Entre amplios sectores del empresariado mexicano hay escepticismo respecto al impacto que pueda tener el Plan México en el crecimiento del país o el efecto de las estrategias que se han anunciado.
Creo que las reservas que expresa el sector privado están justificadas en virtud del historial de proyectos y propuestas que hemos tenido en el pasado inmediato.
Todavía hay quien recuerda los cuadros que se presentaban en las conferencias mañaneras de la administración anterior, mostrando una multitud de proyectos de infraestructura que al final o no se realizaron o se quedaron pospuestos para un futuro indefinido.
Solo le recuerdo que desde el 2020 ya se mencionaba el arranque del Tren México-Querétaro, por citar un solo caso.
Sin embargo, a diferencia de aquellas presentaciones que se quedaban en el aire, hay aspectos del llamado Plan México que son muy tangibles y han empezado a funcionar.
Uno de los elementos más interesantes es el decreto para permitir la depreciación acelerada de nuevas inversiones en activos fijos. La duración de esta facilidad, que se extiende hasta 2030, es un factor que puede estimular las inversiones al bajar de modo significativo la base de cálculo del ISR empresarial.
De acuerdo con el informe presentado por Hacienda al Congreso la semana pasada, en el primer trimestre, la recaudación de ISR en personas morales pasó de 348 mil millones en 2024 a 660 mil millones en 2025, lo que significa un incremento de 87 por ciento en términos nominales.
Realizar inversiones puede ser un incentivo para reducir esta carga, que ha crecido mucho para la limitación de espacios de elusión.
Otro factor relevante que el Plan México ha propuesto es aumentar la proporción de productos mexicanos en el mercado interno.
No se trata solamente de productos de consumo final, sino también de insumos.
Las medidas para evitar importaciones ilegales o disfrazadas de acero, y la aplicación de aranceles específicos a textiles, redujeron importaciones en un 12 por ciento y específicamente de productos terminados, hasta en un 60 por ciento.
Otro ingrediente importante fue el presentado ayer por el secretario de Hacienda, Edgar Amador, para aumentar la provisión nacional en compras públicas y en otros ámbitos.
Creo que los puntos más flacos del Plan México tienen que ver con los proyectos de infraestructura que en diversos casos implican participación privada.
El gobierno no cuenta con recursos financieros suficientes para emprenderlos y el sector privado está en una situación de incertidumbre derivada de todo el entorno arancelario en lo externo y de dudas respecto a los efectos de la elección judicial en lo interno.
Hay quien ha planteado que México debiera diversificar más sus exportaciones para eludir los aranceles fijados por Estados Unidos.
El problema es que buena parte de las exportaciones manufactureras de México, las más importantes, no derivan solo de la elección de un cliente, sino de redes de proveeduría profundas que se han construido en las últimas tres décadas.
Por eso resulta mucho más complejo cambiar el destino de nuestras exportaciones, al menos en un plazo cercano.
El medio más adecuado para amortiguar un posible impacto negativo de los aranceles en la actividad productiva es el mercado interno.
Sin embargo, aun generando incentivos como los que el gobierno correctamente ha anunciado, se ve difícil que alcancen para impedir una situación de virtual estancamiento en la economía este año.
Puede estar equivocado el consenso. Eso siempre es posible. Pero la más reciente encuesta de expectativas levantada por el Banco de México estimó un crecimiento de 0.2 por ciento para todo el 2025.
Ojalá tenga razón Hacienda con sus estimaciones, que calcula un crecimiento entre 1.5 y 2.3 por ciento para este año.
Notoriamente, está fuera del consenso.