El “libre comercio”ha sido una de las fuerzas económicas más transformadoras de los últimos 50 años. Ha contribuido a reducir la pobreza global, expandir el acceso a bienes y servicios y fortalecer cadenas de valor internacionales. Pero también ha generado profundas distorsiones. En el caso de Estados Unidos, los beneficios vinieron acompañados de un déficit comercial creciente y sostenido, de la desindustrialización de regiones enteras, y de una pérdida de influencia estratégica en sectores clave para la seguridad nacional. A medida que otros países protegían sus sectores sensibles, EU apostó por una apertura casi incondicional. Hoy, ese desequilibrio cobra la factura.
Basta mirar los números. No solo es China. Por años la Unión Europea ha aplicado un arancel del 10 por ciento a los autos estadounidenses; EU cobra 2.5 por ciento a los autos europeos. Canadá impone tarifas de hasta 245 por ciento a los quesos y productos lácteos fuera de cuota; EU impone entre 20 por ciento y 40 por ciento a los productos equivalentes. India mantiene tarifas promedio de casi 40 por ciento en productos agrícolas, comparadas con el 5 por ciento que cobra EU. ¿Dónde está la reciprocidad? ¿Es esto libre comercio?
En Europa, el caso agrícola es aún más ilustrativo. Frutas, verduras y cereales están protegidos por contingentes arancelarios que limitan la cantidad importada con arancel bajo y castigan lo que excede con tarifas prohibitivas. Si el libre comercio es tan benéfico como se afirma, entonces cabe una pregunta obvia: ¿por qué ningún país ha eliminado completamente sus aranceles? ¿Por qué siguen existiendo barreras para productos “sensibles”? La respuesta es simple: porque en la práctica, ningún país confía ciegamente en el mercado global para garantizar empleo, seguridad alimentaria o desarrollo industrial. El discurso pro comercio suele terminar donde empieza el interés nacional.
Cuando los aranceles no bastan, se recurre a subsidios y barreras no arancelarias. Europa subsidia fuertemente a su sector agrícola a través de la Política Agrícola Común. China canaliza créditos y apoyos estatales a sectores como acero, baterías, autos eléctricos y microchips. Estados Unidos responde con su propio arsenal de subsidios industriales, como los del CHIPS Act o la Ley de Reducción de la Inflación. La competencia no es libre: es administrada, apalancada y condicionada por decisiones soberanas.
Este tipo de intervención contradice por completo el modelo fundacional de David Ricardo. En su teoría de la ventaja comparativa, el comercio se basaba en que cada país produjera lo que hace relativamente mejor, sin intervención estatal. David Ricardo no consideró el escenario en el que un país subsidia artificialmente su producción para volverse más barato, donde mantiene barreras no arancelarias o donde manipula su moneda. Además su teoría no consideraba déficits comerciales sin fin. Su modelo asumía equilibrios dinámicos entre naciones. Esto no es lo que ocurre hoy.
Robert Lighthizer, lo resume en su libro No Trade Is Free, dice “El libre comercio no existe. Lo que existe es el comercio gestionado”. Con los aranceles que decretó Tump, en los productos donde no existan substitutos habrá aumento en los precios porque, al menos en el corto plazo, no hay forma de reemplazar las cadenas de suministro actuales. Por otro lado bajarán las tasas de interés y el petróleo. Muchos países van a competir para reducir las barreras al comercio con EU, para que también bajen los aranceles que les aplican. Vamos a ver cambios en las reglas comerciales en varios de los principales socios de Estados Unidos. Habrá turbulencia y aumentos de precios mientras los importadores se ajustan, pero todo esto apunta a que, en el largo plazo, EU aumente su capacidad para producir más dentro de su propio territorio. Hay que recordar que los estadounidenses son los consumidores de ultima instancia.
El mundo ha cambiado. La eficiencia ya no será el único criterio. Hoy importan la resiliencia, la seguridad y la autonomía tecnológica. Las cadenas de suministro se rediseñarán con criterios geopolíticos. Ya no se trata únicamente de quién produce más barato, sino de quién lo hace dentro de un marco confiable y estratégico.
Para México, este nuevo orden representa tanto una advertencia como una oportunidad: el país debe definir con claridad su papel en este juego de intereses, si quiere pasar de ser un simple eslabón maquilador a convertirse en un socio indispensable en las cadenas de suministro del futuro.
*Esta columna retomará su publicación el lunes 28 de abril de 2025.