La formación del Estado moderno comenzó por profesionalizar a los cobradores de rentas y al ejército. La centralización del poder político fue necesaria para unificar territorio, lengua, población y crear identidades. Pero conforme el Estado de Derecho fue desarrollándose aumentaron sus funciones, y por tanto, la centralización empezó a toparse con límites para poder funcionar. Surgieron así nuevas teorías como la División de Poderes, se buscaron equilibrios regionales y se descentralizaron funciones y decisiones a fin de que las instituciones pudiesen responder a las demandas de la población.
Este proceso tomó siglos, la democracia se fue perfilando como el mejor método de gobierno, con la interactuación de la población y sus demandas. Las necesidades de desarrollo marcaron la ruta y poco a poco los estados nacionales y soberanos fueron consolidándose. El federalismo, las elecciones libres, la igualdad, la protección a grupos vulnerables, el reconocimiento de que las mayorías gobiernan, pero las minorías tienen también derechos, fue cambiando la estructura de los estados modernos.
Las guerras mundiales en el siglo XX fueron resultado del reparto de materias primas, comercio, industrialización y nuevos territorios para la expansión. La primera dio origen a gobiernos autocráticos como el nacionalsocialismo y el fascismo, que llegaron por la vía electoral al poder, para instaurar regímenes autocráticos de pensamiento único y represión a opositores. Hoy existen fuertes paralelismos con esos procesos en varios países del mundo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la proclamación de los derechos humanos como eje de las constituciones, recuperando la dignidad humana, así como la creación de la ONU y diversos organismos internacionales que elaboraron y firmaron tratados en distintos temas, con varios países, la democracia volvió a renacer. Parecía que en el mundo occidental este modelo ayudaría a superar diferencias y a impulsar instituciones y unidad nacional.
En oriente, la URSS no siguió este modelo, definió el suyo propio, basado más en la colectividad y en la igualdad. Los países satélites replicaron este modelo y durante años la Guerra Fría dominó el escenario mundial. A la caída del muro de Berlín y el reconocimiento del fracaso de suprimir libertades, se reconformó la geopolítica con nuevos países y procesos más democráticos. Se registró también la descolonización del mundo y empezó una nueva era de convivencia pacífica.
El agotamiento del modelo liberal en los años sesentas marcó una nueva época en el desarrollo político y surgieron movimientos y organizaciones civiles defendiendo causas, más que principios. Se crearon nuevas instituciones autónomas dentro de los Estados, con lo cual se descentralizaron más funciones con mayor independencia. Décadas después se inició el modelo globalizador para mejorar competitividad en los mercados.
México no estuvo alejado de esta evolución histórica, perfeccionó instituciones, avanzó en elecciones libres y transparentes, creó organismos autónomos, reforzó al Poder Judicial y logró, pese a oposiciones, insertarse en un bloque comercial, el norteamericano, que impulsó su economía y perfiló un esquema exportador muy exitoso que lo proyectó entre los países de mayor importancia económica en el mundo.
Si bien el presidente Carlos Salinas tuvo la visión de Estado para estos logros, y además empezó a impulsar programas sociales para combatir la pobreza, el asesinato de Luis Donaldo Colosio truncó el modelo y la política social orientada a la producción de riqueza se fue convirtiendo en subsidios para la población vulnerable. El éxito económico y la estabilización que logró el presidente Zedillo no repercutió en mejorar las condiciones de vida de los más pobres. Posteriormente, los programas sociales fueron pervirtiéndose para convertirse en subsidios generalizados orientados por el clientelismo electoral.
Así, llegamos a una elección en 2018 que prometió acabar con las desigualdades y la población reaccionó favorablemente. La corrupción de gobernadores contribuyó al descrédito de los gobiernos y se utilizó en un discurso político gobeliano para contrastar y dividir. Surgió así un nuevo autoritarismo que poco a poco desmanteló a las instituciones y generalizó ayudas para incrementar salarios mínimos y crear condiciones para mejorar la vida de grandes sectores de la población, no por méritos, sino por segmentos.
Tras la reforma al Poder Judicial, hoy en marcha, México acabó con la certeza jurídica para proteger inversiones y empleos, y centralizó el poder en el Ejecutivo, que no controla ni siquiera la presidenta en turno. Se acabó con el mayor crecimiento del nearshoring. Y se instala una nueva autocracia en el país. La llegada de Trump a la presidencia de EU viene a señalar el control que el narcotráfico tiene en México y a cobrar factura por el primer recibimiento que AMLO dio a las caravanas migrantes hacia EU, que después tuvo que combatir.
Trump representa hoy el renacimiento de una cultura xenofóbica, con una visión limitada de lo que el aislamiento tendrá como consecuencia sobre su desarrollo, de los costos que la población pagará por expulsar migrantes, mano de obra necesaria para el funcionamiento del país, que no cuenta con suficiente población dispuesta a regresar a trabajos duros y de poca paga, con una mayor inflación y con la amenaza de desatar nuevos conflictos mundiales a través de guerras comerciales.
La democracia no dice hoy nada a la población, estamos en una etapa donde se exigen del gobierno soluciones, aun cuando se pierdan libertades y se regresa a la discriminación hacia sectores vulnerables. El discurso político responde a esta expresión con falsas promesas y equivocadas estrategias, pero que dan esperanza a amplios sectores. Pero al final, la realidad acabará por imponerse, y la crisis económica y política tendrá nuevas características, no necesariamente con salidas democráticas, sino pactadas. En fin, bienvenidos a la época de las autocracias en el mundo.