En la víspera del tercer Mundial de futbol que se celebrará en nuestro país —1970, 1986 y 2026— sale un hedor de sospechosismo de las alcantarillas de la Comisión de Arbitraje; por arbitrajes, por decir lo menos, amañados en favor de una nomenclatura de equipos que mantienen estrechos contactos con este organismo.
El arbitraje realizado por Marco Antonio “Gato” Ortiz en el partido de vuelta entre Tigres de Nuevo León y Necaxa en el Volcán de San Nicolás de los Garza muestra de cuerpo completo que las decisiones del VAR responden a otro tipo de intereses muy ajenos a la aplicación del reglamento.
Con un muy cuestionado gol de último momento, a pesar de que hubo dos faltas previas contra defensores del Necaxa y en donde el VAR no le mostró las imágenes al árbitro de las tomas de la televisión, en las cuales se aprecian ambas infracciones, el equipo regiomontano avanzó a la semifinal contra Toluca.
Entre la multipropiedad que ocurre de manera grosera en el futbol profesional y que provocó la expulsión del equipo León del mundial de clubes y el amaño de partidos con la evidente participación de algunos árbitros y ahora del VAR, transita el deporte más popular de México, en donde los grandes intereses económicos pasan por encima de la legalidad e incluso comprometen la misma seguridad en los estadios.
¿Habrá alguien en alguna instancia privada o de gobierno que supervise la evolución del patrimonio de los árbitros?
No es posible que, en el deporte de las patadas, el gobierno de la 4T no establezca un comisionado que, por lo menos, supervise el accionar de los dueños de los clubes, de los árbitros y de todo lo relativo a la danza de millones de dólares en las transferencias de jugadores y sus mismos sueldos, que, en muchos de los casos, se pagan complementos en efectivo para dejar fuera al SAT.
En el Congreso federal ha habido voces de legisladores de todos los partidos políticos que piden la intervención del gobierno, además de crear una comisión en alguna cámara legislativa, para mantener bajo control el accionar de los empresarios que manejan el futbol profesional y que no le rinden cuentas a nadie que no sea ajeno a sus propios intereses.
El deporte profesional es tan solo una arista de lo que debería ser una de las políticas públicas más relevantes para mantener a los niños y jóvenes alejados de los vicios y de la leva de los cárteles de la droga. La práctica del deporte debe ser vista integralmente como una tabla de salvación para esas nuevas generaciones de mexicanos.
No basta con la Conade, de Rommel Pacheco, sino que se requiere un organismo vinculante y con colmillos para castigar las fechorías de los dueños de clubes y de la Comisión de Arbitraje, en donde cobra como titular Horacio Elizondo, quien tiene unos días de ser nombrado en este cargo, pero que, por lo visto en el partido de Tigres contra Necaxa, la línea es no cambiar nada.
Mikel Arreola, presidente y representante del balompié nacional ante la FIFA, está rebasado por los dueños, quienes ya le tomaron la medida para cristalizar sus caprichos.
Cierto, se trata de un negocio privado, pero su alcance social es de tal envergadura que los yerros de los dueños y el amaño de partidos y arbitrajes cuestionables, pueden encender la chispa de la pasión con consecuencias incalculables entre cientos de miles de aficionados que acuden a los estadios a ver su deporte favorito.
Por si esto no fuera poco, Televisa de Emilio Azcárraga, dueño del Estadio Azteca, está planeando despojar de sus derechos a los propietarios de palcos, con motivo de los partidos del Mundial 2026, que se llevarán a cabo en el Coloso de Santa Úrsula y de donde quieren excluirlos, con el pretexto de que será la FIFA la encargada del evento.
Los grandes intereses económicos en el futbol profesional mexicano están por encima de las leyes que existen en la materia, en donde una pandilla de propietarios hace de las suyas en detrimento de las arcas de la federación y de los propios aficionados al deporte de las patadas.
Entre los precios de los boletos en los estadios, que son en muchos casos prohibitivos, y éstos los impone el equipo local, sin que nadie les ponga un alto, y la reventa promovida por los propios dueños, mantienen a la afición entre el dilema de quitar dinero al gasto de su casa para acudir a este tipo de espectáculos.
Son millones de aficionados al deporte de las patadas y nadie hace nada por defenderlos.
En una encuesta reciente de El Financiero aparece el América como el equipo más popular de México, muy por encima de las Chivas, ya que mientras Las Águilas tienen el 34% de adeptos, el equipo de Guadalajara apenas llega al 21%, a escasos cuatro puntos por encima de Cruz Azul. Esta numeralia habla de las multitudes que se mueven y cómo se mueven en torno a este pingüe negocio que es manejado por el cártel del futbol profesional.