“Al decirle ‘no’ a Trump, Harvard salva su alma.”
David Ignacious, editorialista de The Washington Post
Las universidades de investigación en Estados Unidos son catedrales de libertad e ideas progresistas. Son diques naturales a la ambición de poder de Donald Trump. Dan cuenta de que Estados Unidos sea el país que tiene más premios Nobel y sede de 26 de las 50 mejores universidades del mundo (Ranking Shanghai).
Las universidades están en el mismo rincón que los otros “enemigos” de la actual administración: la prensa prestigiada, los altos mandos de la burocracia gubernamental y los despachos de abogados que han litigado en contra de Trump.
Las palancas del gobierno para amenazar a los centros de enseñanza son dos: los subsidios a la investigación y las visas a estudiantes y profesores extranjeros.
El ariete o caballo de Troya para iniciar el ataque a las universidades, entre las que destacan Harvard, Columbia, Brown, Cornell y Johns Hopkins, entre otras, es el antisemitismo. En febrero, el gobierno federal creó una comisión con la misión de revisar el manejo del antisemitismo en la educación superior.
El año pasado (octubre de 2023), a raíz de los brutales atentados terroristas de Hamás a Israel y la respuesta de éste, un buen número de campus fueron sede de manifestaciones y campamentos estudiantiles.
El consenso es que muchas universidades manejaron mal estas manifestaciones.
Los ideólogos conservadores con afinidad al actual gobierno, como Chris Rufo, habían insistido durante los últimos años en que las universidades se sentían intocables y actuaban como si fueran todopoderosas. El ideólogo declaró recientemente a The New York Times que “ahora las vamos a golpear donde les duele”.
La amenaza de congelar subsidios a la investigación se ha extendido a más de 60 universidades. Se trata de un ataque sistémico a lo que había sido una mancuerna de acero, universidad-gobierno federal, durante los últimos 80 años. Estos subsidios han sido centrales en los grandes descubrimientos científicos de Estados Unidos, los cuales literalmente han transformado al mundo.
El arranque de esta mancuerna gobierno-investigación se encuentra en el proyecto Manhattan, que permitió a Estados Unidos ser el país que construyó la primera ojiva nuclear, descubrimiento que selló la derrota de Hitler y sus aliados.
A través de los años, los subsidios gubernamentales se han convertido en estímulos multimillonarios. En 2023, el gobierno federal transfirió 60 mil millones de dólares a programas de investigación universitaria. Es decir, la administración Trump tiene una gran palanca de negociación e intimidación.
Las visas son la otra palanca para “apaciguar”. Ha habido casos que han estremecido a las comunidades académicas, como el de la alumna de Tufts, Rumeysa Ozturk, quien fue arrestada por agentes migratorios y enviada a un centro de detención en Luisiana. La razón: haber co-escrito un artículo de opinión en el periódico universitario sobre la respuesta israelí a Hamás.
Estudiantes y profesores extranjeros son un núcleo central del ecosistema universitario en Estados Unidos. El año pasado, 1.1 millón de extranjeros se matricularon y, prácticamente, uno de cada cuatro profesores no nació aquí. Se logra gran diversidad y una notable competencia, pues se trata de atraer a las mejores mentes del mundo.
En tres meses de gobierno, cerca de cinco mil estudiantes extranjeros han visto sus visas perdidas. No es claro el criterio. En unos, el motivo es haber participado en las manifestaciones a raíz de los ataques de Hamás, en otros, por tener algún problema legal.
Por ejemplo, a una investigadora de la Universidad de California, en San Diego, se le negó la entrada a Estados Unidos al regresar de Tijuana, porque hace 15 años había tenido una infracción por manejar “bajo la influencia del alcohol”.
Esto ha provocado enorme incertidumbre, ansiedad e incluso miedo. Una de mis compañeras extranjeras en San Diego nos compartió: “Tengo dos hijas pequeñas estadounidenses, de 2 y 4 años. No me arriesgo a viajar al extranjero. Si no puedo entrar, reviento a mi familia”.
La crisis que hoy viven las universidades, a los 100 días de mandato de Trump, se ha comparado con el Macartismo de los años 50. Es decir, un periodo en que cualquier académico como el mismo Oppenheimer, líder del proyecto Manhattan, fue acusado de comunista.
El ataque trumpista es al corazón del sistema universitario: libertad de pensamiento y de palabra. Lo que está en juego va más allá de la educación; es al propio ecosistema de conocimiento e innovación que le ha permitido a Estados Unidos ser el líder global en los últimos 80 años.