Las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China han vuelto a intensificarse con la reciente imposición de nuevos aranceles por parte de la administración de Donald Trump. Tras suspender temporalmente su aplicación a México y Canadá por un mes, y establecer el 12 de marzo como fecha límite para los aranceles al acero y aluminio, el gobierno estadounidense aplicó un 10 por ciento adicional a productos provenientes de China a partir del 4 de febrero, siendo esta la única medida efectivamente implementada hasta ahora.
La iniciativa busca frenar lo que Washington considera prácticas desleales por parte de Beijing. Sin embargo, el resultado inmediato ha sido un endurecimiento de la disputa entre las dos economías más grandes del mundo. Como en episodios previos, China respondió con sanciones económicas contra EU, complicando aún más el panorama global.
La ofensiva arancelaria de Trump no es nueva, pero su reciente escalada marca un giro en la estrategia comercial estadounidense. El objetivo principal es reducir el déficit comercial con China y proteger el empleo manufacturero en EU. No obstante, este enfoque ha sido criticado por sectores empresariales y analistas, quienes advierten sobre el encarecimiento de productos para los consumidores y posibles represalias de Beijing.
Por su parte, China ha impuesto incrementos en sus propios aranceles a productos estadounidenses, afectando sectores clave como la agricultura y la industria automotriz.
Además, ha adoptado medidas como investigaciones antimonopolio contra empresas como Google y restricciones a la venta de minerales estratégicos (wolframio, bismuto, telurio, molibdeno) relevantes para la industria tecnológica.
Simultáneamente, el gobierno chino está fortaleciendo su estrategia de diversificación comercial mediante alianzas con otros socios, como la Unión Europea y América Latina. Este esfuerzo, impulsado por iniciativas como la Franja y la Ruta, busca reducir su dependencia del mercado estadounidense.
Para México, este enfrentamiento entre potencias tiene implicaciones significativas. En el corto plazo, algunos sectores podrían beneficiarse. La relocalización de empresas (nearshoring) ha ganado impulso, con compañías chinas instalándose en territorio mexicano para evitar aranceles estadounidenses. Esto ha generado nuevas inversiones, especialmente en la frontera norte y en corredores industriales como el Bajío. Esta tendencia podría consolidarse si las tensiones comerciales entre EU y China persisten, posicionando a México como un actor clave en las cadenas de suministro globales.
Sin embargo, no todo es positivo. Una eventual imposición de aranceles a México y Canadá tendría un fuerte impacto negativo. Además, la incertidumbre en el comercio global podría afectar las exportaciones mexicanas si la demanda en EU se desacelera debido al encarecimiento de insumos y bienes de consumo.
Una guerra comercial prolongada también podría generar volatilidad en los mercados financieros y presionar el tipo de cambio del peso frente al dólar. Asimismo, habría presiones para que México eleve los aranceles a productos chinos, alineándolos con los de EU, para evitar ser percibido como una puerta trasera para productos chinos que eluden los gravámenes. Esto encarecería insumos importados de China y restaría competitividad a diversos productos mexicanos.
El gobierno mexicano enfrenta un dilema estratégico. Por un lado, debe aprovechar la coyuntura para consolidarse como un socio comercial confiable para EU, promoviendo inversiones en manufactura y logística. Por otro lado, debe manejar con prudencia su relación con China, un socio cada vez más relevante en sectores como la tecnología y la energía. Lograr este equilibrio será particularmente complejo bajo la administración de Trump.
En este contexto, la política comercial mexicana deberá ser más activa. No basta con beneficiarse del nearshoring; es crucial garantizar condiciones atractivas para la inversión extranjera y mejorar la infraestructura para captar más proyectos productivos.
Además, México deberá estar atento a posibles presiones de EU para restringir las importaciones chinas dentro del marco del T-MEC. También debería fortalecer sus vínculos con socios europeos y asiáticos para diversificar sus mercados y reducir su dependencia exclusiva de Estados Unidos.
El T-MEC juega un papel fundamental en este escenario. Aunque refuerza la integración económica de América del Norte, también impone restricciones a las relaciones comerciales con otros países, incluyendo China.
EU podría presionar a México para evitar que productos chinos ingresen a su mercado a través del territorio mexicano. Además, algunos sectores mexicanos podrían enfrentar dificultades para cumplir con las reglas de origen del tratado, limitando su acceso preferencial al mercado estadounidense.
Por otro lado, el T-MEC también representa una oportunidad para atraer inversiones en sectores estratégicos como la manufactura avanzada y la tecnología. Empresas que buscan establecerse en América del Norte para aprovechar el mercado estadounidense podrían encontrar en México un destino atractivo, siempre que se garanticen condiciones adecuadas de inversión, estabilidad política y económica.
Oportunidad con riesgos
La batalla comercial entre EU y China sigue reconfigurando el mapa económico global. Para México, esto representa tanto una oportunidad como un riesgo. El país puede consolidarse como un destino clave para la inversión extranjera y fortalecer su rol en las cadenas de suministro norteamericanas. Sin embargo, para lograrlo, es necesario actuar con inteligencia y rapidez.
Hay que caminar en el filo de una navaja. Donald Trump desearía que México rompiera con China y castigara las importaciones provenientes de ese país. Además, en su radar está el castigo arancelario a México para, presuntamente, corregir el déficit comercial. Lo cual es una ilusión.
Pero, para México, tendría un alto costo seguir con un déficit creciente con China, productos de importaciones de toda índole. El reto es grande: equilibrar la relación con ambas potencias sin quedar atrapado en una disputa que tiene pocos ganadores y muchos costos. Para aprovechar las oportunidades y minimizar los riesgos asociados a la incertidumbre global, México debe fortalecer su infraestructura, mejorar su competitividad y diversificar su base de comercio exterior.
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