La semana pasada ofrecí seguir escribiendo sobre las previsibles consecuencias que la elección del Poder Judicial tendrá para la democracia mexicana, pero es inevitable hacer un alto para reflexionar sobre los aranceles y los anuncios que al respecto hizo el señor Trump.
Son muchas las aristas; los economistas están haciendo los análisis respecto de los efectos en inversiones, crecimiento económico o estancamiento, inflación, impacto en las finanzas públicas y estrategias para hacer frente a la recomposición de los mercados. Pero lo económico es también político y social; vayamos a ello.
Se está cerrando un ciclo histórico después de la Segunda Guerra Mundial en el que se construyeron instituciones multilaterales para dirimir conflictos internacionales, no solo en el orden político, sino para cuestiones sociales como educación, salud, medio ambiente o económicas para regular el comercio. Y todo eso, bien o mal, funcionó a pesar de la Guerra Fría y con mayor razón después de la caída del Muro de Berlín en 1989, cuando parecía que el modelo predominaría, aderezado con un ingrediente democratizador que recorría el mundo.
Termina también la iniciativa globalizadora y de fronteras abiertas para el libre tránsito de personas y mercancías. Que, en honor a la verdad, no lo fue del todo; aún con sus limitaciones y más ahora acentuadas por la guerra, la Unión Europea es la experiencia más cercana a aquella pretensión.
En lo económico privó el interés del dinero y vimos cómo en el planeta y en los espacios nacionales se profundizaron los extremos entre el exceso de riqueza y la pobreza extrema. Lo que sí deja profundas huellas, cuya trascendencia aún no alcanzamos a ponderar, son los avances tecnológicos y las comunicaciones; el mundo se hizo chico y hoy estamos frente a herramientas que moldean conciencias y prácticas individuales y sociales sin que la población se percate de ello.
Pero cuando algo se cierra, algo se abre y creo que al respecto las noticias no son buenas. Lo que vemos es el desmoronamiento de las instituciones multilaterales, el fortalecimiento de polos, el armamentismo creciente, la expansión del fanatismo y la vuelta a la división de zonas de influencia en el mapa geopolítico.
Una víctima de todo eso o tal vez el origen de ello tiene que ver con el deterioro de las democracias so pretexto de la defensa de las fronteras nacionales o aduciendo razones de rentabilidad económica o de seguridad; el caso es que la concentración del poder en los órganos ejecutivos avanza aceleradamente sin contrapesos, pintándose un escenario cada día más autoritario.
El caso de EU es muy claro, diáfano diríamos: un presidente que le habla a su electorado y pone estrictas reglas a sus propios aliados, aunque eso signifique tirar las fichas del tablero y dar razones a los regímenes autoritarios como Rusia o a una China que va recogiendo las fichas que el otro tira.
¿Y en México qué? Sin duda, es momento de pensar en el país y poner los mejores talentos a trabajar juntos para atender el difícil entorno internacional, para aminorar los efectos sobre el empleo, los servicios públicos y la pobreza. Lo que sería regresivo es un llamado a cerrar filas sin más, sin razones, frente a un “extraño enemigo”.
No se trata de sumarnos al renacimiento del NACIONALISMO ortodoxo; eso nos llevaría décadas atrás para lo que el modelo centralizado en el Ejecutivo federal sin equilibrios de poderes, que se ha venido construyendo, parece como anillo al dedo, diría quien vio en la pandemia una oportunidad.
Esos son los tiempos que corren, quién lo diría; a mi generación le tocó vivir la apertura de una época y el cierre abrupto de la misma sin que al parecer hayamos aprendido algo.