Todo juicio cuenta una historia. A veces lo que discute, descubre o resuelve un tribunal confirma lo que la gente ya creía sobre el hecho bajo proceso. En otras, el final es contrario a lo que la mayoría pensaba. Llegado el caso, la sentencia quedará como versión oficial.
El obradorismo hizo del juicio en Estados Unidos en contra de Genaro García Luna un potente cincel con el cual esculpía al calderonismo como un sexenio donde el narcotráfico gobernó infiltrado en el mismísimo gabinete de Felipe Calderón.
Para construir esa narrativa, el régimen aprovechó plenamente el juicio en Nueva York en contra del exsecretario de Seguridad de Calderón. Todo lo que se escuchó en Brooklyn contra el policía del segundo sexenio panista fue tomado como si del Evangelio se tratara.
¿Vale la pena decir, sobre García Luna o sobre otros juicios a mexicanos en suelo estadounidense, que la justicia de ese país no es ni perfecta ni ajena a las humanas motivaciones de revancha, codicia o intereses (políticos, injerencistas, etc.) de agencias de Washington?
En un momento en que se precisa el más firme patriotismo, uno que no cayera en excesos en ningún sentido, el gobierno de Claudia Sheinbaum ha decidido entregar fast track a Estados Unidos a 29 personas que estaban bajo proceso en México por graves delitos.
La polémica entrega, que deja al gobierno mexicano fuera de la causa judicial contra esos personajes al punto de que a algunos se les podría aplicar la pena de muerte, excepcional en nuestro país, abre de par en par la puerta para que el Tío Sam decida contar la historia de México como un Estado fallido o incluso un narcoestado.
Donald Trump es la peor versión de sí mismo y, que nadie se engañe, cada día se esforzará por ir más abajo. En apenas seis semanas ya ha declarado que no aceptará que Ucrania no entregue sus minerales en compensación, o que Gaza se resista a ser uno más de sus resorts.
A ese mandatario México le acaba de entregar 29 personajes del crimen organizado. Gente que, sin prejuzgar culpabilidad, pero también sin subestimar sus crímenes e historial, irá a tribunales en donde, a final de cuentas, en el banquillo estarán México y sus instituciones.
Washington dice que los que le entregaron son los culpables, en mayúscula, de las muertes por adicciones en Estados Unidos. Sin ser falso, es muy insuficiente. Para hacer justicia por esas víctimas, como en efecto México reclama, habría que ver también, por ejemplo, quién se beneficia en EU del tráfico de armas estadounidenses a los cárteles.
Tan pronto como esta semana iniciará la pasarela de los entregados. La TV de Estados Unidos contará la historia de que el sheriff Trump pudo hacer que México le enviara culpables de crímenes tan añejos como 1985 (Caro Quintero vs. Kiki Camarena) y años subsecuentes.
¿Cómo puede ser que estos señores hicieran lo que hicieron? Se preguntará el auditorio, ávido de más capítulos de la serie. Porque en México gobiernan los cárteles, repetirán los mismos que en campaña dijeron que EU debía actuar extraterritorialmente.
En México dirán que se trata de narcos del pasado. Suerte con ese argumento. Cuando con García Luna decidieron que la justicia del vecino del norte era un oráculo incuestionable, Morena instituyó a su propio juez, y a ese ahora le ofrendan delincuentes.
Quizá no había de otra. Ya nunca lo sabremos. Por lo pronto, lo único cierto es que el show que nos pintará como un Estado fallido o narcoestado está por iniciar. Bien dijo Trump: con México vamos muy bien.