El nuevo pontífice es un hombre de poder, lo eligió para estar al frente de la influyente Ciudad-Estado del Vaticano un órgano colegiado elitista conformado por 133 políticos vestidos de sotana.
El cónclave es un mecanismo poco transparente —aunque muy mitificado por Hollywood— que data del siglo XIII. La mayoría de sus integrantes fueron seleccionados por el jefe del Estado fallecido, Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. Bergoglio, como actor electoral, ha dejado una huella clara: este ha sido el cónclave más internacional de la historia, con cardenales de 71 países distintos. Hoy, aunque mantiene rituales ancestrales —como la quema de papeletas (remember Salinas de Gortari)—, el cónclave refleja dinámicas modernas: grupos de poder, debates doctrinales y hasta consideraciones geopolíticas. La elección de León XIV surge de un equilibrio entre reformistas y tradicionalistas.
La selección no fue casual, tampoco podemos afirmar que fue un dedazo, pero casi. Robert Francis Prevost, León XIV, sí es un político impulsado, puesto en la línea sucesoria, por Francisco. Hace menos de 2 años no era elegible, ni elector, pero fue colocado por su antecesor en un puesto político-espiritual clave. Es como cuando los presidentes mexicanos colocaban a sus favoritos al frente de secretarías con charming.
En política cuentan más las consecuencias que las intenciones. No podemos asegurar que la intención del consenso generado en el cónclave haya sido nombrar al nuevo pontífice por su nacionalidad estadounidense, pero sí podemos afirmar con certeza que es una variable geopolítica que influyó profundamente. Por cierto, con solo el 20 por ciento de su población católica, Estados Unidos contaba con 10 cardenales con derecho a voto, mientras que México, el segundo país con más católicos, solo tenía dos electores: el dólar pesa claramente más que la fe.
Sobre la elección podemos recuperar las cinco advertencias que Marco Arellano rescata de Nicolás Maquiavelo (marellano7.medium.com): i) los cardenales son “hombres que anhelan poder, gloria o supervivencia” y para ello tejen alianzas secretas; ii) la iglesia finge pureza y actúa como Estado; iii) “el candidato ideal es un espejo que refleja las divisiones de los electores para vencerlas”; iv) “al cónclave lo gobiernan los pactos, no los milagros”; v) y el nuevo papa ejercerá el poder sin compartirlo, su poder, al interior, es absoluto e infalible.
La elección del nuevo pontífice siempre tiene trascendencia global, pero detrás del simbolismo religioso el papa es, ante todo, jefe de un microestado soberano, reconocido por el derecho internacional desde los Pactos de Letrán de 1929, que opera con una estructura gubernamental única. El papa ejerce poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, apoyado por instituciones como la Curia Romana y la Gobernación, encargada de administrar servicios básicos, seguridad y relaciones exteriores.
Esta dualidad —líder espiritual y gobernante terrenal— define su rol en la escena mundial. Si contrastamos el pequeño tamaño de la estructura administrativa del Vaticano con el número de creyentes católicos veremos que el papa se encuentra en una situación política muy singular y esto influye en la naturaleza de su poder político.
A diferencia de otros jefes de Estado, el poder del Santo Pontífice y su influencia en la geopolítica mundial no depende de su control de recursos materiales, aunque nadie puede decir que al Vaticano no le salgan las cuentas, y mucho menos de su fuerza militar, si bien antaño los papas comandaban poderosos ejércitos (recomendamos la serie de Los Borgia). La influencia del Vaticano en organismos internacionales y en otros estados nación responde más a una diplomacia de soft power, basada en la autoridad moral y neutralidad política.
Y en esta “neutralidad”, los pontífices también deben ser estratégicos. El papa Francisco en su nada disimulado progresismo alienó a sectores ultraconservadores (Milei lo tachó de “representante del Maligno”). Algunos analistas ven en León XIV una esperanza ante la actual polarización. Siendo un estadounidense con una larga carrera espiritual (¿o política?) en Perú, se le ve como un puente para las Américas. Su origen agustiniano, compartido con J.D. Vance y numerosos jóvenes de derechas de reciente conversión, le permitiría conectar con esos sectores y convencerles de que el Ordo Amoris es profundamente incompatible con la discriminación y el odio que profesan. Sin embargo, debemos ser cautelosos y recordar que este León es un animal político con su propia agenda e intereses que defender.
Robert Francis Prevost es león para espantar a los lobos y zorro para librar las trampas. La Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre no están tan separadas después de todo.
Lectura recomendada: Los Borgia de Mario Puzo (B de bolsillo).
Gracias a LGCH por su apoyo invaluable.