Estamos a punto de cerrar el primer trimestre de 2025, y las agencias calificadoras ya preparan sus diagnósticos sobre el PIB y su evolución histórica. Estos indicadores son clave no solo para medir la salud económica actual, sino también para anticipar escenarios futuros.
Sin embargo, los datos preliminares son preocupantes: el consumo privado ha caído un -1.7 por ciento hasta febrero de 2025, reflejando una pérdida de confianza del consumidor, posiblemente por la inflación persistente, las condiciones crediticias restrictivas y la incertidumbre global.
El PIB, por su parte, muestra una volatilidad alarmante: -0.4% en octubre de 2024, 0.7 por ciento en noviembre, -0.6 por ciento en diciembre, 0.6 por ciento en enero de 2025 y -0.7 por ciento en febrero. A una semana de conocer los datos de marzo, la pregunta es inevitable: ¿estamos al borde de una recesión técnica?
La importancia de estos indicadores radica en su capacidad para predecir tendencias críticas. Dos trimestres consecutivos de contracción económica suelen ser señal de desempleo creciente y un posible escenario recesivo.
Las proyecciones del Banco de México, inicialmente optimistas con un crecimiento del 1.2 por ciento para 2025, ya se han revisado a la baja, situándose en un modesto 0.6 por ciento. Esta revisión refleja no solo debilidades internas, sino también desafíos externos, como las tensiones arancelarias y las complicaciones en la implementación del TMEC, tratado clave para la economía mexicana.
El TMEC enfrenta disputas comerciales y ajustes en las cadenas de suministro, lo que genera incertidumbre en los sectores exportadores y afecta la inversión y el empleo. Sumado a un consumo privado en declive y un PIB sin rumbo claro, el riesgo de una recesión técnica se vuelve cada vez más tangible.
Además, las calificadoras de riesgo ya han encendido las alarmas: la calificación crediticia soberana de México está en BBB+, pero con perspectiva negativa.
Estamos en el límite del grado de inversión, rozando el umbral de la especulación. Si no hay un crecimiento significativo este año, podríamos caer a un grado de especulación con alto riesgo, lo que limitaría nuestra capacidad para atraer Inversión Extranjera Directa (IED), esencial para el desarrollo económico.
En este escenario, los inversionistas deben actuar con prudencia. Es momento de reestructurar portafolios hacia una perspectiva de largo plazo, diversificando según cada perfil de riesgo.
Invertir en activos resilientes, sectores defensivos y mercados con menor correlación con la economía local puede ser una estrategia clave para mitigar riesgos en este entorno volátil.
En resumen, el primer trimestre de 2025 podría marcar un punto de inflexión para México. La combinación de un consumo débil, un PIB volátil, tensiones comerciales y el riesgo de una degradación crediticia nos coloca en una encrucijada crítica.
Las decisiones de política económica y la capacidad de resolver las tensiones externas serán determinantes para evitar un escenario recesivo. Los inversionistas, por su parte, deben prepararse para lo que viene, diversificando y adoptando una visión de largo plazo en un contexto que exige cautela y estrategia.