Algunas opiniones de especialistas apuntan a la idea de que la prioridad que ocupará a la segunda administración del presidente Trump girará en torno del pago de la enorme deuda pública que ahoga al gobierno de los EU; otras, en cambio, señalan que se encaminará a proteger su hegemonía global —cuando menos la que le queda—, a través de una posición más agresiva frente al exterior que persigue conservar la relevancia que en algún momento tuvo nuestro vecino en el mantenimiento de la paz mundial. En ambos casos, el uso de los aranceles como instrumento económico de dominancia parece anunciar un enfoque predominante de la administración hacia su economía interna.
Tenemos una idea alternativa, pues incluso con el propósito de enfrentar su propia deuda, la estrategia de atraer la inversión hacia su propio país y cerrar sus caminos hacia el exterior sería contraproducente y, sobre todo, totalmente insuficiente para competir en el mercado global, en la carrera que le imponen a Norteamérica los más de mil millones de chinos debidamente educados y capacitados. ¿Quiénes son y qué papel juegan los aliados de los EU en esta carrera?
La importancia que China tiene en el ramo productivo y la que Rusia representa en el ámbito bélico hacen parecer que la realidad de un regionalismo global atraído por cada uno de los tres polos (incluidos los EU) es casi inevitable. Difícilmente podría haber un cambio de circunstancias de tal magnitud que altere ese destino.
Quizá Europa represente la alternativa viable que sirva como fiel de la balanza. Para que EU pueda expandir nuevamente su influencia hacia mercados que ha venido perdiendo frente a China, como lo son muchos en el cono sur de nuestro continente, necesitará de efectividad en el desarrollo de nuevas tecnologías y empleo de mano de obra muy eficiente y calificada. Eso demuestra que solos, con sus propios trabajadores, no podrán hacer frente a la demanda.
El único destino viable para Norteamérica se encuentra en la unión de los recursos y potenciales de todos los países que conforman la región. Los aranceles impuestos contra sus vecinos no son el destino, sino un medio para lograr un propósito superior. No puede sostenerse la lógica inversa y pensarse que los EU van a cerrar sus fronteras, pues si así lo hicieran, perderán inmediata conexión con todos los mercados del mundo que los han llevado a ser la gran potencia económica que hasta hoy en día son. Cedería automáticamente su posición a favor de su principal adversario comercial: China.
El objetivo que debe de estar en la mente de la nueva administración estadounidense tiene que ver con la armonización de ideales y políticas que sus socios deben implementar, a efecto de lograr el impulso exitoso de la región hacia un mismo destino. Las diferencias ideológicas de los gobiernos aliados impiden asumir el desafío ordenadamente, con miras a imponer los mismos intereses regionales por encima de cualquier otro. A México y a Canadá les convendría entender la oportunidad y aceptar el diálogo.
Antes de la firma del Tratado de Roma que dio paso a la conformación de la Comunidad Europea, antecedente inmediato de la actual Unión, ya existía un acuerdo político que integraba económica y socialmente a Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo, entonces conocido como BENELUX. Fue un acuerdo que sirvió de inspiración al resto de los países de la región para construir el tratado que hoy los unifica. Los tres países integrantes de esa alianza del norte del continente conformaron una primera unión aduanera, que es un grado de integración económica superior a cualquier acuerdo de libre comercio. Significa la unificación política y administrativa de la labor de cobrar impuestos a cualquier producto que, proviniendo del exterior, tenga como destino el territorio de cualquier país de los integrantes del acuerdo.
Hoy, Estados Unidos y Canadá recriminan a México el uso del tratado de libre comercio que nos unifica como trampolín para introducir mercancías chinas al mercado de América del Norte, en detrimento de los intereses de la región. Además, la permeabilidad de todas las fronteras y la amenaza de la apertura a la importación de fentanilo, como lo sería cualquier otro insumo médico cuya desviación pudiera significar un riesgo análogo para la salud, imponen la obligación de investigar con lupa cualquier producto que ingrese desde nuestro país al mercado de América del Norte.
No sería nada descabellado pensar que, en el horizonte más cercano en el que se encuentra Norteamérica, la idea de una unificación aduanera pudiera gestarse con cierta lógica y mucho sentido: la Unión de América del Norte. Sería muy conveniente para los tres países poder contar con una fuerza supranacional que unifique las políticas aduaneras de los tres países y se encargue de vigilar el cumplimiento irrestricto de la ley para beneficio común. Impedir el uso de México como puerto de paso de mercancías chinas destinadas al mercado de los EU, y reforzar nuestra frontera norte para sancionar la exportación de droga o el tráfico de personas, como también la importación de armamento que mucho pone en riesgo la estabilidad nacional frente al crimen organizado.
Con ese propósito, las cadenas de producción que tanto tiempo han tardado en ser construidas se verían no sólo garantizadas, sino reforzadas; y el TEMEC que tanto interesa a los tres países avanzaría un paso adelante hacia una sana fase de integración que no quebrantaría los intereses políticos de carácter doméstico y social que cada uno conserva con recelo.
Un problema importante no deja de ponderarse en lo que debería de ser la sala de negociación: ¿estarían dispuestos EU y Canadá a sentarse a dialogar con un gobierno al que abiertamente se tacha de tener colusión con las bandas de delincuentes del narco?
En la capacidad que nuestra presidenta tenga para disociarse de tal idea, y en su disposición de entregar a la justicia a aquellos servidores públicos a los que probadamente se demuestre dicha vinculación, se podría encontrar ligado el futuro de México y la construcción de un mejor destino para la región.