Solo faltan tres semanas para que la estructura del Estado mexicano sufra un cambio radical de consecuencias profundas en la dinámica nacional, al consumarse, por la vía electoral, el deseo transformador del Poder Judicial.
El proceso previo a la elección ha estado plagado de inconvenientes y cuestionamientos en cuanto a su organización, recursos, formas y modalidades, señalándose serias deficiencias y riesgos sobre la idoneidad de los insaculados candidatos a los diferentes cargos y la complejidad en la integración de las listas. Un ejercicio ciertamente inédito que, por su propia naturaleza, constituye un experimento cuyos resultados son aún impredecibles, pero tienen un fuerte aroma de sospecha.
La propaganda en torno a la elección se ha centrado en la imperiosa necesidad y la exigencia del pueblo de transformar el Poder Judicial para acabar con la corrupción, el nepotismo y los privilegios de los juzgadores, y es con base en esa exigencia que se ha tomado la determinación de someter al azar y al escrutinio ciudadano la selección de sus togados.
La maquinaria está en marcha, la elección es inminente y no hay poder humano que la detenga. Los ministros, magistrados y jueces serán nombrados por “la voluntad popular” con la noble y patriótica finalidad de democratizar la justicia en nuestro país y para ello resulta indispensable una copiosa participación ciudadana, sin la cual se pondrá en entredicho la legitimidad del proceso.
Ante las carencias y limitaciones, los suspirantes a los cargos judiciales hacen su mejor esfuerzo por darse a conocer y promover sus candidaturas en redes sociales, en asambleas, recorriendo calles y barrios populares que, en no pocos casos, rayan en el ridículo y acusan, severamente, falta de seriedad para asumir las altas responsabilidades que dichos cargos conllevan.
Tanto para el gobierno como para los impulsores de la elección judicial, más aún que para los preseleccionados candidatos incluidos en las complicadas boletas electorales, es de la mayor importancia mostrar gran afluencia ciudadana a las urnas y lograr así la legitimación del proceso, para lo cual, se pondrán en acción todos los recursos con que cuenta el transformador movimiento en la dilatada geografía nacional y los sabidos mecanismos aprendidos de antaño para la movilización de nutridos contingentes con los que se abarrotarán los centros de votación y serán la muestra de la expresión ciudadana en pos de una justicia democratizada, encarnada por los más preclaros, aunque poco conocidos, hijos de la tómbola.
El primer día de junio próximo marcará el inicio de una época de pronóstico incierto para la vida de la nación. Todo parece indicar que ya tenemos los resultados; sólo falta la elección.