La seguridad nacional no es solo una necesidad estratégica, sino una construcción política. En Estados Unidos, la percepción de amenaza ha sido moldeada por guerras y crisis globales. Sin embargo, bajo la administración de Donald Trump, la seguridad se reconfiguró para convertir a los migrantes en el enemigo interno. Con la doctrina America Safe Again, la migración dejó de ser un fenómeno social y se convirtió en un problema de seguridad, gestionado no con medidas administrativas, sino con una maquinaria de persecución sistemática.
Desde el inicio de su mandato, Trump cimentó su discurso en la idea de que los migrantes eran una amenaza. Distorsionó estadísticas y amplificó casos aislados de delitos cometidos por extranjeros para justificar medidas extremas. No fue un accidente, sino una estrategia calculada: fabricar un enemigo que moviliza a su base política.
De la política a la crueldad institucionalizada
La política de Tolerancia Cero, implementada en 2018, marcó un punto de inflexión. Separar familias en la frontera se convirtió en una estrategia de disuasión: más de 5,500 niños fueron alejados de sus padres y enviados a centros de detención sin garantías de reunificación.
José Luis, un niño hondureño de seis años, fue separado de su madre en Texas. Durante meses, vivió en un albergue en Arizona sin entender qué había pasado. En una llamada telefónica supervisada, le preguntó: “¿Por qué no me quieres?”. Su madre, entre lágrimas, intentó explicarle que no lo había abandonado. Pero la política migratoria de Estados Unidos ya lo había hecho.
Dentro del país, ICE ejecutó redadas en barrios, fábricas e iglesias. En Texas y Missouri, se incentivó la denuncia ciudadana de indocumentados, instaurando un sistema de vigilancia comunitaria que fracturó la confianza social. Quienes brindaban ayuda humanitaria también fueron perseguidos. Médicos, religiosos y voluntarios fueron acusados de facilitar la inmigración ilegal, convirtiendo la asistencia en un acto de desafío al Estado.
El nuevo umbral de la represión migratoria
En 2025, la administración Trump ha llevado esta política aún más lejos. La decisión más alarmante ha sido el traslado de migrantes detenidos a Guantánamo. Usar una instalación reservada para prisioneros de guerra y sospechosos de terrorismo refuerza la idea de que la migración irregular es una amenaza equiparable al terrorismo. Además, plantea serias dudas sobre los derechos de los detenidos y su acceso a representación legal.
Mientras tanto, México ha sido arrastrado a esta estrategia de contención. Bajo presión de la Casa Blanca, el gobierno desplegó a la Guardia Nacional en la frontera sur, deteniendo y deportando a miles de centroamericanos antes de que llegaran a Estados Unidos. Con amenazas de aranceles, Trump convirtió a México en su primera línea de defensa. Como resultado, miles de migrantes quedan varados en ciudades fronterizas como Tijuana y Tapachula, sin recursos ni protección, expuestos a redes de trata y crimen organizado.
Más allá de la Casa Blanca: El daño irreparable
Las políticas de America Safe Again han sido condenadas internacionalmente. El Papa Francisco ha denunciado la retórica antiinmigrante y la militarización de la migración. Organismos de derechos humanos han documentado sus devastadores efectos y presentado denuncias ante Naciones Unidas.
Pero el verdadero legado de Trump no se mide solo en muros construidos o deportaciones ejecutadas. Su impacto más profundo ha sido la transformación del debate migratorio. Trump no solo cerró fronteras; instaló un marco mental en el que los migrantes no son vistos como personas con derechos, sino como amenazas a neutralizar.
Lo más alarmante es que esta narrativa ya no es exclusiva de Trump. El Partido Demócrata, a pesar de sus críticas, ha sido tibio en su respuesta. La normalización de la criminalización migratoria ha calado en el Congreso, haciendo casi imposible una reforma real.
Antes del fin
Si algo ha quedado claro, es que reducir la migración a un problema de seguridad tiene consecuencias humanitarias irreversibles. Mientras el miedo siga siendo una herramienta política y los migrantes sean tratados como criminales, la crisis migratoria solo se profundizará.
Y aunque las administraciones cambien, el daño ya está hecho. En cada niño separado de su madre. En cada deportado, una muerte segura. En cada persona que cruzó el desierto buscando vida y encontró un país decidido a negarle su humanidad.