La guerra comercial ha iniciado. La declaró Donald Trump, aunque ya habían transcurrido décadas de escarceos, litigios, esfuerzos normativos en distintos sentidos: lo mismo bloqueos tácticos a la Organización Mundial de Comercio que normativas europeas regulando la protección de datos frente al crecimiento de las empresas tecnológicas. Quizá incluso pudimos anticipar estas tensiones cuando Elon Musk, el ahora zar de la “eficiencia” gubernamental en Estados Unidos, canceló el proyecto de fábrica de Tesla en Nuevo León.
Existe una tendencia en ciertos analistas de ningunear a Trump y describir sus acciones como irracionales o, de plano, rendirse y afirmar categóricamente que cualquier cosa puede ocurrir. Desde esta perspectiva, la imposición de aranceles equivale a un “disparo en el pie” que se traducirá en desaceleración económica y presiones inflacionarias. En realidad, el comportamiento político de Trump, así como el de los líderes de la nueva derecha, responde a dos fenómenos principales: el crecimiento de la desigualdad, que genera un electorado desamparado ante la globalización desmedida, y la llegada de una nueva oligarquía económica al poder.
La relocalización de empresas manufactureras desde países ricos a países en desarrollo genera desempleo de un lado y desgasta el tejido social del otro. La apertura comercial y el libre comercio producen ganancias netas, pero no para todos: hay ganadores y perdedores. Los perdedores del libre comercio forman el corazón de la base electoral trumpista. El regreso de Trump se produce, de esta manera, por las mismas causas que dan combustible a la presente guerra comercial. Más que disparo en el pie, los aranceles son para Trump un disparo en la oreja: un arma para fortalecerse electoralmente.
Como los frutos de la globalización no se han repartido equitativamente, el nacionalismo y la búsqueda de enemigos externos se vuelven opciones atractivas y funcionales. Desde su primer mandato, Trump colocó a China en la mira. En ese entonces, ante el establecimiento de una primera batería arancelaria del 10%, el republicano contó con apoyo incluso de los demócratas. Si bien la rivalidad con China se ha intensificado durante las últimas dos décadas, la COVID trajo consigo un recrudecimiento en las relaciones comerciales entre ambos países. Durante la pandemia, mientras EU aplicaba una política fiscal expansiva para estimular el consumo, China optó por incentivar la producción. Esto ocasionó que la balanza comercial China-EU se desequilibrara aún más.
Podríamos decir que la “carrera armamentística” actual consiste en la lucha por el control del desarrollo de tecnologías basadas en la IA. Con el lanzamiento de DeepSeek, China demuestra que está tomando cierto liderazgo en este ámbito, como también lo está haciendo en la explotación de minerales críticos y tierras raras en África, fundamentales para la producción de procesadores, chips y baterías, la gasolina de la inteligencia artificial. Ante esto, podemos racionalizar el comportamiento de Trump hacia Ucrania como un intento de no quedarse rezagado en esta carrera.
La nueva oligarquía que acompañó al poder a Trump a la Casa Blanca y que ha apoyado a otros movimientos de ultraderecha en el mundo (recientemente en las elecciones alemanas), tiene en el centro a las empresas tecnológicas. El economista Yanis Varoufakis considera incluso que estamos ante una mutación del capitalismo hacia un sistema que denomina tecnofeudalismo.
¿Qué papel debe tomar México ante esta guerra comercial? Claudia Sheinbaum ha acertado con su acercamiento diplomático basado en una adecuada combinación de defensa de la soberanía y voluntad negociadora. Nuestra presidenta se presenta ante el mundo con amplio apoyo popular, con claras posturas políticas progresistas y con temple. Sheinbaum sabe que en este conflicto comercial global, México, al estar en la trinchera, puede ser el primer damnificado. Ha desarrollado un acercamiento más astuto que los líderes canadienses y europeos, quienes han mostrado más beligerancia y menos eficacia.
En el corto plazo, la estrategia es adecuada. En el futuro debemos adaptarnos a un nuevo modelo de desarrollo mundial. Esta crisis comercial nos demuestra que tenemos que diversificar nuestras alianzas económicas para no depender de los vaivenes del electorado estadounidense. También nos demuestra que el modelo neoliberal de crecimiento sin redistribución conduce a peligrosos extremismos políticos. Aun si nos espera un periodo de dificultades económicas, no debemos dejar de luchar contra la pobreza y la desigualdad; de lo contrario, nadie nos asegura que no surja un Trump mexicano.
Lectura recomendada: Las guerras comerciales son guerras de clase de Michael Pettis y Matthew C. Klein (Capitán Swing).
Gracias a LGCH. Sin su apoyo en lecturas y conversaciones, mi colaboración se habría interrumpido por razones médicas.