Es claro para todo mundo que en el contenido de los decretos con los que gobierna Trump a Estados Unidos, la verdad es lo de menos; no importa que lo que se le haga creer a la gente sea cierto o no, lo único que cuida el presidente es que los destinatarios oigan cosas que sean compatibles con sus creencias y temores.
Trump es muy bueno en eso de crear un enemigo imaginario que parezca muy peligroso, para presentarse como salvador con poderes que le permitan atropellar derechos humanos, acuerdos internacionales, derechos económicos y al propio sistema judicial estadounidense.
Un ejemplo es el de los aranceles que el presidente amenaza con imponerle a las importaciones que EU haga de México, Canadá y China; para justificarlos elaboró la gran mentira que fue su declaración, en enero pasado, de una “emergencia” en las fronteras sur y norte por las operaciones de cárteles que trafican drogas, particularmente fentanilo, y migrantes sin documentos.
Qué importa que entre 2019 y 2024, según estadísticas oficiales de EU, cuatro de cada cinco personas detenidas en los cruces fronterizos por transportar fentanilo eran ciudadanos estadounidenses.
Qué importa que la introducción de drogas y migrantes con la participación abrumadora de autoridades y civiles estadounidenses, nada tenga que ver con la racional de impuestos al comercio exterior.
¿Se trata de presionar a los gobiernos de México, Canadá y China para que frenen el trasiego de fentanilo? Si fuera eficaz destinar a diez mil elementos de la Guardia Nacional a detener narcotraficantes y migrantes, los adictos y la economía estadounidenses estarían temblando.
Lo que hay detrás de la “emergencia” fronteriza y las amenazas de imponer aranceles es, como el propio Trump lo ha reconocido, el propósito de su gobierno de obligar a las grandes industrias que operan en México, Canadá, China y cualquier otro país, a trasladar sus fábricas a Estados Unidos.
Para conseguirlo, a Trump tampoco le ha importado saltarse la constitución estadounidense conforme a la cual, el Congreso es el único poder con atribuciones para intervenir en el comercio exterior e impuestos.
Para evadir ese precepto fue que declaró la “emergencia” fronteriza, confiando en que el Poder Judicial se haga de la vista gorda —cosa que al parecer ocurrirá— y tolere que Trump se acoja a leyes federales para pasar por encima del Congreso y dictar medidas en comercio exterior y aranceles, dizque para afrontar lo que la inventiva de su declaración ha creado.
Lo malo del caso es que los decretos presidenciales que se saltan a los legisladores parecen irrefrenables ante la negativa de los tribunales a oponerse al engaño de Trump, lo que hace temer a muchos estadounidenses —y a ciudadanos y autoridades de cualquier nacionalidad— por el debilitamiento del orden constitucional de ese país.
Por más que se le busque, en lo que pudiera considerarse un plan de gobierno de Trump, predomina el propósito medular de reindustrializar a Estados Unidos como la manera de impedir el predominio de China.
Con su fanfarronería —carente de estrategia que contemple corto y largo plazos— puede causar cambios a partir de acuerdos que le produzcan algo de lo que persigue, lo que magnificará como beneficios aunque sólo sean de corto plazo, y callará acerca de la pérdida de credibilidad internacional de Washington y de la democracia y del Estado de derecho internos, además de los perjuicios económicos de mayor plazo dentro y fuera de sus fronteras.
Es el caso de los aranceles, además de que estaría violando el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), serían muy perjudiciales, tanto para Estados Unidos como para Canadá, pero sobre todo para México.
La mera posibilidad de su implantación ya detuvo algunos proyectos de inversión en nuestra economía y según la OCDE, si se concretaran nuestra economía entraría en recesión este año y el próximo, y pondría en riesgo parte de los 14.6 millones de empleos que aquí están vinculados al comercio exterior.
Desde el gobierno de Salinas de Gortari se optó por dinamizar el crecimiento de la economía mexicana a partir de las exportaciones de lo que aquí se ensamblara o maquilara, con el resultado de que tres cuartas partes de nuestro PIB dependen del comercio exterior.
Si Trump mantiene actualizadas sus amenazas —aunque no las cumpla, el daño a la incertidumbre de inversionistas estará hecho—, el gobierno de la presidenta Sheinbaum tendrá que conformar la estrategia menos perjudicial.