La serie de HBO The Last of Us, inspirada en un videojuego, tiene como villano al hongo Cordyceps, que convierte a las personas en máquinas de matar. Pero este hongo tiene otros usos menos ficticios. En el mundo de la medicina tradicional se les atribuyen beneficios milagrosos, incluso se valora como afrodisíaco.
En el Himalaya, la especie Cordyceps sinensis, que germina en los cuerpos de las orugas de la polilla fantasma que inhalan sus esporas, vale cuatro veces su peso en oro. La medicina tradicional dice que cura casi cualquier cosa. Ahora es llamado el viagra del Himalaya.
La conexión de este hongo con un novelesco apocalipsis zombi es menos obvia en las altitudes extremas donde se recolecta el Cordyceps en Nepal, China, India y Bután. En esos lugares es más conocido por otros nombres. La denominación tibetana es yartsa gunbu (literalmente “hierba de verano, gusano de invierno”); otro apelativo popular es “hongo oruga”.
El hongo, de color naranja brillante a marrón oscuro, parece un cerillo deformado y huele pútrido. Se extrae del suelo y se limpia minuciosamente con un cepillo de dientes, se toma entero en té, pulverizado en forma de pastillas o ahogado en whisky.
En Estados Unidos es más fácil encontrar el hongo en Amazon.com o en la cadena de supermercados Whole Foods, donde se venden suplementos con Cordyceps por tan solo 19 dólares el frasco de 90 pastillas, una minúscula fracción de un mercado que los investigadores de la Universidad de Stanford estiman que vale 11 mil millones de dólares anuales.
Sin embargo, la mayor parte de lo que entra en el mercado estadounidense son falsificaciones, imitaciones que no están asociadas con la potencia sexual ni con otros efectos deseables, según Daniel Winkler, micólogo alemán que pasó 20 años guiando visitas al Tíbet. En Beijing, el producto auténtico se vende en 136 mil dólares la libra. La primavera pasada viajé a Nepal para ver más de cerca la fuente de origen.
Todas las tiendas del mercado de Katmandú parecían estar vendiendo los hongos, y en todas había compradores extranjeros.
Mientras una motocicleta pasaba a toda velocidad junto a unos hombres que vestían pants Gucci y hablaban mandarín, un comerciante llamado K.C. Bastola rebuscaba entre frascos de té, azafrán y sal rosada para presentar tres frascos de hongos de alta, media y baja calidad. “Cuanto más grande sea el yartsa, mejor”, dijo, sosteniendo piezas de calidad a un precio de 10 dólares cada una, cinco veces el salario diario promedio aquí. “Es bueno para las articulaciones, el sexo, el corazón, el hígado. Esto es lo que buscan los chinos ricos. Esta es nuestra medicina de montaña”. En su tienda y en otra cercana, los hongos costaban unos 4 mil dólares la libra.
Al igual que la cocaína en Bogotá, el precio es mucho más bajo cerca de la fuente. Los hongos aún tienen que ser reempaquetados como artículos de lujo por una serie de intermediarios.
Una difícil búsqueda
Desde hace dos generaciones, la búsqueda del Cordyceps sinensis se ha vuelto más complicada.
El año pasado, más personas murieron recolectando yartsa que escalando el Monte Everest. En terrenos accidentados de hasta 15 mil pies de altura, el frío extremo, las inundaciones repentinas y las avalanchas son riesgos mortales.
Pero como en la mayoría de las historias de zombis, los verdaderos monstruos son los hombres. El Dalai Lama ha dicho que la colecta de Cordyceps es una crisis para la cultura budista porque conduce a la violencia motivada por el lucro, se sabe que hay bandas que roban y matan para conseguirlos.
Incluso sin ese peligro, el negocio depende en gran medida del trabajo infantil. Aldeas enteras salen en caravana para aventurarse a grandes altitudes durante días en agotadoras búsquedas donde hay que inspeccionar a rastras el terreno. Cada primavera, las escuelas cierran para dar lugar a esas comunidades itinerantes.
La extrema pobreza de la región hace que el hongo sea una salida económica. Tek Bahadur Budha, un nepalí que vive cerca de la frontera tibetana, gana 15 mil dólares al año recolectándolo y vendiéndolo. Eso le basta para mantener a una familia de cinco personas, incluidos dos hijos que estudian en la capital. No tiene planes de dejar de hacerlo.
“El principal desafío es conseguir un precio justo”, dice Budha, porque su familia necesita comer, mientras que sus compradores son generalmente intermediarios que pueden permitirse comprar barato y vender caro.
El Cordyceps sinensis silvestre es muy valioso porque el mercado está inundado de imitaciones. Incluso algunos investigadores que intentan desentrañar el valor medicinal del hongo en entornos de laboratorio han optado por utilizar imitaciones, dice Winkler, el micólogo. Los estudios que han utilizado de manera verificable el hongo real son más raros y suelen centrarse en la inflamación y la respuesta cardiovascular.
Un estudio de ocho semanas que buscaba evidencia de si en dosis regulares puede aumentar el impulso sexual no encontró ningún vínculo significativo más allá de que los participantes se sintieran más vigorosos.
“Los tibetanos se ríen y dicen que no es así como se usa tradicionalmente”, menciona Kelly Hopping, profesora adjunta de sistemas humanos-ambientales en la Universidad Estatal de Boise.
En el mundo académico estadounidense hay quienes creen en sus beneficios.
“Es realmente una medicina asombrosa que merece más atención”, asegura Tawni Tidwell, antropóloga biocultural del Centro para Mentes Saludables de la Universidad de Wisconsin en Madison, donde se especializa en innovaciones farmacológicas en la medicina tibetana. Tidwell, quien pasó años estudiando en todo el subcontinente indio, dice que los hongos no aumentan su deseo sexual, solo se siente con más energía después de consumirlos, pero ha visto resultados espectaculares en la libido de otras personas.
“Los hombres dicen que sus erecciones son más funcionales, más fuertes y duraderas”, dice. “También funciona para las mujeres”.
El efecto placebo puede jugar un papel aquí, admitió Tashi Tsering, un médico tibetano tradicional que conocí en una clínica en la ciudad nepalí de Boudha.
“La fe ayuda”, expresó Tsering al tiempo que me servía una humeante taza de té de yartsa. Mientras esperaba a que su propia bebida se enfriara, sacó un paquetito de hongos anaranjados. “Cuanto mayor sea el tamaño, más valiosa es la medicina”, dijo en una frase casi idéntica a la del comerciante Bastola. “Es muy bueno para el sexo”, añadió.
Tsering describió cinco elementos cósmicos (tierra, fuego, agua, aire y espacio) que, según él, el yartsa ayuda a armonizar. Lo que no mencionó, y que aprendí a las malas, es que una taza de té de yartsa puede hacer que una persona corra al baño. Si no quieres estropear un encuentro romántico, úsalo con moderación.
Desde hace siglos el yartsa se ha utilizado en la medicina tradicional de su región endémica, pero tuvo una especie de debut moderno en 1993, luego de que un entrenador de atletismo chino atribuyera una serie de carreras récord a un tónico elaborado con el hongo (y sangre de tortuga).
En China, Corea del Sur y Japón, el Cordyceps se ha convertido en un regalo codiciado y una forma de presumir, especialmente en las fechas festivas. ¿Por qué la gente adinerada (muchos jóvenes y modernos) cree esta idea antigua? “La naturaleza es el atractivo”, dice Tashi Dorji, especialista en ganadería y pastizales del Centro Internacional para el Desarrollo Integrado de las Montañas en Katmandú.
Dorji creció en una comunidad de pastores en Bután y ahora estudia medicina veterinaria y los recursos de las zonas montañosas. Dice que toma yartsa cuando tiene fiebre. “No estoy seguro de si funciona o no”, apunta, “pero psicológicamente sí”.
A diferencia de Nepal, China grava las ventas de yartsa y regula quién puede recolectarlo. Mucha gente elude esa normativa cruzando la frontera de China a Nepal, donde llenan maletas con el hongo y lo llevan a casa en avión o en coche. “Recolectar el hongo oruga es una parte fundamental de los medios de subsistencia en el Himalaya”, expone Uttam Babu Shrestha, director fundador del Instituto Global de Estudios Interdisciplinarios de Nepal.
Las comunidades aisladas y nómadas pueden ganar más dinero en un mes recolectando hongos que en un año cultivando cualquier otra cosa. Una vez recolectado el hongo, vendedores como Budha lo llevan a Katmandú o lo contrabandean a China, algunos en coche y otros a pie.
Cuando llegan a las grandes ciudades como Beijing o Katmandú, venden el yartsa a comerciantes, que lo clasifican según su tamaño y calidad y luego lo envasan para su venta.
“Es como la moda”, apuntó Yi Shaoliang, especialista chino en biodiversidad del Centro Internacional para el Desarrollo Integrado de las Montañas.
“Si todo el mundo dice que tiene valor y todo el mundo lo quiere, tú también lo querrás”.
Mirando el cielo gris de Katmandú en su desordenada oficina, Yi me dijo que si bien muchas afirmaciones “probablemente sean exageradas, debe haber algo de verdad o la gente no lo usaría. Pero es más cultural que médico, como la brujería”.
Se rio cuando le pregunté si había probado el yartsa. “Una vez”, dijo, pasando por alto sus efectos más allá de sentir “que mi cuerpo se calienta”.
Hasta ahora, los biotecnólogos han estado mucho más interesados en los vínculos del hongo con las mejoras en los niveles de colesterol y la respuesta inmunológica.
Los científicos de la Universidad de Oxford y la empresa biofarmacéutica NuCana Plc incluso están evaluando un derivado sintético por su potencial terapéutico contra el cáncer.
Shrestha y otros expertos advierten que la recolección de hongos conlleva elevados costos ecológicos y sociales.
El Himalaya es demasiado frágil para sostener las 300 mil libras que se recogen cada año. La organización sin fines de lucro International Union for Conservation of Nature ha clasificado al Cordyceps sinensis como vulnerable a la extinción.
Más allá de la sostenibilidad del hongo en sí, la extracción (que consiste en cavar un hoyo) aumenta la erosión y puede exacerbar el deshielo en la región, lo que contribuye también a la aceleración del cambio climático.
Rajendra Bajgain, quien es legislador de Nepal, sostiene que el atractivo económico del hongo está destruyendo por completo a las comunidades y fomentando el contrabando.
“La gente se pelea y muere por él, y ni siquiera estamos seguros de que funcione”, expone. “Este gobierno no está haciendo lo suficiente. El yartsa necesita regulación, y necesitamos reforzar nuestras fronteras. Lo que es realmente increíble es cuánta gente viene de China a comprarlo y contrabandearlo a casa. Está fuera de control”. Más tarde vi a qué se refería Bajgain.
Mientras estaba en el puesto de Bastola, un hombre chino con un atuendo deportivo de la marca Gucci entró y señaló los frascos. “Quiero eso”, dijo en un inglés quebrado, sacando un fajo de rupias.
“Todos, por favor. Me llevo todos los hongos de oruga”. Los ojos de Bastola se iluminaron mientras pesaba la mercancía. Ese día cerró temprano.
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