Honor a quien honor merece. La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha demostrado que la mejor manera de tratar con Donald Trump es con cabeza fría, en contraste con la estrategia impulsiva de Justin Trudeau. Sin embargo, al analizar los hechos con perspectiva, es inevitable preguntarnos si desplegar 28 mil soldados ya era excesivo y si sumar 10 mil más no es otra cosa que reforzar un acuerdo que, desde el principio, fue una imposición.
La historia tiende a sorprendernos con giros inesperados, pero lo que está haciendo Trump no es nada nuevo. Su estrategia es la de siempre, como si estuviera protagonizando otra temporada de “El Aprendiz”, donde, en cualquier momento, le dirá a alguien: You’re fired! —“estás despedido”— haciendo alusión a frase dicha en su mítico programa. Su plan es claro: desmontar la vieja política, abandonar organismos internacionales como Naciones Unidas y el Banco Mundial, y afianzar su lema de “América Primero” o su inquietante e insaciable deseo de “hacer América grande otra vez”.
Para reconstruir su visión de un Estados Unidos grandioso, Trump primero necesita desmantelar a los demás y valerse de cualquier tipo de acción o estrategia para lograr su objetivo. Y en este sentido, él tiene muy claro cuál es la verdadera solución para la inmigración —la legal y la ilegal— o con uno de sus principales objetivos, que es la erradicación del crimen organizado que afecta al territorio que gobierna. Pero, sobre todo, Trump sabe y es consciente de que para lograr todo lo que se propone cuenta con la mayor herramienta de poder: las 800 bases militares que, al igual que el Imperio Romano en su tiempo, le recuerdan al mundo que, más allá de los discursos y principios, quien tiene la fuerza impone las reglas.
Hace más de un siglo, el presidente Theodore Roosevelt y su secretario de Estado, John Hay, debatieron sobre la legitimidad de convertir a Estados Unidos en un imperio. En esas discusiones se forjó la identidad de la nación. Sin embargo, a Trump no le interesa la historia ni el legado de su país. Su promesa es otra: devolverle a Estados Unidos y a sus ciudadanos su juventud, su gloria y su imagen de cowboy invencible.
Donald Trump quiere que el mundo vuelva a admirar y anhele parecerse a los Estados Unidos de América y que el sueño americano vuelva a estar presente en la mente de las sociedades como ese sueño inalcanzable y añorable. ¿El costo? No le importa. Los demás pagarán el precio, lo quieran o no y sin importar qué tan alto pueda llegar a ser.
No hay que engañarse. Desconozco qué es lo que Trump hará cuando llegue el 4 de marzo, día en el que vencerá la prórroga sobre los aranceles. Pero lo que sí sé es que es alguien que, como buen hombre del espectáculo, siempre buscará la forma de llamar la atención y destacar por sus actuaciones. Llegado el momento, podrá optar por la piedad y decir: “Te perdono y por ahora miraré hacia otro lado”, o, por el contrario, podrá decidir endurecer su postura con un mensaje claro: “No me ha gustado lo que hiciste con la oportunidad que te di”. Y es que, en el fondo, los gobernadores ligados al narcotráfico en ese entonces seguirán en sus cargos, la crisis migratoria continuará sin resolverse y, aunque se ha llegado a un principio de acuerdo que ha permitido posponer los aranceles, tampoco se podrá dejar a un lado el hecho de que el inquilino actual del Despacho Oval, por medio de la comunicación oficial de la Casa Blanca, nos ha etiquetado como un narcoestado.
Trump no quiere actuar ni ser recordado como un líder bueno. Quiere ser la encarnación de la fuerza, de la parte varonil y de la autoridad incuestionable. Él busca ser recordado más que haber sido el primer candidato en vencer en dos ocasiones a candidatas mujeres. Donald J. Trump busca consolidarse en la historia como el hombre que trajo de vuelta al gran imperio estadounidense.
Visto lo visto, la reacción de la presidenta Sheinbaum no es solo una respuesta a Trump; es también un mensaje interno y una comparación inevitable con el manejo que tuvo el anterior gobierno, del que ella formó parte. Según Mike Pompeo, antiguo secretario de Estado de Trump entre 2018 y 2021, nunca habían visto a un gobierno romperse y ceder tan fácilmente ante la presión estadounidense como en aquella ocasión en la que la negociación terminó con el envío de 28 mil soldados “gratis”, tal y como Trump lo dijo posteriormente.
Hoy, con prácticamente los mismos actores en escena, estamos reviviendo un capítulo que no puede calificarse ni de histórico ni de glorioso. En dos ocasiones, bajo la amenaza de los aranceles, hemos permitido que un hombre con delirios de grandeza cuestione nuestra soberanía y ponga en riesgo la estabilidad del país.
El problema de la frontera es algo que no se resolverá ni con soldados ni con operativos temporales, sino que habría que arreglarlo con un cambio estructural de las condiciones socioeconómicas de la zona. Mientras tanto, lo que el país necesita es liderazgo. Necesitamos que la presidenta Sheinbaum actúe como tal. Necesitamos que su administración y ella nos ayuden a recuperar y fortalecer la confianza que da el hecho de estar en buenas manos.
Si ella y su equipo no toman la iniciativa para resolver los problemas internos, la historia —tarde o temprano— se repetirá o incluso podría tener peores consecuencias y resultados. De no actuar y buscar soluciones eficientes, tendremos el mismo problema militar con Estados Unidos, el mismo problema militar con los narcotraficantes, aunque, con diferencia de otras veces, en esta ocasión la solución nos será impuesta desde fuera.