El sectarismo, el tribalismo, la agrupación en corrientes, facciones y facciones de facciones han formado parte de la historia de las organizaciones políticas de izquierda. Una broma conocida era: “dadme una célula de 3 trotskistas y te daré cuatro corrientes internas y una disidencia revisionista”.
Las divisiones no son exclusivas de la izquierda, por supuesto. En el otro extremo tenemos ultraderecha, nueva derecha, derecha conservadora, derecha liberal… solo que de ese lado es más frecuente la unidad pragmática y la apelación a valores comunes (muchas veces fincados en el adversario compartido). Prueba de ello es el establecimiento de foros internacionales que promueven la alianza de líderes ultraderechistas.
Actualmente, en el discurso progresista contemporáneo, se está produciendo una nueva división alrededor de lo woke. El término woke viene de un llamado de alerta en el activismo afroamericano, para mantenerse despierto (“to stay woke”) para defenderse de los abusos policiales y del racismo institucionalizado. Dentro de la creciente batalla cultural, el término ha sido retomado por sectores conservadores para criticar la nueva ola de feminismos y activismos LGBT+, ecologistas y antirracistas. Tanto Trump como Milei se han posicionado como alternativas a “la locura woke”, a las “políticas identitarias” y a la “ideología de género”.
El señalamiento a lo woke se retoma ahora desde la izquierda. A la cabeza en su condena, encontramos a filósofas como Susan Neiman, autora del libro Izquierda no es woke. Neiman argumenta que la cultura woke se ha alejado de los valores de la Ilustración, los cuales son fundamentales para la izquierda. Para Neiman, esta corriente ha renunciado al universalismo —necesario para cualquier defensa de la dignidad e igualdad de todo ser humano— y ha optado por el tribalismo —una posición sectaria que solo defiende los intereses de grupos sociales particulares y que renuncia al entendimiento colectivo y compartido de los problemas sociales.
En su análisis, Neiman retoma peligrosamente terminología y estructuras retóricas de la ultraderecha. Al criticar a lo woke, Neiman no aclara realmente a quién se está oponiendo. ¿Se distancia de aquellos que defienden el discurso inclusivo? ¿O de quienes apoyan los derechos de las personas trans? ¿O de los ecologistas que se oponen al uso indiscriminado de combustibles fósiles? Porque para la ultraderecha todos ellos forman parte de un mismo grupo: los woke.
Sin embargo, en la crítica cultural de lo woke hay algunos aciertos. En los activismos digitales contemporáneos es común encontrar intransigencia, falta de voluntad de diálogo y actitudes de superioridad moral. Se ha perdido la confianza en nuestra capacidad de encontrar consensos a través de la argumentación razonada y de convencer a nuestros rivales políticos. En ocasiones, se llega al extremo de pensar que “quienes no están conmigo, están contra mí”.
En parte, la falta de diálogo proviene de una aplicación desmesurada de las teorías epistemológicas del punto de vista. Estas teorías sostienen que las personas oprimidas tienen un acceso privilegiado a la comprensión del funcionamiento del poder. Bajo esta lógica, tiene sentido que las víctimas de la injusticia sean las que lideren la lucha para acabar con ella. No obstante, una lectura demasiado extrema y literal de esta teoría filosófica nos impide llegar a alianzas y coaliciones políticas entre grupos diversos (“solo quienes viven x pueden entender x”), lo que nos condena al sectarismo que tanto critica Neiman y a la división en el ala progresista que nos impide hacer frente al auge de la extrema derecha.
Hay otro aspecto problemático en lo que se conoce como lo woke: el crecimiento de la cancelación como herramienta para enfrentar la injusticia. Originalmente, esta herramienta se empleaba en casos de grandes desequilibrios de poder. Cuando el perpetrador de una violencia era prácticamente intocable, a las víctimas no les quedaba alternativa que acudir al escarnio público. Sin embargo, la cancelación se emplea ahora de manera excesiva y entre iguales: estamos ante fuego cruzado y, en muchas ocasiones, fuego amigo. El resultado es el crecimiento de la polarización y el rechazo de muchos sectores a los valores y derechos que se quieren defender: se desdibujan las causas y se fortalece al adversario.
Y entonces, ¿debemos ser woke? Debemos estar alerta ante la desigualdad y cuestionándonos continuamente. Debemos huir del solipsismo y el ensimismamiento político: dejar los búnkeres ideológicos y entrar en el debate público. En el fondo, lo importante son las causas que se defienden, más allá de los adjetivos que se empleen para descalificarlas.
Lectura recomendada: La extrema derecha en América Latina, VVAA (Clave intelectual).
Gracias al apoyo de LGCH en lecturas y conversaciones para que mi colaboración no se interrumpa por razones médicas.