Amigas y amigos lectores, ¿alguna vez han pensado cuánto necesitan ganar para ser felices? ¿Una cantidad concreta? ¿Un número mágico que, una vez alcanzado, garantice sonrisas, estabilidad y paz mental? Si estás leyendo esto mientras revisas tu app del banco o haces cuentas para llegar a la quincena, quizás la pregunta te parezca un poco irónica. Pero vale la pena detenernos un momento y preguntarnos: ¿cuánto influye realmente el dinero en nuestra felicidad?
Desde hace décadas, economistas, psicólogos y filósofos modernos han intentado descifrar la relación entre estos dos conceptos que parecen inseparables: dinero y felicidad. Y aunque la respuesta más honesta es “depende”, los datos nos ofrecen pistas fascinantes, sobre todo en el contexto mexicano.
Comencemos con lo obvio: sí, hay una relación positiva entre ingresos y bienestar subjetivo (término que usamos para referirnos a cómo las personas evalúan su propia vida). A mayor ingreso, mayor satisfacción con la vida. Pero esta relación no es infinita ni automática. Como lo explican estudios recientes, la utilidad del dinero tiende a disminuir conforme se acumula. Es decir, salir de la pobreza mejora mucho la felicidad, pero ganar el doble cuando ya tienes lo suficiente… no tanto.
Matthew Killingsworth, un investigador que ha seguido esta relación de cerca encontró que incluso en niveles altos de ingreso, más dinero sigue correlacionándose con más bienestar. Pero aclara algo importante: la ganancia emocional es proporcional a la brecha. Es decir, hay una gran diferencia entre alguien que gana 10 mil y otro que gana 100 mil pesos al mes, pero entre quien gana 100 mil y 150 mil… ya no tanta.
Aquí es donde México sorprende. En el más reciente World Happiness Report, nuestro país dio un salto impresionante y se colocó en el Top 10 de países más felices del mundo con una calificación de 6.98 sobre 10 en bienestar subjetivo. Superamos a Estados Unidos, Francia y Alemania. ¿Cómo es esto posible si nuestro PIB per cápita es mucho menor?
La respuesta está en nuestra cultura. Los datos muestran que en México el apoyo familiar, la vida comunitaria y las relaciones cercanas pesan más que los ingresos al momento de evaluar la felicidad. Solo 23% de los mexicanos dijo que el dinero era lo más importante para sentirse feliz; en cambio, la familia, los hijos y sentirse valorado lideraron la lista. En resumen, nuestro capital emocional compensa muchas veces el déficit económico.
Pero no ignoremos las brechas. Las personas con menores ingresos en México reportan niveles significativamente más bajos de felicidad. Según el CEEY, solo el 8% de quienes viven en pobreza alcanza altos niveles de bienestar, contra el 35% de los más ricos. ¿El dinero importa? Claro que sí. Especialmente cuando lo que está en juego es comer, dormir tranquilo o pagar el médico.
Sin embargo, la desigualdad no solo afecta el bolsillo, también erosiona el ánimo colectivo. Hay algo profundamente frustrante en saber que, aunque te esfuerces, el bienestar que otros viven parece inalcanzable. Y eso, como dicen los expertos, también duele.
La felicidad no solo cambia con el ingreso, también con la edad. Mientras los baby boomers mexicanos tienden a sentirse más satisfechos, quizás por tener certezas como pensiones o casa propia (que da para una investigación mucho más profunda), la Generación Z reporta ser la menos feliz. A pesar de tener más acceso a tecnología y libertades, enfrentan incertidumbres económicas, climáticas y existenciales que las generaciones anteriores no vivieron.
Los centennials, por ejemplo, valoran la seguridad financiera, pero también el propósito, la salud mental y la ética del consumo. Para ellos, tener dinero sin sentido no es suficiente.
Los millennials, en cambio, ya demostraron que prefieren experiencias sobre bienes, y los Gen X buscan equilibrio. Todos quieren algo distinto del dinero, y eso también redefine qué entendemos por felicidad.
Entonces, ¿qué queremos?, queremos estabilidad, sí. Queremos tiempo, relaciones genuinas, salud, propósito. Queremos no tener que preocuparnos cada mes por cómo sobrevivir. El dinero importa, pero importa más lo que nos permite hacer: abrazar, descansar, decidir.
Y quizás ahí esté la clave. No se trata de preguntarnos si el dinero da la felicidad. Se trata de preguntarnos: ¿qué versión de la felicidad estamos persiguiendo, y qué estamos sacrificando en el camino por alcanzarla?
Porque a veces, en la búsqueda de más, olvidamos que ya tenemos mucho.
¿Ustedes qué oponían?, Los leo.
El autor es Profesor y Líder en Región Monterrey FAIR Center for Financial Access, Inclusion and Research del Tecnológico de Monterrey. Co autor del libro “Cultura Financiera: mi dinero, mi futuro”.