En México el Estado falló. La responsabilidad primordial del Estado es defender la vida y la seguridad. Esa es la razón de su existencia. Thomas Hobbes, filósofo político del siglo XVII, decía que antes del Estado, los seres humanos vivíamos en el “estado de naturaleza”, donde la vida era “fea, brutal y corta” (Leviatán, 1651). Los mexicanos nos sentimos en el estado de naturaleza hobbesiano.
Más allá del horror de las fosas comunes, ahora aparecen los llamados “campos de exterminio”, como el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, que fue motivo de sentidas protestas durante el fin de semana que terminaron con intervención de los inexistentes granaderos, con grupos de choque “espontáneos” de embozados golpeando a los manifestantes, y con golpeteo político como el de ese prócer de la patria llamado Gerardo Fernández Noroña, quien espetó que “cómo sabemos que los zapatos encontrados en Teuchitlán son de los desaparecidos”. También está la gustada sección Rayuela del periódico (es un decir) La Jornada, que de plano como Goebbels desde la Guarida del Lobo, niega la existencia de los campos de exterminio. Cómo explicamos, entonces, senador, los cuadernos, cartas de amor, recuerdos, efectos personales, fotos. No puede ser que los políticos que nos dieron la indignación por Ayotzinapan, Atenco, Acteal, sean los que están en franca negación de los efectos de una política laxa con los grupos criminales.
Esta columna es sobre temas económicos. Pero, no hay economía en el vacío; la economía es una ciencia social. No podemos hablar del PIB cuando hay tanto muerto. Es imposible pensar en asuntos pecuniarios cuando lo que estamos perdiendo son vidas humanas, de maneras atroces, en un claro desequilibrio de la delincuencia depredando a gente que está buscando un trabajo con un salario apropiado.
Silvio Rodríguez, vate y músico cubano querido por muchos mexicanos, entre ellos López Obrador, tiene una canción llamada Ojalá, en la que pensé para el título de la columna. Silvio dice que fue una historia de desamor personal. Alguna vez pensé que era dedicada a Kennedy. Ahora cuando pienso en “gobierno de difuntos y flores”, pienso en el Lic. López Obrador con flores colgadas del cuello, y en las cifras de ese gobierno donde la reducción en el número de homicidios tiene una correlación inversa negativa casi perfecta con los desaparecidos, hasta que llega un momento en que desaparece la cifra de los desaparecidos.
La reacción legislativa, lejos de reducir la probabilidad de ocurrencia de estos eventos aumentando la probabilidad de castigo para los verdaderos responsables, es “prohibir las intervenciones externas en territorio nacional”. Ojalá alguien hubiera sugerido la técnica legislativa a los ucranianos antes de que Putin los invadiera. Yo sé que los legisladores son auténticos representantes populares, y que nuestro pópulo no destaca por sofisticación o inteligencia, pero por favor no se pasen. Los mexicanos generalmente somos patriotas y defendemos a nuestro gobierno, pero esto quizá está llegando a los extremos en donde a mucha gente no le importará que Estados Unidos intervenga en México.
El asunto no empezó con el presidente López Obrador, es cierto, pero sí se agravó. La violencia que hemos visto en los últimos años no tiene paralelo. Este tema de que “se están atacando las causas”, es de un cinismo y cobardía inigualables. La causa del crimen no es la pobreza, es la impunidad. Es la complicidad de la clase política con criminales de alto calibre, asesinos en masa, que ven a los mexicanos como carne de cañón.
Quizá los gobiernos estatales, especialmente los que son bastiones opositores como Guanajuato, podrían empezar a tomar medidas que le eleven el costo a la Federación. Por ejemplo, si fuera yo gobernador de Guanajuato (jamás seré, pero no importa), le pediría a la refinería de Salamanca que por favor se ubique en otro Estado. Que el Congreso estatal legisle y los corra. Si está claro que el poder corruptor del huachicol es la palanca detrás del crimen en ese Estado, y que el golpeteo político de la Federación a ese gobierno no va a parar, pues hay que plantarles cara a los cómplices de los criminales.
Una cosa es Juan Domínguez, y otra, su pariente Belisario. Cómo nos hace falta un político como este último en estos tiempos modernos.