El viernes 4 de abril de 2025 quedará marcado como uno de los episodios más oscuros del año para los mercados financieros globales. Las principales bolsas del mundo sufrieron caídas estrepitosas: el S&P 500 perdió 6% en un solo día, el Nasdaq cayó más de 10% en la semana, y Europa no fue la excepción con retrocesos superiores al 5% en índices como el IBEX 35 y el FTSE MIB. México no fue inmune: el Índice de Precios y Cotizaciones (IPC) de la Bolsa Mexicana de Valores se desplomó un 4.87%, cerrando en 51,452.73 puntos.
Este fenómeno no es fortuito. Es el reflejo de una creciente fragilidad en el orden económico internacional. El nuevo capítulo en la guerra comercial entre Estados Unidos y China —con aranceles mutuos, algunos superiores al 30%— ha detonado una cadena de desconfianza en los mercados. En lugar de fomentar el desarrollo productivo, las potencias están jugando una peligrosa partida de ajedrez económico, donde la pieza más vulnerable sigue siendo el ciudadano común.
México, y sobre todo Nuevo León con su alta dependencia de las exportaciones a EE.UU. y su exposición a los vaivenes del dólar, sufre un doble golpe: la caída bursátil y la depreciación del peso. Esto no solo afecta a grandes capitales, sino también a quienes tienen inversiones en Afores o fondos de retiro. Estamos ante un ciclo donde la política internacional tiene consecuencias locales inmediatas.
Lo más alarmante es que este pánico bursátil podría estar anticipando una desaceleración económica global. La historia nos ha enseñado que los mercados suelen reaccionar antes que los indicadores macroeconómicos oficiales. Y aunque las bolsas son volátiles por naturaleza, la simultaneidad y magnitud de esta caída sugiere más que una simple corrección.
Hoy más que nunca, se requiere visión de largo plazo, prudencia en las inversiones y una lectura crítica de los eventos globales. La volatilidad es parte del sistema, pero la falta de diálogo y cooperación entre naciones podría convertir una crisis bursátil en una recesión real.