de toda la banca comercial privada. Esta decisión fue en realidad el más eficiente e inmediato rescate de los ahorros de los depositantes de la banca, y también de los accionistas de los bancos. El mayor costo para la sociedad fue la hiperinflación, la profunda recesión, y la desconfianza que la medida generó.
Las empresas tuvieron un mecanismo que les permitió recuperarse en unos cuantos años. Se denominó el Ficorca. (Fideicomiso de Coberturas Cambiarias). El arquitecto de este mecanismo fue el Dr. Ernesto Zedillo quien trabajaba como jefe de Asesores en el Banco de México. La clave del éxito de este fondo fue que el Gobierno de México acordó con el de Estados Unidos, que todos los créditos de los bancos americanos a las empresas mexicanas se reestructuraran en automático a un plazo de ocho años con tres de gracia. El Ficorca les permitió a las empresas cubrir futuras devaluaciones y adoptar además un mecanismo de pagos crecientes.
México tuvo cerrado el acceso a los mercados de capitales por casi diez años. Durante esa década los bancos tenían un encaje legal del 100 por ciento lo que implicaba que peso que captaban se destinaba a financiar al Gobierno, no dejando un solo centavo para las empresas o los individuos.
En diciembre de 1994, apenas doce años después, México volvió a ser el protagonista de una megacrisis financiera con impacto global, “el Efecto Tequila”, que amenazaba con contagiarse a todo Latinoamérica. Zedillo no fue el causante de esa crisis. En el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, México vivió un boom interno de crédito absolutamente irresponsable. La banca se había privatizado a unos precios exageradamente altos y mediante esquemas superlaxos de apalancamiento recíproco. Acabábamos de estrenar el TLC, pero todavía teníamos el lastre de una enorme deuda externa y no generábamos aún los suficientes dólares para pagar los créditos externos.
Con los asesinatos políticos, la aparición del grupo rebelde de los zapatistas en Chiapas, y algunos secuestros escandalosos, de nueva cuenta se dio una fuga de capitales. El presidente Salinas y su secretario Pedro Aspe hicieron lo posible por contener la devaluación. El riesgo más fuerte fue la colocación de 22 mil millones de dólares de “Tesobonos” (Cetes indizados al dólar) a un plazo promedio de 3 meses. El equipo financiero de Zedillo no supo manejar la situación y se produjo una nueva devaluación a los 28 días de iniciado su mandato. La cartera vencida se disparó y el sistema financiero recién privatizado quebró.
La conducción de la crisis fue pésima. Se optó por reestructurar crédito por crédito, y utilizar un mecanismo de protección al ahorro bancario que no estaba capitalizado para ir protegiendo el ahorro de los depositantes. Las UDIs tardaron dos años en salir a la luz. Pero también se fueron pasando créditos impagables a los activos del fondo, y desde luego, no se puede omitir decir que hubo enormes abusos. Lo peor es que teniendo el control del Congreso, a la administración de Zedillo no se le ocurrió pasar por el Legislativo la aprobación de lo que estaba realizando el Fobaproa, recibiendo el respaldo del balance del Gobierno Federal de manera ilimitada. El agujero financiero que inicialmente era del 8% del PIB quedó en 17% del PIB. Este pasivo nunca se ha querido reconocer como deuda pública, y ha estado pagando una sobretasa.