Contar ya con un dictamen sobre la IA parece inviable y solo en las próximas décadas podremos evaluar su verdadero impacto; sin embargo, la discusión sobre sus efectos sociales, laborales, económicos y éticos es inaplazable en todos los niveles. Este fue el postulado del reciente Congreso celebrado por la AMPPI y la UNAM como parte de la celebración del Día Mundial de la Propiedad Intelectual, dirigido a revisar los riesgos y oportunidades que se están gestando en amplios sectores sociales como resultado del uso de sistemas de IA.
En el grupo de los creadores se identifican algunos de los efectos más disruptivos de la IA, cancelando, por ahora, miles de puestos de trabajo de actores de voz, modelos, fotógrafos, diseñadores, traductores, compositores y productores de video. Los cuestionamientos sobre la violación masiva de obras “barridas” por los motores de IA siguen vigentes (y sin respuesta), y la pregunta sobre la protección de obras producidas con IA generativa aún deambula por los tribunales alrededor del mundo.
Podemos decir que, ya en este momento, los sistemas de IA superan las funciones humanas en diversos campos y actividades; y en los que aún no sucede, es pronosticable que acontezca en tiempo breve. En una ventana de dos a tres años, la IA será capaz de realizar casi todas las tareas cognitivas del ser humano, configurando lo que se empieza a definir como “Inteligencia Artificial General” (IAG). Para muchos, se trata de una transformación sin precedentes en la historia de la humanidad.
En la próxima década, la IA será la nueva gran fuente de generación de riqueza, modificando sustancialmente la distribución de poder político en el mundo y en el posicionamiento de las corporaciones, abriendo el liderazgo a quienes detenten los sistemas más poderosos. Ahora mismo, podemos ya percibir cómo la administración Trump ha enfilado gran parte de sus políticas a tratar de impedir el liderazgo de China en la materia, intentando devolver protagonismo a su gobierno y a las empresas de su país.
En general, los países no parecen preparados para aprovechar la ola de crecimiento de los sistemas de IA, y sólo han entrado en el debate de hasta dónde regularla. México no es la excepción, con más de 10 proyectos de ley que han sido presentados y que aún no maduran en una ley vigente. En este contexto, quienes vaticinaban una “burbuja” de la IA que reventaría junto con las preocupaciones generadas, claramente se equivocaron. Grandes sectores en diversos campos ya han sido desplazados, y muchos otros están ya en la lista para su eventual sustitución.
Es cierto que, en algún punto, el proceso de desarrollo de la IA podría encontrar algunos obstáculos como la escasez de los chips necesarios para su arquitectura, o problemas de falta de energía y legislaciones restrictivas. Sin embargo, la inercia que se observa obliga a estar preparados y definir estrategias para formar parte de la transformación. Medidas inmediatas apuntan a prohibir y supervisar usos riesgosos de la IA (que se multiplican exponencialmente), mejorar nuestros mecanismos de ciberseguridad y priorizar la alfabetización en esta materia. Suena sin duda a lugar común, pero, en efecto, el futuro es ahora.