El apagón que afectó a gran parte del suroeste europeo el pasado 28 de abril de 2025 no solo dejó sin energía a millones de personas; también evidenció una brecha crítica en la arquitectura tecnológica de muchas empresas. Desde hace tiempo, hemos advertido que la continuidad de negocio ya no puede depender exclusivamente de infraestructura local ni de respaldos convencionales. Lo que ocurrió en Europa fue, en términos técnicos, un “test de estrés” real y masivo que pocas organizaciones pasaron con éxito.
Durante ese evento, las plataformas locales sin redundancia, sin virtualización o sin estrategias claras de Disaster Recovery as a Service (DRaaS) simplemente colapsaron. El promedio de inactividad para los sistemas on-premise sin respaldo virtualizado superó las seis horas. Seis horas que, en términos de experiencia de cliente, reputación y operaciones, pueden ser irreparables.
Lo interesante es que también vimos el otro lado de la moneda. Organizaciones que, gracias a su infraestructura híbrida o 100% cloud, lograron ejecutar con éxito failovers (conmutación por error) automatizados, levantar entornos paralelos en otras regiones geográficas y continuar operaciones casi sin fricción. ¿La diferencia? Decisiones arquitectónicas tomadas mucho antes de la crisis.
Hoy, hablar de continuidad de negocio significa pensar en alta disponibilidad multinodo, orquestación de cargas de trabajo, acceso remoto seguro vía VDI, replicación continua, escalabilidad bajo demanda y pruebas regulares de recuperación. La resiliencia no puede ser un archivo olvidado con respaldos semanales; debe ser una capacidad viva, monitoreada y optimizada constantemente.
Hipervisores como VMware vSphere o Proxmox, combinados con servicios como Azure Site Recovery, AWS Elastic Disaster Recovery o Google Cloud Backup and DR, fueron los héroes invisibles de esa jornada. Pero incluso las mejores herramientas requieren configuración estratégica y políticas de recuperación bien definidas. Sin eso, la nube se vuelve tan ineficaz como un servidor físico caído.
El apagón europeo demostró que la verdadera transformación digital no se logra al migrar algunas aplicaciones a la nube. Se logra al construir una arquitectura operativa que anticipe la falla, que automatice la respuesta y que integre la resiliencia como parte del diseño. Porque las contingencias no son excepcionales, son inevitables.
Si una empresa todavía depende de un único centro de datos, de respaldos manuales o de escritorios físicos, el próximo apagón (eléctrico, lógico o incluso cibernético) podría no perdonar. Hoy más que nunca, la continuidad de negocio no es una función del área de TI; es un componente esencial de la estrategia corporativa.
Invertir en infraestructura resiliente no es un lujo, es una obligación técnica y operativa.
Y más vale hacerlo antes de que la próxima crisis decida por ti.