El sector agropecuario salvó a la economía mexicana en el primer trimestre de este año.
El sector industrial cayó en ese periodo a una tasa de -0.3 por ciento trimestral; el sector terciario, que incluye comercio y servicios, quedó en cero. Pero el sector primario creció en 8.1 por ciento.
Resulta que esta tasa de crecimiento trimestral es la más elevada desde el tercer trimestre del 2011, es decir, desde hace 13 años y medio.
Sin embargo, de acuerdo con todos los señalamientos, el sector agropecuario no se encuentra precisamente en auge.
Esto se aprecia al observar que en el cuarto trimestre del 2024, fue este mismo sector el que empujó a la economía hacia abajo, cuando tuvo una caída de -8.5 por ciento, que también es la peor desde el 2011.
Estos datos más bien sugieren que existe una volatilidad muy grande derivada de rezagos de información.
En conjunto, el año pasado este sector tuvo una caída de -2.1 por ciento en su Producto Interno Bruto (PIB).
La presencia de sequía en diversas partes del territorio ha sido uno de los factores clave que ha afectado negativamente al sector agropecuario mexicano. El fenómeno climático que se ha prolongado más de lo habitual ha reducido la productividad de importantes cultivos como maíz, frijol y trigo, además de afectar gravemente las actividades ganaderas por la falta de agua y forraje.
Otro factor crítico es el encarecimiento de los insumos agrícolas a nivel global, derivado principalmente de conflictos internacionales y tensiones comerciales que han impactado directamente en el precio de fertilizantes, semillas y maquinaria.
El alza en los costos de producción, combinada con precios de mercado poco favorables para los productos agrícolas nacionales, crea una presión financiera importante para los productores mexicanos, sobre todo para los pequeños y medianos agricultores.
Adicionalmente, México sigue enfrentando problemas estructurales profundos en el sector, como la fragmentación de tierras, tecnología obsoleta en muchos casos y una baja penetración de innovación agrícola. Esto limita la capacidad del sector para adaptarse a escenarios climáticos adversos y lo deja vulnerable ante la competencia internacional.
La política pública tampoco ha sido favorable en términos de generar certidumbre en el sector agropecuario. La disminución o eliminación de programas de apoyo directo al campo y los cambios en las reglas de operación de los mismos han generado incertidumbre y desconfianza entre los productores, dificultando la planeación de inversiones a largo plazo.
Por otro lado, la inseguridad sigue siendo una problemática relevante en diversas zonas rurales del país, impactando directamente en la capacidad productiva del campo.
Robos, extorsiones y amenazas son situaciones que reducen significativamente la rentabilidad de algunas operaciones agrícolas y ganaderas, además de generar desplazamiento forzado de comunidades enteras, afectando con ello la continuidad de la producción agropecuaria.
En este contexto, se ve complicado que en el futuro inmediato se mantengan tasas de crecimiento elevadas para este sector.
El desempeño excepcional del primer trimestre de 2025 podría ser más un espejismo derivado de factores coyunturales y ajustes estadísticos, que una señal real de fortaleza.
Por esa razón, no se le puede apostar a que, como en este primer trimestre, el sector agropecuario sea un factor que compense la falta de crecimiento del resto de la economía mexicana.
Será necesario implementar políticas integrales que enfrenten los desafíos climáticos, fortalezcan el acceso a tecnología y crédito, reduzcan costos de producción y combatan la inseguridad, para que el sector agropecuario realmente pueda jugar un rol consistente en el crecimiento del país.
Y aun en este caso, los resultados no serían inmediatos.
Por eso es que diversos economistas ven inevitable una recesión en este año, así se haya eludido esta circunstancia en el primer trimestre de 2025.