La historia política de México registra una maldita práctica de larga data. Se trata del infamante acarreo. Consiste éste en llevar personas en vehículos (en un tiempo en camiones de redilas, como si fueran ganado) a actos públicos de carácter político, contra su voluntad, con amenazas, o por alguna paga o ambas cosas a la vez. Ello con el propósito de simular arrastre popular, fuerza política por parte de quienes organizan tales acarreos.
Más allá de cualquier ingenuidad, ¿habrá quien realmente crea que esos abominables actos de acarreo sean una demostración de fuerza política y no de debilidad? Lo que tienen a su alcance esos organizadores es dinero, mucho dinero, a veces erario abierto, para realizarlos. Esta práctica debe terminar.
A lo largo de más de dos siglos de vida independiente, seguramente se cuentan por cientos de miles, quizá millones, los actos políticos públicos que se han realizado en nuestro país.
Probablemente, han predominado los de corte electoral. Pero también los ha habido para apoyar alguna causa social o política, o a determinado caudillo o movimiento. Los ha habido de escasa, mediana y mayor importancia, ya sea por el número de asistentes o por su trascendencia. En poblaciones grandes, pequeñas y medianas.
Imposible saber cuántos o qué porcentaje de esos actos políticos públicos, en particular los que han reunido a grandes multitudes, se han organizado básicamente con acarreados. Pero ha sido de este género, sin duda, la mayoría de los realizados por el actual gobierno y su partido, como en su tiempo lo fueron los del priato.
Aunque en menor número, ciertamente en la historia del país ha habido enormes concentraciones políticas de distinta índole verdaderamente multitudinarias, genuinas y espontáneas. Es decir, que han prescindido de la humillante práctica del acarreo.
Probablemente, la primera gran manifestación auténticamente popular fue la que tuvo lugar el 27 de septiembre de 1821, con motivo de la entrada a la Ciudad de México de Agustín de Iturbide al frente del Ejército Trigarante. Las crónicas de la época relatan que se trató de una desbordante manifestación popular, espontánea y entusiasta, mediante la cual la gente expresó su apoyo a la consecución de la independencia nacional.
Otra manifestación similar fue la registrada el 7 de junio de 1911, cuando a las tres de la tarde de ese día Francisco I. Madero entró triunfante a la Ciudad de México en medio de desbordante, alegre y auténtico apoyo popular, porque entendía que significaba el derrumbe del porfiriato y la victoria de la Revolución. Por cierto y para más señas, en la madrugada de ese día, que fue miércoles, como a las cuatro y media de la mañana la capital “fue sacudida por un terrible temblor”.
Es probable que a lo largo de más de dos siglos haya habido otras grandes manifestaciones populares sin acarreados. Quizá varios de los candidatos presidenciales de la oposición en la época del priato y las grandes movilizaciones estudiantiles del 68. El historiador Luis González incluye en esta clasificación la registrada la tarde del 23 de noviembre de 1876 cuando Porfirio Díaz, luego de la huida del presidente de la República Sebastián Lerdo de Tejada, fue recibido en la capital “con el júbilo acostumbrado para los vencedores”.
Surgen las anteriores consideraciones con motivo del accidente carretero en el que perdieron la vida dieciocho personas que de Oaxaca trajeron acarreadas al Zócalo, para estar presentes en el mitin organizado por el gobierno de Morena, el pasado domingo 9. A la humillación, la presidenta Sheinbaum agregó la burla. Dijo que vinieron por sus medios y cubriendo sus propios gastos. ¿Habrá alguien que le crea?