Desde que Trump ganó la presidencia de Estados Unidos en noviembre de 2024, México ha sido un blanco recurrente de su discurso proteccionista. Su amenaza de imponer aranceles si el país no detiene el flujo migratorio y el tráfico de fentanilo ha sido constante. También busca usarlos como mecanismo recaudatorio, justificándolos con el déficit comercial de EU con México.
Sheinbaum, en contraste, ha optado por una comunicación basada en la estabilidad y la cooperación. En lugar de confrontar a Trump directamente, ha reforzado el mensaje de la interdependencia económica entre ambos países. Su apuesta es el Plan México, una propuesta de integración que responde al proteccionismo con pragmatismo: en vez de centrarse en lo que Estados Unidos podría perder, enfatiza lo que podría ganar con mayor cooperación.
El choque entre Trump y Sheinbaum es una batalla narrativa. Trump reduce el comercio a una lógica de suma cero: EU gana o pierde, sin matices. Su estrategia de intimidación le ha funcionado antes, reduciendo debates complejos a un discurso de patriotismo económico. Sheinbaum, en cambio, busca posicionar a México como un socio confiable. Su reto no es solo evitar los aranceles, sino moldear la conversación para que Trump enfrente los costos políticos y económicos de sus propias amenazas.
Si Trump impone aranceles, los costos de importación en EU subirán, presionando la inflación y debilitando el dólar. Los mercados reaccionarán a la incertidumbre, afectando a empresas con operaciones transfronterizas. Pero surge la paradoja: Trump necesita estabilidad económica hasta las elecciones legislativas de 2026. Si sus medidas desatan una crisis comercial, el golpe podría revertirse contra su gobierno, ya que los votantes en estados industriales y agrícolas resentirían el impacto en precios y empleos.
Para Sheinbaum, el Plan México es tanto una propuesta económica como una herramienta de comunicación. Presentarlo como alternativa viable permite que México no sea percibido como víctima de Trump, sino como un actor que propone soluciones. La sustitución de importaciones chinas con producción regional puede resonar con sectores clave en Estados Unidos. En lugar de responder con una lógica de defensa, Sheinbaum puede adelantarse con una narrativa propia, apostando a que la racionalidad económica se imponga sobre el proteccionismo.
Si los aranceles entran en vigor, sectores estratégicos como el automotriz y el tecnológico sufrirán ajustes inmediatos. La inflación se mantendrá resistente, obligando a la Reserva Federal a sostener tasas de interés altas. Si los inversionistas perciben que la relación comercial entre México y EU está en riesgo, el tipo de cambio podría experimentar volatilidad, aunque la fragilidad fiscal de EU podría hacer que el dólar se debilite más de lo esperado. En Wall Street, la pregunta no será si los aranceles afectan a México, sino si dañan más a la economía estadounidense.
Para Sheinbaum, el desafío es demostrar que México es un socio estable en tiempos de incertidumbre. Su estrategia debe centrarse en reforzar la comunicación con sectores empresariales y políticos en Estados Unidos que dependen del comercio con México. Su mensaje debe llegar a gobernadores y empresarios que verían sus cadenas de suministro interrumpidas. En México, su narrativa debe evitar que el discurso nacionalista derive en aislamiento económico.
Este conflicto también tendrá repercusiones en la política interna. La forma en que Sheinbaum maneje la crisis influirá en las elecciones intermedias de 2027, donde se renovará la Cámara de Diputados y Morena buscará retener gubernaturas y sumar Nuevo León, Querétaro y Chihuahua. También avivará un debate dentro del partido sobre el modelo económico: un sector favorece mayor integración con Norteamérica, mientras otro promueve una “tercera vía” o un acercamiento estratégico con China. Además, el éxito de la 4T depende de que los trabajadores sigan sintiéndose el centro del proyecto.
La política internacional es, en última instancia, un juego de percepciones. Trump busca posicionar a México como adversario de su base electoral, mientras Sheinbaum debe consolidar la idea de que el conflicto no es con México, sino con la realidad económica. Si logra transmitir el mensaje adecuado, Trump podría quedar atrapado en su propia estrategia, enfrentando a empresarios y consumidores estadounidenses que pagarían el precio de una guerra comercial innecesaria y, eventualmente, a un electorado que podría castigarlo en las elecciones intermedias si la economía se resiente.
En el corto plazo, la volatilidad de los mercados será el termómetro del éxito de cada estrategia. Las variables clave a observar serán la reacción de los empresarios en Estados Unidos, la evolución de la inflación y el crecimiento, y qué tan rápido Sheinbaum logra posicionar el Plan México como la opción más racional frente al caos de los aranceles. Más allá del comercio, esta disputa definirá la viabilidad del liderazgo de ambos mandatarios en los próximos años.