El sistema de partidos en México está en crisis. Hace tiempo que estas instituciones perdieron su identidad ideológica y abandonaron el compromiso con sus militantes. Los abundantes recursos provenientes de las prerrogativas y el reparto a discreción de las candidaturas plurinominales los convirtieron en lucrativos nichos de mercado para las dirigencias.
En México, la política se burocratizó. En sus 70 años de dominio el partido único se convirtió en la ventanilla oficial donde se repartían las prebendas y canonjías. El presidente López Mateos, preocupado por la falta de representatividad política en el Congreso, promovió la reforma que dio origen a los diputados de partido. Con esta acción, Christlieb Ibarrola y Lombardo Toledano accedieron a la Cámara, dándole brillo y contenido al debate legislativo.
El PAN, con Gómez Morín y Manuel Clouthier, y la izquierda, con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador, representaron la lucha permanente de la oposición en nuestro país. Después de siete décadas se da la transición democrática y la alternancia del poder. Acción Nacional asume la presidencia, seguido por el PRI. Ante más de lo mismo, la corrupción y la falta de resultados del PRIAN, Morena toma el mando sexenal e inicia el cambio de régimen.
De un solo golpe, nos acercamos, cada vez más, al viejo sistema político del nacionalismo revolucionario. La añoranza del pasado se convierte en realidad. Mayor intervencion del Estado en la economía, freno a las privatizaciones y a la participación privada, desmantelamiento de órganos autónomos y, una nueva, el empoderamiento del Ejército en actividades de seguridad del país, construcción de infraestructura y en el manejo de las aduanas y líneas áreas, entre otras actividades.
López Obrador encabezó la insurgencia y el nuevo régimen. Hizo de la lucha de los contrarios su fortaleza. Alineó a la izquierda a su proyecto de gobierno y estigmatizó a las fuerzas de oposición. Un gobierno para los pobres. Los programas sociales fueron el instrumento motor de su compromiso político. El incremento de los salarios mínimos, su carta de presentación ante los trabajadores. Las mañaneras, su púlpito de condena a los impuros y su eficaz mecanismo de comunicación política y reivindicación social. Toda una gran estrategia de poder y de liderazgo caudillista.
De nuevo, «el retorno de los brujos», los símbolos del poder del nacionalismo revolucionario y del partido único. Ante esta avalancha, los partidos de oposición, PAN, PRI y PRD, los culpables del desastre nacional. Los expresidentes en la picota y algunos, en el exilio placentero.
La oposición no ha tenido tiempo de tomar aire y oxigenarse para poder respirar. Está inerte, sin discurso y alejada de la gente. Por otra parte, los aliados al poder están mimetizados por la preeminencia del fuerte y, hasta ahora, han perdido la ocasión de construir identidad política y encabezar las causas sociales. Seguridad, defensa de los trabajadores, migración, energías limpias, industrialización y desarrollo turístico de la frontera sur, entre otras muchas iniciativas. Verdaderos nichos políticos para endurecer el músculo y competir en el 27.
Morena es un movimiento de masas, de múltiples ideologías, de preferencia de izquierda, muy parecido al nacionalismo revolucionario, lo que le permite flexibilidad de acción política. Es también el santuario depurador de pecados: quien se afilia a este instituto se vuelve, por arte de magia, impoluto y libre de la tentación.
La presidenta Sheinbaum es producto de este movimiento y de este desideratum de poder. Como en los viejos tiempos, presidenta fuerte, legislativo a su servicio, partido único hegemónico y nuevo Poder Judicial frágil ante el Ejecutivo.
A México y a su gobierno le conviene fortalecer la democracia: partidos fuertes y competitivos, garantizar nuestras libertades y hacer realidad la división de poderes. Como en la reforma juarista: restaurar la República.