La historia registra que cuando se gestan nuevos momentos coyunturales, existe una confluencia de elementos que provocan el cambio. El fin de una era, el inicio de otra, la aparición, casi siempre disruptiva, de elementos o factores que inclinan los hechos y acontecimientos en otra dirección. Y que, en el momento que suceden, con frecuencia, no son percibidos como una ola integral de cambio.
Esta vez es diferente.
Es tanto lo que está en juego por la llegada disruptiva de Trump, el desgaste del modelo democrático liberal y la aparición inevitable de líderes populistas en todos los rincones del orbe.
Lo sucedido el viernes en la Oficina Oval de la Casa Blanca, cuando el presidente de Ucrania y el de Estados Unidos se enfrentaron en una reyerta de perspectivas, visiones, acusaciones y deudas, es la expresión clara del fin de una era.
La del derecho internacional, la de los acuerdos diplomáticos, la del lenguaje político de altura, la de líderes que entendían su función y no actuaban bajo capricho.
El comportamiento de Trump esa tarde —en calidad de anfitrión— pero peor aún, el del impresentable de JD Vance, el vicepresidente regañando al presidente de otro país por vestirse de determinada manera, establece con claridad el escenario para una humillación mundial, de un representante al que estaban a punto de arrancarle recursos naturales para pagar una ayuda militar en defensa de una invasión ilegal.
Querían humillarlo, exhibirlo, arrodillarlo.
Zelenski se defendió y, a los ojos del gobierno americano, hizo detonar el acuerdo. Quería saber qué garantías se le exigirían a Putin para cumplir los acuerdos. Eso volvió loco a Trump.
La consecuencia inmediata fue una cumbre de líderes europeos reunidos para expresar respaldo y apoyo a Ucrania y a Zelenski.
Y a la fiesta, aunque acudió Trudeau en representación de Canadá, no estuvieron invitados representantes de Estados Unidos.
El mensaje fue claro: Trump y Putin sostuvieron, por medio de sus secretarios de Estado, un encuentro para negociar la paz de Ucrania, sin Europa y sin Ucrania una semana atrás, pues le devolvieron la descortesía.
El mundo descompone sus bloques tradicionales, producto de la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, la Guerra Fría, para recomponer nuevos bloques y alianzas.
Entiendo que para lectores de mi generación, nacidos en los años 60 y en adelante, comprender que Estados Unidos ponga en riesgo su participación en la OTAN resulta impensable. A cambio de acercarse y aliarse con Rusia, su tradicional enemigo por décadas y después contraparte.
Trump ha anunciado, como resultado de este lamentable sobresalto con Zelenski, el retiro total del apoyo a Ucrania y, al mismo tiempo, el levantamiento de las sanciones contra Putin.
Resultado inmediato: la Unión Europea anuncia el incremento de su presupuesto en defensa y el apoyo, incluso con tropas y aviones —señaló el primer ministro británico— a Ucrania para defender lo que llamaron “la seguridad europea”.
Putin representa una amenaza para Europa, aunque Trump le mande saludos y palmadas en la espalda.
El acuerdo para cobrar la ayuda militar americana a Ucrania resulta de una vileza solo vista en tiempos de Hitler. Me quedo con tus minerales y tierras valiosas, por la ayuda que te presté y te ofrecí.
Estamos presenciando el final de una era, con la obsesión trumpista de recomponer la superpotencia estadounidense, como única nación del mundo con poderes extraterritoriales.
Hoy martes, para desdicha de los trumpistas mexicanos, entrarán en vigor los primeros aranceles contra México y Canadá. Todo parece indicar que serán del 25% generalizado, mientras estudia los dirigidos a los productos agrícolas, metales, aluminio, acero, etcétera.
Trump iniciará hoy, con sus socios y aliados comerciales más importantes, una guerra comercial violatoria del TMEC, colocando a sus vecinos en una situación de ataque de choque económico cuyas consecuencias aún están por medirse a profundidad.
Tal vez los aplique por pocos días o semanas, tal vez los deje un tiempo para hacer sentir su poder y debilitar a los vecinos al llegar a la mesa de negociaciones.
No lo sabemos, pero ayer lunes declaró que entrarán en vigor y no habrá acuerdos de último minuto.
Canadá ha anunciado aranceles de regreso por montos de 30 mil millones de dólares.
La presidenta Sheinbaum, con “moderación y templanza” —al estilo Kalimán—, esperará el anuncio del secretario de Comercio americano este martes 4 de marzo para ejecutar el primero de sus planes de respuesta y de reacción.
Lo que es inevitable es que a partir de ahora se escribirán nuevas reglas; estaremos a merced de la extorsión de los poderosos, de la coerción de los tiranos.
El derecho internacional, las convenciones producto de la Guerra Mundial, son desechadas como basura. La guerra comercial será una realidad.