Los abogados suelen decir que siempre “es mejor un mal arreglo, que un buen pleito”. En cuestiones de libre comercio el paralelismo sería siempre “es mejor un mal arancel, que ningún tratado”.
Los 35 años que llevamos viviendo en una zona sin aranceles en Norteamérica ha traído tantos beneficios que cualquier ajuste, cualquier aumento, aunque complejo y perjudicial es mejor que quedarse sin un TLC.
Así me lo dijo uno de los artífices del Tratado de Libre Comercio de América del Norte cuando con cara de asombro ayer le pregunté: “¿qué pasaría el 2 de abril con el resto de todos los productos que exportamos a Estados Unidos si ahora sí comenzaron los aranceles al acero y al aluminio? “Con aranceles o sin aranceles, con ajustes o sin ajustes, siempre es mejor estar dentro del T-MEC que cualquier guerra comercial”.
Y sin duda lo que me dejó ver su frase es ese intrincado tejido de cadenas productivas que se han creado y profundizado desde 1994 a la fecha. En 31 años surgieron nuevos (y a veces más grandes) bloques comerciales consolidados, pero el de Norteamérica se mantiene como una de las regiones más interdependientes y consolidadas justamente desde el punto de vista industrial.
Para muchas empresas no existe la operación mexicana, estadounidense y canadiense, sino que ven a sus plantas como norteamericanas. Así, sin fronteras, aprovechando justamente uno de los pilares en los que se asentó esta alianza: las ventajas comparativas de cada uno de los tres socios. Esta es una de las razones detrás del primer ‘stand by’ a los aranceles que tomó Washington cuando se sentaron con el presidente Donald Trump ni más ni menos que los directivos de las empresas que más aceitados tienen este engranaje común: Ford, GM y Stellantis (conglomerado que engloba a Chrysler, Jeep, Dodge, Peugeot, Citroën, Opel, Fiat y Alfa Romeo).
Más allá de las estrategias políticas del gobierno republicano hay una racionalidad financiera muy grande. Y eso que solo estamos hablando del sector automotriz.
¿Se acuerdan cuando hace exactamente cinco años con la pandemia del coronavirus cómo también fue este sector el que impulsó que no se cortaran estas ‘cadenas’ y que se tomaran como industrias esenciales a pesar de la crisis mundial?
Ha sido esta sincronización de la producción compartida en distintas industrias lo que les dio ventaja a todas las multinacionales de la región y que fue el embrión del gran fenómeno de nearshoring, que tan en boga estuvo en los últimos años.
“Aunque esté dañado, aunque haya trabas, este modelo abierto demostró que funciona”, agregó mi fuente.
Tan funciona que resistió desde 1994 cambios de gobiernos, de partidos y de estrategias económicas en los tres países; ha superado crisis (como la devaluación del peso en 1995 o el meltdown de 2018), se mantuvo estable ante situaciones brutales como el ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001, una pandemia, y hasta una apertura y renegociación del mismo durante la primera presidencia de Trump.
Como en cualquier crisis, es imperioso buscar escenarios alternativos para la colocación de productos mexicanos que, ante la eventual suba de aranceles, no dañen la producción local.
Recuerdo una conferencia hace unos años del expresidente del CCE, Carlos Salazar, que decía que “los tratados transformaron a los empresarios mexicanos. Todas las exportaciones sumadas de América Latina alcanzan a las de México. Son tantas pequeñas acciones en tantos sectores, que no alcanzamos a dimensionar la transformación del país”.
Y esa experiencia internacional, esas profundas redes de producción intra nacional deben preservarse y buscar las maneras de mantener el tratado, ya sea trinacional como ahora o solamente entre nuestro país y Estados Unidos, como fue su génesis allá por 1990 en una reunión en Davos entre ambas naciones.