A Gabriela Zapata, con admiración
En las costas de Celestún-Yucatán, Isabel, una pescadora de 40 años, lucha contra el impacto del cambio climático en sus ingresos diarios. Las temperaturas extremas y la pesca impredecible reducen sus ingresos, y sin instalaciones adecuadas de almacenamiento, debe vender su pescado rápidamente para evitar que se eche a perder, a menudo a pérdida. Su ganancia diaria se destina a gastos del hogar, ahorros y el pago de micropréstamos. La comunidad de mujeres pescadoras comparte estas dificultades, y muchas caen en deudas para satisfacer necesidades básicas.
El acceso a servicios financieros diseñados para contextos climáticos, como seguros paramétricos que protegen ingresos pesqueros, microcréditos para infraestructura resiliente y plataformas de pago digitales, podría ser el salvavidas que Isabel y su comunidad necesitan para enfrentar pérdidas y mantener sus ingresos estables. El cambio climático ya es parte de nuestra vida diaria y sus impactos golpean con más fuerza a quienes ya viven al límite. Aquí es donde la salud financiera se convierte en una red de seguridad imprescindible para adaptarse y prosperar.
La salud financiera no es solo acceso a productos financieros, sino la capacidad de gestionar ingresos, ahorrar para emergencias y enfrentar imprevistos sin caer en la pobreza. En un contexto de cambio climático, esto se vuelve crucial. Por ejemplo, en Pakistán, CGAP ha documentado cómo las inundaciones de 2022 llevaron a muchas instituciones microfinancieras a reducir o detener sus operaciones en las zonas más afectadas. Según su informe, casi el 50% de las instituciones redujeron los préstamos en sectores clave como agricultura y ganadería, impactando desproporcionadamente a las mujeres, con mayor representación en estos sectores. Como mencioné en un artículo anterior, la inteligencia artificial podría agravar esta exclusión al identificar zonas de alto riesgo, incentivando a las instituciones financieras a retirarse de esas áreas.
El análisis de riesgo es una pieza clave para las instituciones financieras, pero el enfoque debe evolucionar. CGAP lo resume bien: “La mejor forma de reducir el riesgo climático para las instituciones financieras es ayudar a sus clientes a reducir el suyo”. Esto implica innovar en productos financieros que no solo cubran pérdidas, sino que preparen a las poblaciones vulnerables para adaptarse a eventos climáticos futuros.
Women’s World Banking (WWB) ha demostrado que al diseñar productos financieros climáticos con y para mujeres, la adopción y la eficacia del producto se duplican. No es casualidad, las mujeres suelen estar al frente de las estrategias familiares de adaptación. Un estudio de 60 Decibels refuerza este punto, las mujeres clientes de servicios financieros muestran mayores niveles de resiliencia climática tras recibir apoyo financiero. Implementan cambios concretos, como la diversificación de fuentes de ingreso, el cambio hacia cultivos resistentes a la sequía o la adopción temprana de seguros, que aumentan su capacidad de resistir y recuperarse de eventos extremos.
La Reina Máxima de los Países Bajos, Asesora Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la Salud Financiera, lo advirtió desde el 2016, “la inclusión financiera es vital para mejorar la resiliencia tanto de individuos, hogares, comunidades y empresas, especialmente de pequeños agricultores y PYMEs, que son la columna vertebral de cualquier economía”.
En México, las sequías en el norte, los huracanes en la costa y las inundaciones en el sureste afectan de manera desproporcionada a comunidades rurales y costeras, donde la inclusión financiera sigue siendo limitada. Según WWB, 880 millones de mujeres en economías frágiles tendrían dificultades para cubrir los costos de emergencias climáticas. En México, muchas de ellas son pequeñas agricultoras. Sin acceso a servicios financieros formales, el camino hacia la recuperación es más largo y difícil. Casi un tercio de la población mexicana sigue sin esa red de protección, y son justamente quienes más tardan en levantarse tras un desastre.
¿Qué implica esto para los actores del sector financiero? Primero, que es urgente desarrollar productos financieros adaptados al riesgo climático, como líneas de crédito contingentes, seguros paramétricos y soluciones de financiamiento verde. Segundo, que la salud financiera debe entenderse como una infraestructura crítica en la construcción de resiliencia climática. No basta con que las personas accedan a servicios financieros, deben poder utilizarlos para prepararse, responder y recuperarse de eventos extremos. Como toda infraestructura esencial, requiere inversión seria, innovación en productos y un cambio de enfoque por parte de gobiernos, instituciones financieras y sector privado.
El cambio climático exacerba las desigualdades económicas y la salud financiera es un indicador clave para medir la capacidad de las personas de sobrevivir, adaptarse y prosperar en un entorno incierto. En palabras de Gabriela Zapata, reconocida experta en salud e inclusión financiera: “Construir salud financiera ya es un desafío, pero hacerlo en un contexto de crisis climática requiere redoblar esfuerzos. Los costos aumentan, las oportunidades disminuyen y la carga recae, sobre todo, en quienes ya estaban en desventaja.”
Mientras el clima sigue cambiando, Isabel seguirá recibiendo cada ola con las mismas redes que ha usado toda su vida, esperando que algún día esas redes incluyan también una red financiera que la sostenga.