Un día un presidente de un país decide que el Golfo de México ya no debe llamarse así. Sin consultarlo y sin evidencia que respalde, lanza un decreto y dice: “Desde hoy, el Golfo de México se llamará Golfo de América”. Este acto y sus consecuencias no tienen solamente un alcance simbólico, esto también es una representación de un intento de manipulación de la realidad y desafía aspectos fundamentales del conocimiento y la ciencia.
Este escenario no es ciencia ficción, ya que el poder político en sí, se puede imponer sobre el rigor que guarda el conocimiento científico. La historia cuenta cómo la humanidad desarrolló herramientas para evitar sesgos y opiniones subjetivas que pudiesen convertirse en verdades absolutas.
La construcción del conocimiento
Desde el siglo XVII, grandes pensadores y científicos como René Descartes, Francis Bacon, John Locke e Isaac Newton promovían la razón, la observación empírica y la evidencia como bases del conocimiento. Así, el método científico se consolidó como la herramienta principal de validación del conocimiento. Sin estos procesos, el conocimiento se convertiría en una simple acumulación de opiniones sin base y sin fundamento.
Volvamos al caso del nombre de este accidente geográfico. El Golfo de México es reconocido así no por capricho ni por alguna imposición arbitraria. Lo recibe porque existe una base geográfica, histórica y cartográfica que lo respalda. Además, ha sido utilizado y reconocido en diversos tratados internacionales para consolidar su identidad geográfica como el Tratado de Adams-Onís (1819), entre otros.
La International Hydrographic Organization (IHO) o la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con los Grupos de Expertos en Nombres Geográficos (UNGEGN) validan los nombres para evitar confusiones. La geografía no permite que las personas modifiquen a conveniencia los nombres de los accidentes geográficos sin justificación.
Si tomamos este cambio de nombre y aplicamos el método científico, necesitaríamos una hipótesis válida: ¿Hay razones de peso que indiquen que el “Golfo de México” es un nombre incorrecto? Después, tendríamos que obtener evidencia y revisar con expertos en geografía, historia y política internacional. Carecer de estos elementos hace que el cambio sea reducido a un intento de imposición política.
El poder de la información
1984, George Orwell, nos advertía acerca de un Estado que alteraba deliberadamente registros históricos para controlar la memoria colectiva. Es decir, lo que ayer era una verdad, hoy podría ser una mentira. Este tipo de manipulaciones no solo son ficción. En el contexto actual, el control del discurso y de la información ha sido utilizado para legitimar invasiones, justificar dictaduras y moldear el pensamiento colectivo.
En el caso del “Golfo de América”, el problema no recae solamente en el cambio de nombre, sino en lo que representa: la posible acción política de distorsionar la realidad sin fundamento. Si se permite que un presidente cambie el nombre de un accidente geográfico, ¿después se le permitirá sugerir inyectarse desinfectante para curar el COVID-19?
El papel de la sociedad en la defensa del conocimiento
Luchar contra la manipulación de la información y la desinformación no es una tarea que solamente los científicos, académicos o periodistas tienen; es una responsabilidad del colectivo. En un entorno globalizado, donde las fake news se propagan con demasiada rapidez, pensar críticamente es esencial.
Aceptar argumentos de una figura de autoridad sin cuestionar es peligroso. Por ello, debemos fomentar que la ciudadanía esté informada, que discuta e investigue. Y también, que exija transparencia en la toma de decisiones.
La educación mediática, el acceso a la información y la promoción de la investigación basada en evidencia son grandes herramientas contra la manipulación. No es suficiente el sentirse indignado ante los intentos de distorsión de la realidad; debemos actuar y participar activamente en la defensa del conocimiento.
El “Golfo de América” es un claro ejemplo de cómo el poder puede distorsionar nuestra realidad. La creación del conocimiento no se construye con argumentos y opiniones infundadas ni con decretos arbitrarios. Se requiere de evidencia tangible y una revisión crítica. Al permitir estos cambios en nuestra realidad por quienes ostentan el poder, corremos el riesgo de vivir en un mundo donde las verdades son modificables a conveniencia.
El desafío es muy claro: seamos una sociedad participativa, vigilante y crítica, porque solamente así podemos proteger el conocimiento y garantizar que la realidad no sea dictada al antojo de quienes gobiernan.
El autor es Doctor en negocios por la Southern Taiwan University of Science and Technology. Fue Director Nacional de los Centros de Oportunidad Digital de APEC en México. Especialista en educación y tecnología con cursos para docentes y consultoría en México, Filipinas, Vietnam y Taiwán. Actualmente, es Director de Posgrado en la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad de Monterrey. Autor de libros sobre aprendizaje de idiomas y comercio electrónico.